“La tesis de Nancy” es un libro que escribió Ramón J. Sender. Lo leí hace tiempo. La sensación fue positiva quizás porque pesa el sentido del humor a lo largo de las cartas que una estudiante que está en Sevilla remite a su prima Betsy de Pensilvania. Nancy es una joven norteamericana que viaja a Alcalá de Guadaira para escribir allí su tesis doctoral, basada en el mundo gitano. Apenas domina el idioma. Va a clase, maneja los diccionarios, pero se vuelve loca con los refranes, argots, jergas, frases incompletas e ironías que no controla ni entiende.
Cada carta es un desfile de personajes y la acumulación de sucesos divertidos e incomprensibles. La americana se echa un novio gitano que atiende por Curro y le cuenta historias que ella cree a pies juntillas, como la de una esclava convertida en corza. El vocabulario le descentra porque es incapaz de entender los significados de leandras, beatas, malange, pelar la pava, bóbilis, fetén, carpanta, gazuza, lagarto o venadita. La mezcla ofrece momentos hilarantes.
No es de extrañar. Si conoces Sevilla y a los sevillanos comprobarás que hay un lenguaje subliminal que convive con el habitual como si tal cosa. Imagino a la rubia y atractiva Nancy paseando por la Plaza Nueva, cruzándose con un fulano que le dijera “Ozú, mi arma” y ella creyera que le iba a sacar la navaja. O que unos metros más adelante, un gachó le soltara “canelita en rama”, pensando que le invitaba a un arroz con leche. Y que un tercer individuo le espetara “Te comía hasta los mocos”, entendiendo que el chico necesitaba un pañuelo.
A orillas del Guadalquivir la rivalidad entre los dos equipos de la categoría está labrada a sangre y fuego. Los béticos llaman a los sevillistas “palanganas”, porque la camiseta recuerda a las antiguas jofainas ribeteadas en rojo. Los rivales llaman a los verdiblancos “pepinos” por el parecido color de su indumentaria con la cucurbitácea. La chunga les acompaña en cada paso y oportunidad. Recuerdo un aperitivo dominical cuando en la Bodega Santa Cruz (Las columnas) nos tomamos unos finos con un plato de jamón. Éramos cuatro enviados especiales que pusimos bote. La cuenta la hacen con tiza blanca sobre el mostrador.
El total alcanzó novecientas ochenta pesetas, es decir, no llegaba a seis euros. Por los precios, querido lector, notará que han pasado unos años. Dejamos mil. En ese momento, con el bar “abarrotao”, el camarero hizo sonar una campana estirando con toda su alma la cuerda del badajo. A gritos, para que se enterara todo el mundo, exclamaba “Propina, propina…cómo se nota que no son der Beti”. Todos los ojos se clavaron en nosotros que nos pusimos tan “coloraos” como las gambas que comimos en la siguiente parada.
El Betis era entrañable. Por sus filas pasaron jugadores emblemáticos como “el inglés” Esnaola o Del Sol, Quino, Areta, Rogelio, Anzarda, Cardeñosa, Gordillo o Bizcocho, cuyo apellido hubiera vuelto loca a Nancy. Caían simpáticos y se dejaban querer, pero en la historia de los clubes aparecen personajes que lo descalabran todo haciendo perder las esencias tradicionales, el santo y seña. El “manquepierda” llevaba de la mano cariño y devoción al mismo tiempo.
De aquel Betis al de hoy existe un largo trecho. Trata ahora de recuperar parte del tiempo perdido. Se encarga en el banquillo un buen técnico. Pepe Mel se hinchaba a meter goles defendiendo la camiseta con la que ahora juegan sus pupilos. A lo largo de la temporada estuvo en algún momento en la cuerda floja, “kilikolo” sobre todo en la primera vuelta en el que el tanto de Iñigo Martínez le complicó la existencia. La paciencia y la confianza recondujeron la situación y el Betis llegó anoche con las tareas casi hechas.
El empate de Anoeta confirma el punto de distancia entre unos y otros. Por tanto, el Betis va por delante. Cierto es que la Real falló un penalty y que un remate de Ansotegi se estrelló en el palo y que el gol de Vela, incluyendo la jugada, fue lo más granado que ofreció el equipo de Montanier, al que un sector del público por cierto le pidió que busque acomodo en otro destino. Suerte que Eñaut, pudo sacarse la espina del partido de Mallorca y cumplió con creces lo que se le exigía.
El Betis midió fuerzas y jugadores para después de encajar un gol pelear por el empate y si se podía por la victoria. La rozaron con un remate de Roque Santa Cruz que dejó sin habla a los veintiún mil valientes que aguantaron con estoicismo en la grada un partido plano y poco atrayente. Como si la semana de pasión no hubiera concluido. Si aquella estudiante americana que atendía por Nancy hubiese llegado al estadio con su novio, se hubiera traspuesto sin dudar. Al despertarse es posible que preguntara ¿Hay que pagar para dormirse?