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Cuando el melón no sabe a nada

Tengo por costumbre todas las mañanas, después de levantarme, comer algo de fruta en ayunas y beber un vasito de agua. Entre la primavera y el otoño no hay problema porque la variedad es importante y puedes elegir entre muchas posibilidades. Cuando llegan las cerezas disfruto como un bellaco porque me fascinan. Lo mismo sucede con los briñones y los paraguayos, que ya están flojitos ahora. Las manzanas me parecen tristes y aburridas.  Las ciruelas claudias me llenan poco, los kiwis me revuelven el estómago y cuando hay fresas las preparo con zumo de naranja, o troceadas con vinagre de Módena. En el frutero siempre hay plátanos.

Ayer hice desaparecer la última pera que quedaba en casa. La miré, pensé que estaba madura y decidí darle pasaporte. Venía con etiqueta. Un dibujo, fondo azul oscuro y letras en blanco. En ellas se leía Rincón de Soto-.Rioja. Pensé en Rubén Pardo. Ya ves que desde primera hora surge la fijación y mientras hincas el diente y te pones las manos de agua, visualizas el partido de Vallecas, algo así como un marteau-pilon que golpea hasta que llegan las seis de la tarde. Como la pera es una pera y sabe a poco, decidí prolongar el primer desayuno con un pedazo de melón.

Parecía maduro, con color atractivo. Fresquito. Parto una loncha, la troceo en pedazos de bocado y compruebo en las primeras vueltas al paladar que no sabe a nada, como si fuera una patata. Cabreo supino. No hay manera de encontrar uno bueno y dulce. En las tiendas que se llaman especializadas les aprietan las puntas, les tocan el culo, los palpan al peso, les cantan una nana…lo que quieras. Y te lo venden con la seguridad de que llevas a casa una obra maestra, que sabrá a gloria bendita. Caca, culo, pis. Pagas lo que te dicen y un estupendo “patatof” que termina complementando ensaladas, mezclado con jamón o convertido en sopa si te animas y quieres sacarle provecho. Es entonces, por enésima vez, cuando te preguntas qué he hecho para merecer esto.

Metido en melonares dieron las seis de la tarde, hora elegida para tratar de hincarle el diente al partido de Vallecas. Otra vez la Real, por duodécima vez en cuarenta días. Partido cada tres días, sin posibilidad de digerir lo anterior y afrontando el siguiente poco después de hacer recuento. Los seguidores que pueden acompañan al equipo donde sea y, muchos de los que acudieron a Leverkusen prolongaron hasta el campo franjirrojo con la sana esperanza de que esta vez el melón fuera dulce y los goles otorgaran los puntos y la satisfacción deseada.

Ni por esas. Otra vez un pepino en toda regla. El técnico apostó por los mismos, salvo el obligado cambio del central derecho y la elección de Agirretxe como estilete en la vanguardia, quizás recordando lo que sucedió en la última visita cuando el de Usurbil firmó un partido espléndido y con goles. El Rayo colista jugaba a lo que sabe y la Real se defendía sin sobresaltos, aunque los palos devolvieran dos remates en la primera mitad que pasó sin pena ni gloria, plomiza y reñida con el buen fútbol.

Se intuía que tras el descanso pasaría “algo”. Las tendencias eran similares y el melón estaba alcanzando el tamaño de una calabaza, de la Ruperta del Un, dos, tres, aquel programa concurso que entretenía y que castigaba los errores con una cucurbitácea como único regalo. Las caras de los concursantes que habían perdido coches, pisos, viajes y un montón de premios eran incalificables. Ayer nos pudo pasar algo parecido. Al alcance estaba el rival que no daba sensación de fortaleza y que en cada ocasión que tratamos de jugar con criterio poníamos en apuros a Rubén y su zaga.

En esa esperanza estábamos, porque creíamos que los cambios posibles nos podían conceder frescura, más juego y oportunidades con las que ganar tres puntos que nos venían de perillas. Llega luego el turno del miedo y la viña. Los minutos pasan y caminas hacia el final con el pensamiento puesto en el empate como en Elche o ante el Levante. Suele suceder que en los actos finales de la representación algún actor se olvida del papel y cambia el guión e incluso la terminación. Lo que olía a empate se convirtió en derrota por un penalty absurdo que terminó siendo decisivo.

El melonazo nos pegó de lleno en la cabeza. Llegaron entonces dos incorporaciones tardías que se entendían necesarias con anterioridad. Testimoniales y sin tiempo para nada que no fuera certificar la enorme decepción con el partido y con el resultado.

Y a partir de ahora ¿qué?. La pregunta que se harán unos y otros durante dos semanas que nos separan del siguiente compromiso. Al técnico le van a llover palos. Presión para él y para los consejeros a los que pedirán desde algunos sectores la cabeza del entrenador. Los futbolistas están lejos de su mejor versión y los resultados no acompañan. Escenario complicado en medio de la marejada. Vallecas no fue el revulsivo que se necesitaba. Antes bien, nos condenó. El melón no supo a nada.

 

 

 

Iñaki de Mujika