La visita a Cornellá venía precedida de recuerdos en el tiempo: la lejana victoria ante el Valladolid, la turística estancia en Boltaña, las ausencias de los seleccionados, pero también de las secuelas y derivas de ese periodo en el que a lo mejor se pierden el encanto, la eficacia, la pasión y la tensión y futbolistas, sobre todo futbolistas: Bravo, Vela, Castro, además de Elustondo. ¡Miedo me daba el partido!, máxime, como apostilló Montanier, sabiendo que el Espanyol, desde que le entrena Aguirre, no había perdido un partido en casa. Pasado el envite sigue con la marca, aunque le costara ceder un punto.
Quizás a nosotros nos pasó algo parecido. Tanto tiempo sin partidos te aleja de la realidad por mucho que trates de esquivarlo. No me gusta viajar cuando se mueve tanta gente. Decido quedarme en casa al olor de los inciensos, oficios y procesiones. Como éstas se suspendieron por chaparrones, no encontré mejor idea que meterme en la cocina y dedicarme a los fogones con nota dispar en el éxito. Lamentable bizcocho que no creció porque debí echar poca levadura y estupendas torrijas, simples, con azúcar y canela. Nada más.
Recuerdo unas sevillanas, atiborradas de miel, almibaradas y dulcísimas, de la afamada pastelería de La Campana por donde inician el recorrido oficial todos los pasos de La Madrugá hispalense. No hay momento más emocionante que ver llegar por allí a la Esperanza de Triana, mientras la banda interpreta el pasodoble del maestro Farfán “Pasan los campanilleros”. Aunque para cuando sucede eso, debes pasar una noche en vela y de pie. Impresiona.
Hecha la acotación, retorno a la cocina. Bordé una coliflor con bechamel, gratinada al horno, que aún me queda y unas patatas a lo pobre que me enseñaron hace años en un restaurante de Zamora. No sé qué secreto tenían aquellas, pero no soy capaz de igualarlas. Reconozco que en ese tiempo pensé poco en el equipo y en el partido de ayer. Pero a medida que se acerca la hora no te queda otra que apretarte los machos y situarte.
Con las ausencias antedichas al técnico realista le tocaba mover ficha y cambiar por obligación. En la portería estaba clara la presencia de Eñaut, pero de la raya hacia adelante cabían muchas opciones: el retorno de Markel o dejar a los dos pivotes que rindieron ante el Valladolid; adelantar la posición de Zuru a la media punta y reenviar a Xabi Prieto a la banda, con Imanol arriba y Griezmann en su banda, o…Ninguna sorpresa porque el entrenador ya no experimenta, sino que tira de libreto. El equipo previsto saltó al campo, lo mismo que su rival.
El partido además de los puntos ofrecía otros alicientes. Verdú, el “10”, por ejemplo. Supongo que había muchos ojos sobre él y su actuación. Ante todo por parte de los muchos seguidores realistas que se dieron cita en el terreno españolista. Cuando menos curiosidad por el comportamiento del chico sobre el césped. Saben que en el runrún futuro de incorporaciones, nos adjudican interés por este futbolista. A nadie se le escapa que si la Real termina la competición en puestos europeos se topará de frente con la dura y exigente realidad de afrontar la próxima temporada tres competiciones. Y que eso es complejo y obliga a plantearse muchas realidades. Entre ellas, disponer de una plantilla más larga y experta, mayor fondo de armario, para no caer en pasados errores y evitarnos sobresaltos. En ese orden, el capitán de los periquitos luce y ofrece calidad como para no pasar desapercibido.
El fútbol y el Espanyol nos pusieron pronto en el escenario que no deseábamos. Perder en el mar de las dudas. El gol de Sergio García marcaba paso y enseñaba dientes. He escrito muchas veces que el perro se parece al amo y que los ojos de su cara detectan comportamientos. Los pupilos de Javier Aguirre hoy no te dan ni los buenos días, ni te invitan a ronda aunque sea gratis. Aprietan y aprietan. Se te pegan y te cortocircuitan los caminos que elijas para tu juego. A eso tardamos en dar respuesta. Posesión sí, pero en la zona ficticia. En los terrenos de la exigencia, poca leche.
El gol del empate llegó cuando menos lo esperábamos, de aquella manera, un poco a la remanguillé. Zurutuza encontró el rechace y dibujó un pase (se nota que de txiki pintaba) para mandar la pelota al fondo de la meta de Casilla. Es decir que, tras la racha de fortalezas locales, el empate figuraba en el marcador. Volver a empezar por parte de los de casa y otra vez gol en contra, tras jugada de tiralíneas, ensayada y decisiva. Sergio García, Stuani, Simao, Verdú…nombres propios para descomponer a cualquiera. Peloteros verticales, poco especuladores con el balón y letales en el remate.
Cobrada la ventaja de nuevo, el técnico mexicano lo celebró a su manera, con un soberano corte de mangas, como si quiera decir al mundo dónde lleva la cesta Caperucita. Supongo que feliz y sin dirigirse a nadie. Le tengo por educado, aunque luego en sala de prensa respondiera, cuando le preguntaron por su continuidad, que ese asunto se la sudaba. Lo cierto es que al borde del descanso la balanza se inclinaba del lado local.
Tocaba mover ficha. A Montanier, en concreto. Y lo hizo con Ifrán y Pardo. Se trataba de jugar más rápido, atascarse menos, moverse y buscar la meta contraria. Antes de la jugada decisiva, Agirretxe juró por bajines porque el portero le sacó dos balones que merecían gol. Ahora se abría el juego, se corrían las bandas y se centraba. Resultado: el gol del empate, aunque fuera en propia meta.
Pérez Montero pitó el final y los fieles seguidores que acudieron a Cornellá celebraron el punto por bueno y valioso. Ello significaba superar el trance del parón, las ausencias y las dudas que el equipo ofreció en algunas fases del encuentro. No era fácil salir enteros de un terreno en el que el lobo muerde en cuanto le dejes o te descuides. Sobre todo si huele que la cesta de la capucha roja no está vacía.