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¡Mayulajara!

Aborrezco las matemáticas desde el curso en que cumplí catorce años. El sistema educativo al que nos debíamos implantó la llamada "reválida de cuarto", una prueba que en algún modo determinaba si el alumno podía seguir haciendo bachillerato o elegía otras alternativas. Aquella comprobación se hacía fuera del centro y te examinaban unos señores que venían de Valladolid. Por su culpa y por el prestigio que el colegio había ganado por el esfuerzo de quienes nos precedieron, nos atormentaban con horas y horas y más horas de clase.


Acabé hasta la coronilla de los teoremas. Ni Tales, ni Pitágoras, ni Ruffini, ni el seno ni el coseno, ni la hipotenusa eran de mi cuadrilla. El religioso que nos daba clase imponía por sus formas y por sus actos. Era de Elgoibar y del Athletic, aunque uno de sus sobrinos fuera un afamado delantero de la Real. Ponía alto el listón y quien no llegase a él lo pasaba mal. Bajo la sotana no llevaba pantalones. Si se le caían al suelo una tiza o un borrador aparecían después de los calcetines negros unas piernas blancas, níveas, a las que nunca daba el sol.

Era peculiar. A veces, divertido. Otras, terrorífico. Cuando estaba de buenas, nos reíamos. Si amenazaba tormenta, cuerpo a tierra. Se inventaba teoremas y palabras. Muchas sonaban a lengua árabe. O nos lo parecía. Había compañeros que sufrían mucho con él, porque cada vez que no resolvían bien un problema, o sacaban mala nota en las composiciones semanales, eran víctimas del "mayulajara". Consistía en coger un pellizco en el pómulo, agarrando con el pulgar y el índice un pedazo de moflete y tirar de él. Dolía. Claro que dolía. Así que tratábamos de huir de ellos como de la peste.

Si aquel hombre, ya fallecido, hubiese asistido ayer al partido de Los Cármenes se hubiera forrado a "mayus". En tierras de Boabdil, sus palabras hubieran retumbado entre las paredes del recinto granadino, donde se nos atragantaron todas las reglas, las áreas y las centiáreas. Y por supuesto un mal árbitro, que debiera volver a la nevera de la que salió para desquiciarnos. Teixeira Vitienes, el joven de los dos hermanos, pertenece a esa camada de colegiados a los que ya se les ha pegado el arroz y que han dado lo mejor de sí para convertirse en mansos y peligrosos como los malos toros.

Ayer se "cargó" a Illarramendi porque era fácil. ¡Qué valiente!. En el centro del campo, en una jugada sin trascendencia, dejó a la Real con uno menos antes del descanso. Luego, en un final esperpéntico del primer periodo se comió un penalty de Carlos Martínez que lo vieron hasta los turistas que visitaban la Alhambra. Le habían recriminado su pasividad y blandura en uno de los últimos clásicos en donde erró hasta hartarse, mostrándose débil y sin personalidad. Los colegiados se empeñan en ser ellos quienes decidan los partidos, cuando eso corresponde a los protagonistas que son los jugadores. ¡Que seamos nosotros quienes ganemos o perdamos, pero que no nos derroten los elementos no entrenables!. Si al árbitro cántabro le coge por banda el profesor de matemáticas, le agarra de los dos carrillos y le forra a "mayus".

Pese a llegar con empate al vestuario, es probable que ni el más optimista de los seguidores realistas creyera en otra cosa distinta a la derrota. Hace tanto que la Real no sabe ganar con diez que sobre la suerte de los guipuzcoanos en la segunda parte nadie daba un duro. Dicho y hecho. No movimos ficha, esperando a ver qué pasaba. Al cuarto de hora ya nos habían marcado dos goles entre otras cosas porque el banquillo local había reaccionado a tiempo incluyendo a Uche en el terreno. Luego, más de lo mismo que recordó a los cinco de Vallecas, a los seis de Palma y al instalado "laissez faire, laissez passer" que me desconcierta desde el inicio de la temporada.

Los jugadores reciben mensajes permanentemente. De su entorno más cercano, de los aficionados, de los medios, de los dirigentes, de los técnicos, de sus propios compañeros. Aquellos que son fuertes los relativizan. Quienes no, pueden verse influenciados. Montanier en su comparecencia del viernes habló del valor del oponente, de su buena segunda vuelta y calificó el encuentro de ayer en Los Cármenes como no determinante. Pasados los noventa minutos y con todo lo sucedido dentro de la coctelera, la resultante nos deja con un expulsado en el terreno, otro en el banquillo, cuatro goles en contra, con el "goal average" particular perdido con los granadinos y la sordina inmediata a las euforias.

Iñaki de Mujika