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El diccionario de las tapas rojas

Maximiliano Martín fue mi segundo profesor de griego. Era de un pueblecito de Valladolid, pero nada futbolero. La guerra le pilló joven. Creyente, fue más allá de los sentimientos y profesó votos de pobreza, castidad y obediencia. Nos daba clase con una sotana negra que no se quitaba ni dentro, ni fuera del convento. El clériman y la ropa de seglar todavía tardaron en llegar. Entonces, para que los religiosos se despojaran de cualquier relación con el mundanal ruido, les cambiaban incluso de nombre, que en su caso pasó a ser Hilario.

Bueno, no. El alias que la grey colegial le asignó en el tiempo fue “Cachito”, porque era pequeño, regordete, sonrosadote, con un hermoso piporro de nariz y muy buena gente. Sólo se endemoniaba cuando le cortaban el poco pelo que le quedaba. Lo sabíamos y había que guardar mucho la compostura aquellas tardes en las que traspasaba el umbral de la puerta como si se tratara de una roja bola de billar para hacer la carambola.

Asignado como tutor del grupo, impartía clases de religión, literatura y griego. En esta asignatura se ajustaba al mismo método. Primero, la teoría y luego, la práctica que consistía en escribir sobre el enorme encerado negro un texto que poco a poco íbamos tratándolo hasta dominarlo y traducirlo. Casi siempre se trataba de una fábula de Esopo o, muy al final de curso, algo de Tucídides o partes de la Anábasis de Jenofonte que siempre se me atragantaban.

La estructura sintáctica se dominaba, pero los verbos…¡Ay, los verbos!. El profesor se reía mucho de nosotros porque los aoristos eran unos hijos de su madre. Irregulares, con raíces distintas al infinitivo, no había forma de descubrirlos. Allí estábamos todos, tirando del “Berenguer Amenós”, el diccionario de tapas rojas que aún conservo y en el que se encontraban siempre las claves y respuestas que necesitábamos. Después de escudriñar y escudriñar, a veces tirábamos la toalla. Entonces, con una sonrisa de lado a lado, sentenciaba: “Se busca, pero no se encuentra”.

Con los años de estudio y la experiencia acumulada terminé dominando el griego. No sé si Montanier se defiende en la lengua de Homero, pero le pasa lo mismo que a nosotros cuando medíamos los dáctilos y los espondeos. El míster lleva buscando la fórmula para afrontar los partidos de fuera de casa. Coge la plantilla. Le da vueltas y vueltas, pero sin encontrar la tecla. Pone un portero, cuatro defensas definidos, dos pivotes asentados. Hasta ahí parece claro e inamovible. Pero con los cuatro que le faltan juega al gato y al ratón. Que sin punta, que con falso “9”, que los zurdos en la diestra y los diestros à la gauche. Que con enganche, que con tres en “v”, que en rombo, que tocando, que sin tocar y todo directo, que…hasta la fría noche de Zorrilla no tocaba pelo. ¡Se busca pero no se encuentra!.

Esta vez aún se complicaba todo mucho más. Tres partidos en seis días con horarios de mañana, tarde y noche. Dos viajes, poco entrenamiento y la experiencia cercana que en el tiempo nos arruinaba semanas como ésta. Con escayolados, lisiados, doloridos y el descartado Estrada al margen, decidió el once con derecho a pulmonía. Para empezar, sorpresa en el flanco derecho en donde se alineó Carlos Martínez, el titán de Lodosa, por detrás, mientras que Carlos Vela “hizo” de XP por delante. Griezmann por dentro, Chory por la izquierda y Agirretxe incrustado entre Rueda y Marc Valiente completaban la vanguardia. Por tanto, alineación nueva y ofensiva a reventar. Cinco zurdos titulares y uno más en el banquillo. Sin duda, mensaje para intentar la victoria, pero con el riesgo de apretar poco por dentro en la zona ancha, allí donde se instala el salmantino y peligroso Oscar.

El partido comenzó con la sensación de que la Real se orientaba mejor hacia el ataque, aunque a medida que los minutos pasaron el encuentro se igualó. A los guipuzcoanos les volvieron a fallar los tacos. ¿Hay alguien en el club que ponga los huevos en la mesa y les obligue a jugar con lo que hay que jugar y no con zapatillas de bailarina en campos helados, mojados y resbaladizos como el de anoche?. ¡Ya está bien!.

Estuvo mejor el gol de ¡Antoine, vida mía! que acertó a meter el balón en la meta de Dani Hernández. El tanto no debió subir al marcador por fuera de juego, pero como el linier no vio nada raro, la Real se puso en ventaja. Le duró siete minutos. Ese fue el tiempo que tardó el Valladolid para tirar a puerta desde las orillas del Pisuerga y subir el empate al marcador.

Como tantas otras veces, la ventaja no nos duró nada. Así que como eran casi las diez y media de la noche y estaba con un hambre terrible decidí ir a la cocina, calentarme un poco de arroz y abrir el diccionario de las tapas rojas, tratando de encontrar las respuestas necesarias para que en la segunda parte algo cambiara y se pusiera de nuestro lado. Pasado el primer cuarto de hora estrellamos un balón en el larguero y otra vez el chico de Macon adelantaba a los suyos. Fue entonces cuando decidí apagar la tele e irme a la cama, antes de que los nervios me condenaran al insomnio, porque algo (y no bueno9 iba a pasar..

 

Iñaki de Mujika