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Los goles psicológicos y su santa madre

Los alemanes son alemanes, del mismo modo que los andaluces son andaluces y los del Celtic de Glasgow, escoceses. A unos y a otros no pretendas cambiarlos porque resultará imposible. El tiempo enseña las realidades y no te queda otra que convivir con ellas. Mi primer recuerdo de tierras germanas se remite al mes de abril de 1988 cuando al Bidasoa de balonmano le tocó en suerte el Tusem Essen, algo así como una bestia parda que le dio para el pelo con un 22-7 que en el descanso se intuía dramático con un 11-2 matador. ¡Dos goles en treinta minutos!

Las gradas del Grugahalle estaban abarrotadas de gente entusiasta, familias completas que consideraban cada partido una fiesta. Padres hechos y derechos sacudían las carracas ante sus hijos como los indios cuando decidían atacar las caravanas. No acabó el encuentro para cuando quisimos. Los jugadores, el entrenador, los acompañantes lo pasamos fatal, viendo el castigo al que sometían a quienes trataban de aguantar el temporal sobre la cancha. Contaban con jugadores brutales. Desde el extremo Fraatz que nos hizo ocho tantos hasta los Gislason, Quarti, Spretizer o Peter Krebs, una fuerza de la naturaleza que sacudía estopa sin pasión.

Años más tarde, tanto con el balonmano como con el fútbol, recorrí diversos escenarios sin que cambiaran las constantes vitales: Orfeones espectaculares en las tribunas, ritmo trepidante en el desarrollo del juego, portentos físicos y enormes dificultades para ganarles. El “summa cum laude” del atropello lo viví en la final de la Recopa contra el Milbertshofen y los árbitros Jug y Jelic de infausto recuerdo. Por estas cosas, cuando el sorteo nos puso como pareja de baile al Bayer Leverkusen tuve claro a lo que nos íbamos a enfrentar. Arrasate, también, porque en la previa del partido destacó la altura y la fortaleza del equipo de la aspirina.

A la vista de las experiencias compartidas, creía que lo más importante del partido estaba al principio, cuando las hordas teutonas se desmelenaran en busca del rival al que querían someter. Cierto es también que guardaba mi saquito de esperanza ante una realidad que descubrió el presidente del Bayern de Munich Uli Hoenes que un día de hace poco más de diez años se atrevió a decir que “El Bayer Leverkusen no gana nunca”. En aquel tiempo, líderes de la Bundesliga, con clara ventaja sobre el segundo clasificado a falta de tres jornadas, perdió la liga porque le temblaron las piernas y no supo rematar la faena. Esa maldición pesa y no se olvida. Otra cosa es que aparezca cuando los oponentes lo necesitan. Estuvimos cerca de prolongarla, porque el empate era nuestro y la victoria si en el camino hubieran caído de nuestro lado las ocasiones creadas.

Los alemanes son alemanes y les gusta la cerveza. Recuerdo un verano en un hotel de Malgrat en el que toda la clientela, talludita, procedía del país de doña Ángela. Durante el día se cocían al sol sobre la arena, al atardecer se vestían de medio gala y salían a cenar. Más tarde se bebían lo que no está escrito y terminaban cayéndose de las sillas o rodando como peonzas. Era lo suyo. Así un día y otro hasta que concluían las vacaciones.

Preparando el partido entre semana recuperé viejas sensaciones perdidas, sensaciones de un fútbol antiguo, largo, con poca especulación en el centro del campo y con un poste eléctrico en la vanguardia, Stefan Kissling, un “9” matador, como el Krebs del balonmano. Nada que se parezca a Seferovic, el estilete que de salida fue elegido en la formación realista. En ella, la pareja Markel-Elustondo que siempre crea controversia más allá del rendimiento. Su papel ayer fue determinante y positivo. Su esfuerzo no mereció un final tan injusto. El hecho de encajar dos goles en la prolongación de cada tiempo puede incluirse en el sector de la mala suerte o en el de los miedos. Nos falta el cuajo de los equipos que saben manejar el final de un partido que habíamos diseñado y controlado con eficacia. Los goles llamados psicológicos son fantásticos si caen de tu lado, pero al revés…te acuerdas de su santa madre.

Hablaba al principio del miedo a las oleadas. No fue para tanto. Los renanos llegaban con peligro en las acciones a balón parado y en los remates posteriores de sus hombres altos. Eso se corrigió en el descanso. Si el llamado gol psicológico del final del primer tiempo pudiera acarrear dudas, la respuesta realista fue espléndida y pronto, con suspense, se restableció el equilibrio. A partir de ahí, parecimos más. El equipo se impuso en todas las líneas y llevó peligro a la meta de Leno. Fueron los mejores momentos en los que debimos definir.

La experiencia enseña que estos equipos no dan su brazo a torcer hasta que el árbitro no pita el final. Nunca están muertos. Hyppia se la jugó cambiando toda su banda izquierda y sacando de la chistera la salida de Hegeler, el autor del gol de la victoria y el de los peligrosos pases precedentes. Fue una aparición vestida de crueldad.

Queda, más allá de la decepción del resultado, valorar todos los esfuerzo, individuales  y colectivos. Los realistas posiblemente jugaron anoche su mejor partido, más allá de la eliminatoria con el Olympique. Si ese es el camino, lo celebramos. No sé si con cerveza o con aspirinas para quitarme de encima el trancazo que me acompaña desde hace días. Estoy del viento sur y del pegajoso calor hasta…

 

 

 

 

 

 

 

 

Iñaki de Mujika