El Dakar 2012 ha comenzado con mal pie en las tierras argentinas de la Pampa. Los pilotos y la organización decidieron abandonar África hace unos años por la permanente amenaza de quienes podían aparecer de repente en medio de un desierto y secuestrar a los participantes en el mejor de los casos. La repetición asidua de sucesos determinó el cambio de continente, pero no de dureza.
En la primera etapa, el piloto argentino Martínez Boero sufrió una caída. Unos cámaras franceses pidieron ayuda y en apenas cinco minutos se presentó un helicóptero. Bajo un sol de justicia, los médicos hicieron lo imposible para reanimarle, pero esos intentos no surtieron efecto y el piloto fallecía como consecuencia de un paro cardiaco derivado de una caída que le produjo graves heridas en el tórax.
La carrera salió de Mar de Plata con destino a Santa Rosa. De nuevo en los caminos de La Pampa, como ya ocurriera en la otra muerte del Dakar sudamericano (2009, el francés Pascal Terry, en extrañas circunstancias. Con las ilusiones renovadas y con la fuerza que da el comienzo de una actividad, quien más quien menos destacaba el valor de la competencia. En su twitter, el propio Martínez Boero escribió antes de salir: "Voy a darlo todo, lo que no mata fortalece". Como si fuera una premonición, llegó el accidente y su consecuencia.
Sorprenden al respecto varias cosas. Casi son sesenta los fallecidos en esta prueba a lo largo de su historia, pero sorprende aún más que no se suspenda, que la prueba continúe como si nada hubiera sucedido. Es tan fuerte la organización, el precio de la competición y la estructura, que todo se resuelve con un minuto de silencio y el recuerdo al piloto que ya no está con ellos. La frialdad por encima de los sentimientos.