Confieso mi desconocimiento en materia de remontadas. Este domingo veía la final de la Copa del Rey entre el VRAC y el Ordizia. Los vallisoletanos saltaron más enchufados al césped del santanderino Sardinero. Se pusieron por delante 17-0 y daba la sensación de que la copa ya tenía dueño. O, al menos, eso parecía.
El año ordiziarra no ha sido fácil. Cambios en la plantilla y lesiones, muchas lesiones con las que no ha sido fácil convivir. Pudiera creerse que la derrota iba a prolongar el camino de espinas del equipo guipuzcoano. Pero, no. Llegó casi la media hora. Danny Kroll, que es uno de los grandes de la plantilla, logró un ensayo y su transformación. Había vida. Esta se prolongó pocos minutos después. Idéntica historia que firma Ion Ander Grende y que el propio Kroll materializa entre palos. (17-14) y descanso.
Es decir que casi estaban las espadas en alto cuando menos se esperaba. Reacción espléndida y sensaciones muy diferentes. Si la cara es el espejo del alma, la situación apuntaba a cambio. Todo el esfuerzo de los pucelanos parecía baldío, en tanto que los guipuzcoanos veían premiado su espíritu y su acierto.
La segunda parte prolongó la tendencia. Dos ensayos de Phil Huxford y un golpe de castigo que no desaprovechó Kroll protagonizaron la definitiva remontada hasta alcanzar el 17-27 final, es decir que de un 17-0 desfavorable, se pasó al resultado decisivo diez puntos a favor de las tesis que permitieron renovar el título.
Cuando el árbitro Rafael Ortega pitó el final, la grada explotó de júbilo y los seguidores ordiziarras comprobaron una vez más que los esfuerzos merecen la pena. Luego, las celebraciones. La entrega de medallas y trofeos. Joanes Aierbe fue a por la copa, con su hija en hombros, blandiendo una espada en la mano derecha y una pequeña ikurriña en la izquierda. Todo un simbolo en el que se mezclan fortaleza y sentimientos, entrega y pertenencia, pasado y futuro. Tantas cosas.
Misión cumplida y mucho aire fresco para el proyecto del rugby, un deporte como todos, tocado por la crisis, pero que mantiene intactos los valores. Ver jugar al Ordizia permite comprobarlo, más allá de las dificultades.