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¿Por qué los patinadores no son gordos?

He tenido una visita inesperada. La gripe, sin permiso, se ha asentado en mis dominios. Lleva siete días con sus correspondientes noches. Y os aseguro que ha venido con todo. Libra encarnizadas luchas con los ejércitos de frenadoles, paracetamoles,couldinas, ibuprofenos, jarabes, gotas para la nariz, pastillas efervescentes, mieles con limón, recetas de la abuela, zumos, frutas, verduras, chorretones de agua y otros recursos que no consiguen derrotarla. Se tambalea. Parece que está a punto de cascar, pero se mantiene de pie, medio coja y jorobando hasta decir basta. Bueno, más bien, decir no dice nada. ¡Actúa!. Un agobio, porque pretendo que se me pase en un santiamén, sabiendo que es imposible. Jaqueca, cansancio general, falta de chispa, toses, mucosidades. Eso sí, al hambre no le ha afectado. ¡Gratias Deo!


A la vista de los acontecimientos y de la decrepitud de mi cuerpo, las sesiones televisivas han sido enormes. Como disfruto con los deportes alternativos, esos que no te hacen sufrir cada semana, me lo he pasado en grande. He visto zumbarse en balonmano a serbios y croatas por un puesto en la final del europeo. ¡Qué garra, qué pelea, qué envidia!. Luego, en el waterpolo intuyes que los jugadores se pegan una paliza de tomo y lomo, para aquí y para allá, sin tregua. Pero hay algo que respeto en grado sumo. El patinaje artístico no está hecho para cuerpos indecentes. ¿Por qué no aparece nadie hermoso/a que rompa con el canon?. No hay uno solo que pese más que el sueldo base. Son todo tipitines, hechos de goma, con una elasticidad increíble. Con la técnica y la estética consiguen una fusión espectacular. Y si se caen, se levantan. Una y mil veces, orgullosos.

Entre estas reflexiones, unidas a la resaca y al mal sabor de boca que nos dejaron los colchoneros hace siete días, todo se ha traducido en una semana sosaina que terminó ayer con la visita de otro equipo rojiblanco en cuyo banquillo se sienta un entrenador atrayente. Normalmente los jugadores no hablan bien de sus técnicos. Viene desde tiempo inmemorial y a más de uno en los vestuarios le han hecho la cama sin enterarse. No es el caso de Manolo Preciado. Nunca he encontrado un solo futbolista que, pasando por sus manos, me hablara mal de él. Le valoran como incentivador de grupo, como buen conductor de voluntades colectivas. Lo suyo, en lo personal y en lo profesional, es un milagro. Se ha caído cien veces y se ha levantado otras tantas. Como los patinadores. Con más vigor si cabe.

Supongo que ayer planteó con celo y mimo el compromiso de Anoeta. Le dio vueltas a la alineación y decidió. Movió peones, aparecieron algunos inhabituales y se posicionó en el banquillo a la espera de la pitada de González González. Dos minutos y medio después su equipo perdía de dos y uno de sus centrales se iba al vestuario tras un choque frontal. Gregory y Zurutuza cayeron a las primeras de cambio, modificando al poco de empezar todos los planes previstos, tanto por el entrenador visitante como por el local. Es decir que para cuando todos quisimos darnos cuenta, el encuentro estaba patas arriba y en franquía para las huestes de Montanier que, con todo a favor y con el enemigo tocado, no encontraron el modo de deleitar.

Los descansos deberían estar prohibidos para la Real, porque se repite con excesiva insistencia un cierto atolondramiento. No sé qué hacen en los vestuarios. Necesitamos la  concentración de los patinadores, coordinar cada paso con actitud machacona para que el contrario se entere de que la reacción le va a costar un peine. Lo saben los rivales. Lo conocía Preciado. Lejos de bajar los brazos, el cuadro asturiano lo intentó y se puso las pilas al minuto. Hace siete días, ayer, Zaragoza…nada más salir del tiempo de reposo nos la clavan. Y a partir de ahí a temblar, porque de fortalezas no andamos sobrados. Menos mal que disponemos de un portero titular que nos defiende y que nos salva muchas veces los muebles. Sin ir más lejos, Ayer sacó los pies cuando el balón le llegaba con el letrerito del empate.

Es entonces cuando no somos lo que deberíamos. Nos entran tembleques, tiritonas y repeluznos que a veces conducen al cataclismo y otras nos salvan porque aparece una jugada reparadora. Ante el Sporting resolvió Elustondo para alivio de la feligresía. El gol mató al enemigo y liberó a los nuestros para que Aranburu y Griezmann, el mejor en su partido cien, llevaran al luminoso una manita que la grada de Anoeta no veía desde 2003 ante el Rayo. Como en los viejos tiempos de los titulares ácidos de prensa "Más resultado que juego".

Postdata- ¿Alguien sabe algo de Sarpong?. Gracias.

 

 

Iñaki de Mujika