Coincido muchos días con Juantxo Villarreal en el autobús que nos devuelve a casa tras la jornada laboral. Rara vez hablamos de balonmano y aún menos de la gloria vivida y compartida. Cada uno llevamos dentro (él muchas más que yo) algo así como un tesoro de experiencias irrepetibles que se sucedieron en poco tiempo. La suma de factores no alteró entonces el producto, sino que lo agrandó hasta hacerlo casi infinito. Los dirigentes, los técnicos, los jugadores, la afición y los que nos encargábamos de contarlo sumamos en la misma dirección. Ni una sola fisura.
Últimamente en la conversación surgen temas del recorrido, quizás porque llega el día de las celebraciones. Tratamos de desempolvar momentos, anécdotas, vivencias, partidos, sensaciones…A veces, con la distancia del tiempo pasado, nos reímos mucho. Nos han pasado tantas cosas que agruparlas en un espacio es tarea compleja.
Recordamos un viaje a Veszprem. Entonces no había euros, ni hoteles de alto rango. Había lo que había y te amoldabas. Cerca del lago Balaton tocaba repartir habitaciones. Invierno gélido en aquellas tierras de Hungría. Las que disponían de agua caliente no contaban con calefacción. En las que funcionaban los radiadores, las duchas echaban el agua fría. A la mañana siguiente el trajín por los pasillos fue monumental y quien se atrevió a mojarse con fría gritó como un poseso.
El tema de aviones y vuelos siempre da juego. Perder un enlace o que algo fallara pertenecía al guión. Camino de Stavanger (Noruega) el trasbordo no fue posible, porque el trayecto en Londres entre dos aeropuertos se convirtió en un atasco increíble que impidió volar en día y hora. Total que a pasar noche en la City. Buscaron para todos un hotel cerca del aeropuerto. Cenamos como pudimos y a la cama. Sin otra cosa más divertida que hacer, a coger el mando de la tele y al zapping. En un canal había carne de ternera, magra y con vetas de bacon. Al día siguiente, cola de expedicionarios a pasar por caja, porque ver “kattalins” y “paparrush” eran de pago.
En algunos desplazamientos no faltaban los cocineros. Y se agradecía, ya que el trabajo de César e Ita por satisfacer las necesidades era encomiable e impagable. Las expediciones salían con más intendencia que una compañía de regulares para cruzar el desierto. El mejor escribano echa un borrón y si comimos bien mil veces, la tendencia será siempre recordar el comedor de aquel colegio-residencia en Antwerpen (Amberes). Como siempre, en día de partido, tocaba pasta. Macarrones con algún aditamento. Llegó la hora, todos esperando a hincar el diente. Matarile. Confundieron la sal con el azúcar y aquello fue más postre que primero. Por lo dulce!. No influyó en el resultado porque se ganó con holgura.
No sé si esto lo debo contar, pero es imposible olvidar el día que el club firmó el convenio de patrocinio con los dirigentes franceses propietarios de la firma con la que se llegó al acuerdo. Vino un señor muy importante, un alto cargo y había que impresionar. La sala habilitada al efecto estaba petada de prensa y turisteo y la mesa presidencial atiborrada de micrófonos. Creo que puse todos los que teníamos. Dos en el centro y otros dos en las esquinas. Todos con sus correspondientes largos cables que se perdían en el horizonte y no se conectaban a nada. Llevaron incluso un señor que cortaba un jamón de pata negra que estaba que te morías. Esto, más un “moñoño” finolis procedente de la France y unos bombones de la casa, se convirtió en un café torero del que salimos todos bastante “perjudicados”. Allí se gestó el camino a la final victoriosa de Zagreb.
Esa fue la ciudad donde pasamos miedo, yo por lo menos. Por las calles circulaban las tanquetas de la ONU. Las medidas de seguridad eran enormes, porque se vivían momentos bélicos. Los croatas reivindicaban la independencia de su país ante los serbios. Como en la expedición había unos cuantos, la policía se paseaba vigilante por la planta del hotel en el que nos alejábamos. Ya en el partido, la grada rugió como nunca. Ambiente infernal, que se agudizó cuando concluyó la contienda y los irundarras se proclamaron campeones continentales. El público se desmandó de tal modo que debió entrar la policía. Como no podían, accedieron otros de más nivel que sacudieron estopa de lo lindo. Los disolvieron en un santiamén.
Llovían sillas, mecheros y lo que hiciera falta. Como transmitíamos al borde del terreno en la misma pista, éramos blanco fácil. Así que, micrófono en ristre seguimos narrando bajo una mesa protectora. El equipo se fue disparado al vestuario. Cagaditos ellos. Cuando la calma volvió y en la grada no quedaba ni alma, se procedió a la entrega del preciado trofeo para satisfacción general de todos, menos de Slavko Goluza, el capitán del Zagreb que en la cancha jugaba espléndidamente pero que tenía muy mala milk.
Estas historias y otras que no pueden contarse se recordarán el día en que los protagonistas se juntan para conmemorar el aniversario. Será bonito y bueno, sobre todo si, además de mirar atrás, la fuerza de tanta vivencia sirve para el futuro. No es bueno que las entidades se agarren a la historia y se anclen en el pasado. Las oportunidades no deben desaprovecharse. Ahora es todo mucho más complejo. Los recursos económicos son los que son, pero siempre perdura el capital humano, ese al que se aferra para mantener el tipo en medio de las zozobras. Es importante saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde podemos ir. En el deporte actual esto es un valor. Bidasoa lo debe aprovechar y explotar aprovechando el tirón dorado de sus colores y de la historia en la que es imposible confundir la sal con el azúcar.