No puedo con Mourinho. Se escapa de la fotografía de familia, de la idea que tengo sobre lo que debe ser y hacer un entrenador. Si fuera presidente y estuviera a mi alcance su contratación, no sería el elegido.
No discuto sus conocimientos, ni las capacidades para desempeñar el trabajo de técnico. Lo que chirría son ciertos comportamientos que no ponen orla a su trabajo, más bien lo contrario. El entrenador portugués arremete contra la prensa cuando le apetece. Se ausenta de las ruedas de prensa cuando quiere y pone a los pies de los caballos a su ayudante que se come los marrones.
Pero Mourinho se sirve también de la prensa cuando se trata de enviar recados a sus jugadores y arremeter contra su actitud, o castigar a quienes dicen o hacen aquello que no le gusta. Viejo truco que por conocido no pierde validez. En ese juego se descubren y ponen de manifiesto sus limitaciones a la hora de gestionar grupos y egos personales.
Basta seguir su trayectoria como entrenador y comprobar que nunca permanece más de dos años en aquellos equipos por los que pasa. Lo quema todo. El último suceso se relaciona con el fiasco de la liga, donde el equipo que entrena ha cedido ocho puntos a su eterno rival en cuatro jornadas de liga.
Apela a los sentimientos y compromisos. Ante el Manchester City decide prescindir de algún jugador imprescindible y casi se le monta un belén. Si no aparece en el descuento del partido “Tristiano” Ronaldo, a esta hora a lo mejor el fuego de la hoguera que él ha encendido llevaría las llamas más arriba de lo recomendable.
Ese estilo quema y desgasta. Los entrenadores deben ser pasionales, pero inquebrantables en la relación con los suyos, fiables siempre en el comportamiento.
Y que quieren que les diga, Mourinho me crea dudas.