Loja es un pueblo del occidente granadino con mucha vida e historia, lleno de iglesias, ermitas y conventos, además de otros edificios. Allí nació un militar, que llegó a general y que presidió siete veces el consejo de ministros en tiempos de Isabel II, es decir, lo que hace ahora Rajoy pero con idas y venidas, salidas y entradas y un sin fin de situaciones que los amantes de la historia del S. XIX conocen y viven con pasión. Se llamaba Ramón María Narváez. Recibió por su fidelidad a la reina el título de Duque de Valencia.
Si sientes atracción por biografías impensables en una sociedad como la nuestra, merece la pena, aunque sea sólo por curiosidad, acercarte a este personaje, conocido popularmente como “El espadón de Loja”. Batalló por estos pagos en Mendigorría y Arlabán y todos le reconocen habilidad y capacidad para consensuar tendencias entre moderados y progresistas, siendo defensor a ultranza del liberalismo.
No podía perdonar a sus enemigos porque, decía, “los he matado a todos”. Cuentan, no sé si entre leyenda, realidad o ambas cosas a la vez, que un día despachando con la soberana se atrevió a decirle: “Señora, tranquilidad viene de tranca”. Algunas biografías de entonces y posteriores le tildaban de hombre brutal, simple en su concepción política, vengativo, reaccionario, conspirador e incapaz de comprender las realidades profundas del país.
Le pidió a un arquitecto francés que le construyera en su pueblo natal un palacio (hoy es la sede del Ayuntamiento) y no muy lejos de él sus restos se encuentran enterrados en un mausoleo, realizado en mármol de Carrara junto al antiguo Convento de la Santa Cruz.
Personaje controvertido donde los haya se enfrentó a Espartero, enemigo acérrimo, al que derrocó en el encuentro de Torrejón. Es decir, que Narváez, no se paraba en barras para conseguir sus objetivos, con espada y trabuco si hacía falta. Por esas cosas que anidan en el subconsciente ayer me acordé de él a medida que se acercaban las diez de la noche. Pensé para los adentros y me dije: “Si está aquí el general, no se juega ni este día ni a esta hora”.¡Por su espada!
Se trataba y trata de poner los huevos en la mesa. Sin violencia, pero con fortaleza. Lo mismo que añorábamos para el equipo y su comportamiento ante el Granada. La derrota en Getafe no despertó alarmas, porque quedaba colchón, pero sí ciertas reticencias sobre el devenir inmediato. La liga pesa, los partidos se convierten en decisivos, los rivales aprietan, los objetivos están al alcance de la mano, pero cuesta subir los escalones. Con el de ayer quedaban cuatro peldaños, ahora sólo tres. ¡Pero que tres!.
Montanier no es de espada. Para nada. De hecho, huye de las batallas, aunque ahora en eso de la renovación está jugando fuerte sus bazas, como el club las suyas. Tiras y aflojas que pueden acabar de dos maneras: con acuerdo o sin acuerdo. Lo mismo que los partidos, ganando o perdiendo, aunque aquí los empates son una vía de escape que en ocasiones satisface a todos. Anoche no era el caso, al menos en el lado guipuzcoano. Confirmada su presencia en Europa la próxima temporada, tocaba fortalecer el camino hacia el mejor de los premios al alcance.
El míster entendió que para atacar y encontrar el gol había que sacar delanteros. Montó un 4-1-4-1 sin Zuru y con Chory, más los esperados habituales. Markel sólo como Narváez y el resto a toque de trompeta camino de la meta de Roberto. El primer solo le correspondió a Agirretxe, aprovechando un balón parado. Duró poco la alegría. En concreto cinco minutos hasta que empató El Arabi. Luego, atasco, pocos espacios, posesión y muy poco remate. Todo hasta que llegó el segundo tanto de ese chico que luce el “9”, que sacó su particular espadón, el pecho roca, con el que culminar la mejor jugada de todo el primer tiempo.
El fútbol es pasión, acierto, inteligencia, alma, espíritu, ardor guerrero, imaginación, riesgo…Tantas cosas. La mayor parte de ellas las atesora este futbolista que no nació en Loja sino en Usurbil, pero que ha demostrado carácter, paciencia, confianza en sí mismo. Un lujo que nos apetece compartir al margen de cual sea el resultado final. Y ese, precisamente, no fue el que se esperaba y deseaba porque el Granada niveló la contienda al tercer minuto de la prolongación. Los realistas fallaron sus ocasiones (dos palos y un cabezazo de Estrada), pero también salvaron muebles gracias a las paradas de Bravo. El técnico jugó con fuego en sus decisiones y se quemó cuando más daño hacía la hoguera. Se veía venir el cataclismo muchos minutos antes de producirse y ahí el entrenador o no vio o no decidió con acierto. Los errores a estas alturas se pagan y de que manera.