Alberto de la Bella es uno de esos futbolistas que llegó al escaparate principal de la competición por los caminos más inverosímiles y, por supuesto, impensables. Un día le rescataron del filial sevillista. Contaba en una entrevista aquí publicada, y que nunca niega, que aquel verano estando de vacaciones vio en su móvil una llamada perdida que comenzaba por “943”. Creyó que le llamaban de Irún, porque el Real Unión había ascendido de categoría y a lo mejor se interesaban.
Nunca pensó que fuera la Real, en Segunda, quien realmente hubiera apretado las teclas de aquel número que aún conserva en su celular. Luego, las cosas siguieron su cauce y concretó el acuerdo con el club cuya camiseta defiende con absoluta honradez. Aquella decisión conllevaba riesgo para las dos partes, porque pudiera pensarse que la adaptación al entorno no iba a ser fácil y porque su rendimiento era una incógnita.
Han pasado unas cuantas temporadas y se ha hecho con el puesto en propiedad y se atreve a chutar a puerta y meter goles y ser feliz. Ayer firmó el 3.001 que vale lo mismo que el anterior y el posterior. Lo celebra con más pasión que los habituales, precisamente por eso. El remate ante el Málaga fue espléndido, como el partido que se pegó y la temporada que está ofreciendo. Eso es lo que ve el espectador, pero quienes le conocen y comparten con él vestuario, objetivos y experiencias saben que es un tío humilde, perfectamente adaptado y que cumple intachable el rol que le corresponde en ese colectivo.
Cuando llegó aquí era un desconocido que no salía en los cromos. No sonaba. Tiramos todos de manual y de páginas web. De repente le encontramos desfilando por las pasarelas y enseñando calzoncillos de una marca que acababa en “bergs”. ¡Ay, madre!. Pronto aprendió lo que valía un peine y entendió que lo prioritario es creer en uno mismo y dejarse de flores y pájaros. Hacer grupo y plantearse objetivos, colectivos y personales. Ahora que está en un momento espléndido le servirá de referencia aquel tiempo en que lo pasó mal, cuando el entrenador de turno decidió sentarle para darle su puesto a Mikel González. Dura situación de la que supo sacar conclusiones y ofrecer respuestas.
Ayer es muy probable que cuando le dijeron que no jugaba Joaquín, respirara profundamente, se liberara de la autopresión impuesta y decidiera echar el resto para completar un partido del que poder presumir. Lo mismo que los seguidores del equipo, inmensamente felices por verles ganar y ocupar un puesto clasificatorio que da vértigo y orgullo al mismo tiempo.
Te preguntarás, a lo mejor, por qué se me ocurre hablar de este chico catalán de Santa Coloma de Gramanet. Precisamente, por eso, porque pertenece a la plantilla y es uno más de sus componentes. Ayer Vela marcó el 3.000, Alberto el 3001, Griezmann firmó el 3002 e Iñigo Martínez, el 3003. ¿Cabe más pluralidad?. Esa es la Real de hoy, la que dispone de un equipo formidable, que se lleva magníficamente y que, fuera de las instalaciones que comparte, prolonga la relación y los proyectos. Ese es un valor añadido, una riqueza, que apetece destacar. El grupo, por encima de las individualidades.
Estas cosas le han hecho fuerte y cohesionado. Parece que dé igual enfrentarse al Málaga o al Apurtuarte. Pasan los minutos y no sucede nada. Hasta que, de repente, como si alguien tocara trompeta a rebato, zafarrancho colectivo y gol en la primera llegada. Segundo toque de clarín y nuevo tanto; tercer sólo y otro al saco. Es decir que, en un santiamén partido resuelto. Luego, adornos, otros goles, lesiones, taconazos gozosos y ambiente festivo en la grada.
En medio de semejante algazara este chico del que hoy me ocupo pegó un pepinazo que entró ajustadito al palo para que el pedazo de portero que había enfrente no llegara pese a estirarse. Lo celebró, lo disfrutó y lo añadió al elenco de los tantos hermosos que el partido ofreció. Siguen haciendo camino, aunque haya bajas, lesiones, ansiedad. Cada vez está más cerca el premio. Muchos saben que lo han pasado mal en distintos momentos del pasado reciente y aspiran a resarcirse. Se lo merecen.
Entre ellos, Alberto de la Bella, ese futbolista que un día se apuntó como modelo de gallumbos belgas y hoy sigue siendo modelo, modelo de fidelidad y agradecimiento a unos colores, a una camiseta, a unos compañeros, a un club. En eso, afortunadamente, no está solo.
Del partido voy a decir poco. O nada. Me encantaría que los andaluces pasaran la eliminatoria, porque lo suyo es de mérito. Viven en la incógnita permanente, bajo la sombra de un jeque virtual, con un entrenador formidable capaz de convencerles de que sólo había un camino que beneficiaba a todos. Le creyeron y lo están siguiendo a pies juntillas con mérito y acierto. Ayer las rotaciones y los sueños futuros les condenaron. Al otro lado de la línea divisoria había un equipo humilde y con hambre de victorias.