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¿Cómo debe ser un buen entrenador?

No recuerdo bien si fue en la primera o segunda temporada de Unai Emery en Valencia que un par de horas antes de un partido en Mestalla, siguiendo el ritual habitual, cogí un taxi y le pedí que me llevara al estadio. En esa ciudad como te descuides un poco te pilla un atasco y llegas apurado al fútbol. Como tantas otras veces me senté atrás y a la derecha, en posición oblicua al chófer para que, si miraba por el retrovisor o se giraba, tuviera la oportunidad de verme. Así distingue perfectamente que no soy el árbitro. ¡Por si acaso!.

Dedujo que iba al partido y sin preguntarle nada comenzó a hablar de fútbol, en concreto de Emery. Se despachó a gusto. Le puso de vuelta y media, mientras yo mantenía un silencio que para nada era cómplice. Siguió y siguió rajando mientras el vehículo continuaba en paralelo al viejo cauce del Turia. Cuando llegamos a la altura del Convent de Sant Domenec y antes de girar buscando la avenida de Suecia, me atreví a decirle: “A mí me gusta”. No pegó un frenazo de milagro, pero noté que no se lo esperaba. A partir de ahí, no volvimos a decir nada hasta que le pregunté el precio, pagué y nos despedimos.

Desde aquel día y hasta que se marchó pasaron varias temporadas, decenas de partidos y centenares de entrenamientos. Aguantó carros y carretas y mantuvo el tipo consiguiendo que su equipo fuera siempre el mejor después de los inalcanzables. Cuando iba un viernes camino de Cartagena paré a cenar con él. Sentados, mientras picábamos en el María de la O, charlamos de la situación futbolera de ambos. Nosotros en Segunda tratando de ascender y él en su mundo. Terminaba contrato. Le encontré mayor, arrugado y con ojeras. Le dije sin tapujos que no siguiera. ¡Ni caso. Renovó!.

La propuesta de juego era y es atractiva. Y el reto, también, porque necesita complicidad de los jugadores. Cada temporada le traspasaron a los mejores y siguió empeñado en que el rendimiento estuviera al nivel de sus deseos y exigencia. Para conseguirlo hay que meter muchas horas, estar convencido de lo que quieres y saber convivir con la realidad. No es fácil. Mucho menos cuando casi todos los elementos están en contra.

A Valencia había llegado Pellegrino. Antes de iniciarse esta jornada el equipo ché daba la talla en casa, pero ha caído fuera con estrépito. Llevaba un punto a la Real y estaba a ocho de Champions y a diecinueve del líder sin cumplirse un trimestre de competición. En las mismas circunstancias, al anterior míster le hubieran diseñado un motín efervescente. ¿Quién es mejor, éste o aquél?. ¿Cuáles son los criterios por los que se rige un club para elegir un técnico?. ¿Qué información manejan y qué parámetros dominan a la hora de decidir el responsable?. Tras el 2-5 inapelable de ayer, los rectores valencianistas se cargan al técnico un trimestre después de perder al anterior por caprichosos. Cese en toda regla.

Cabe preguntarse cómo debe ser un buen entrenador. Estoy seguro que si todos los lectores de esta sección pudieran responder encontraríamos decenas de propuestas y argumentos. Probablemente el perfil que saliera de la coctelera se parecería poco a muchos de los técnicos que hoy se sientan en los banquillos de Primera. Andaba perdido por esos mundos, cavilando, cuando dieron las seis y comenzó el partido. Sinceramente, creía poco, por no decir nada, en las posibilidades del equipo sobre todo después de encajar un gol antes de respirar. Como Montanier había anunciado que no era fácil jugar sin pivotes defensivos y ausentes Markel, Elustondo, Illarramendi…el “paquete” buscaba dueño.

Una situación que se daba después del fiasco en copa. Me encanta escuchar la naturalidad con la que los protagonistas pasan página y hablan del siguiente partido como la oportunidad pintiparada de levantarse. Lo dijeron los futbolistas, el entrenador y los entusiastas seguidores que creen y perdonan las traiciones a las esperanzas e ilusiones. Como he escuchado esta milonga decenas de veces y me la sé de memoria, no hago ni puñetero caso y espero a ver qué pasa.

Y pasó lo que tenía que pasar. Que Zurutuza y Rubén Pardo asumieron la responsabilidad de gobernar. Pasado el lamentable primer cuarto de hora, la máquina comenzó a revolucionarse aprovechando que los de casa andan para sopas y sorber. Llegadas por aquí, remates por allá y el meta Alves defendiendo con heroicidad la portería. La Real estaba mereciendo de largo, por lo menos, empatar. ¡Y qué empate!. De la Bella se regaló un gol (hoy es su cumpleaños) de esos que deben guardarse en las videotecas. El tanto agrandó las expectativas porque poco antes los locales se quedaban con diez por la expulsión de Jonás, que de un mangazo casi le quita el bigote a “Zuru”.

La segunda parte fue un escándalo. Los tantos cayeron con inusitada eficacia. Si en la primera mitad las oportunidades se quedaban en eso, tras el descanso se convertían en goles hasta los remates que venían de la luna, de la enorme luna que ayer lucía en el cielo de Valencia. A la vista del resultado, de la victoria contundente, del cese de Pellegrino, cabe hacerse la pregunta: ¿Cómo debe ser un buen entrenador?.

 

 

 

Iñaki de Mujika