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¡Les sienta bien trasnochar!

Charo Rotaeche, lo escribía todo con “ch”, era una de las tres hermanas que vivía en un coqueto piso de la madrileña calle de Quintana. Las tres, solteras. Venían de la guerra y de la postguerra. Las circunstancias familiares les llevaron de Bilbao a Madrid en donde compartieron con sus padres ideología, labores y aficiones. Eran muy religiosas y se comían los santos hasta por la peana. Casilda y Pilar llegaron a sentir la vocación y en algún momento pensaron en meterse monjas, pero el negocio familiar y su buen nivel de vida terminaron por alejar la idea de sus cabezas.

Iban juntas a todas partes. Y fumaban como carreteros. En aquel tiempo estaba mal visto que las mujeres encendieran cigarrillos, pero a éstas les daba igual. Abrían las pitilleras de plata, sacaban el Dupont de los negros bolsos y a echar humo en la cafetería de la calle Altamirano en la que se pasaban las tardes enteras de cháchara con señoras parecidas a ellas. Un café con leche les duraba las tres horas que ocupaban mesa entre las cinco y las ocho. Eran inconfundibles. Todas vestidas de morados, grises y negros, arregladas, pintadas y maquilladas, con collares de dos vueltas de perlas blancas cubriendo sus cuellos.

Los domingos iban a misa de doce. Siempre a la parroquia del Buen Suceso en la calle Princesa. Se encontraban allí con sus sobrinos, hijos de primos y primas, a los que invitaban luego al aperitivo de mostos y calamares. Antes de despedirse daban dos duros de propina a los pequeños y cinco a los mayores. Así durante años. Eran tiempos en los que no había televisión y menos aún fútbol televisado. Las Rotaeche no eran futboleras. Sólo Charito se postulaba como seguidora del Athletic. Un día se le antojó ir al estadio. Jugaban los vizcaínos en la cancha del Atco. de Madrid, entonces el viejo Metropolitano. Como les pillaba cerca de casa fueron todos andando. Tía y sobrinos. Compraron entradas caras y se sentaron.

Los chavales se aturdían al comprobar que la señora animaba como una posesa a los locales, sabedores que era fiel hincha de los leones aunque no distinguiera a Orue de Canito. Solo conocía a “Piru” Gainza. Pasado un cuarto de hora, Alberto, el mayor de los ahijados, se atrevió a preguntarle la causa de tanto fervor a favor de los colchoneros. La tía le miró con perplejidad. “Voy a favor del Athletic de Bilbao”, afirmó un poco enfadada porque dudase de su filia. “Estás animando al Atleti” confirmó el chaval. Charito desconocía que la coincidencia de colores obligara a los visitantes a variar de indumentaria. A partir de aquel momento, cambió la orientación de sus vítores con la consiguiente sorpresa de la grada que le rodeaba. Ignoro cómo acabó el partido y su integridad, pero no volvió más al campo.

En verano abandonaban Madrid para irse a Málaga en donde disponían de un ático en Guadalmar. Pasados pocos años, ya jubiladas, decidieron vender este piso y el de invierno para comprarse una mansión en los aledaños de La Malagueta y pasar allí los últimos años, bastantes por cierto, de su vida, porque dos de ellas fallecieron con noventa y Charito, la más joven, con uno menos. Eran entrañables y divertidas. Alguna vez, cuando tocaba partido en La Rosaleda, solía ir a visitarles.

En ese campo, totalmente remozado y viviendo momentos de esplendor gracias al hacer de un jeque catarí que atiende por Abdullah Al-Tahn, jugó ayer la Real. Llegaron muy tarde al hotel por esas cosas de los aviones retrasados, enlaces y desajustes. Les sienta estupendamente andar de noche, porque después del Gabana arrasaron al Rayo y tras el viajecito de ida que se pegaron el sábado dieron la cara ante el todopoderoso equipo de Pellegrini. ¡Que sigan saliendo de noche!.

Con el gol de Isco, la expulsión de Mikel y todo el segundo tiempo por delante, sin perder de vista que cuando nos quedamos con diez capotamos, los de Montanier dieron la cara con casi todo en contra. Juntaron líneas, cerraron espacios y atacaron cuando les dejaron. En una de esas llegadas empató Xabi Prieto y en otra pudo marcar el segundo. La Real se pareció mucho al equipo que nos gusta, porque jugó en colectivo cuando más apretaba la necesidad y el entrenador acertó en todas las decisiones.

Ciertamente, sería injusto no destacar a Claudio Bravo. El chileno lo paró todo para disgusto de su compatriota Pellegrini y para satisfacción de los realistas del sur, esos que también sienten al equipo y lo festejan. Si Charo Roateche hubiera pertenecido a este siglo, se hubiera mezclado entre la feligresía y a la salida le hubiera estampado un par de besos al guardameta. Hoy las formas son diferentes, pero los sentimientos permanecen.

                                                      

 

Iñaki de Mujika