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¡Amunt Real!

He escrito más de una vez que Mestalla es un campo al que me gustaba acudir. Mucho más allá del partido y del resultado, los prolegómenos y el tiempo de descanso eran amenizados por una multitudinaria banda de música que cada semana es diferente y que procede de cualquiera de las poblaciones de un territorio en el que la cultura musical está implantada. Para todos, ser invitados al estadio es un honor. Funcionan los protocolos de manera mecanizada. Un abanderado/a, un director y un montón de filas llenas de músicos jóvenes y veteranos que rondan la centena.

Se ubican siempre en una esquina. Preparan la formación e inician el pasacalle media hora antes del inicio del encuentro recorriendo todo el perímetro de forma inexorable. Siempre suena un pasodoble. Recuerdo una de las temporadas, supongo que la primera, en la que Sander Westerveld defendía la portería realista. Estaba calentando y vio venir por su izquierda la comitiva, aturdido por lo inhabitual.  Debió creer que aquel era su territorio y no se apartaba. La banda, lo mismo. Así que, casi casi, choque de trenes. La gente les quiere, aplaude, respeta y valora.

Todo se orienta hacia los cinco minutos anteriores a la hora del encuentro. Se forman pasillos con niños y músicos a la espera de que suene el “Amunt Valencia”, el himno que contagia fortaleza y entusiasmo. Atruena por los altavoces como las tracas o mascletás de Fallas.  Enorme arenga de corcheas, fusas y semifusas que provoca la respuesta inmediata de los aficionados que fidelizan con el equipo que hoy entrena Djukic. Cuando vas de visitante sientes algo así como una inmensidad a tu alrededor. Es entonces, cuando pienso en los jugadores, en los nuestros y en lo difícil que debe ser siempre una conquista en territorio enemigo. Por eso, victorias como la de ayer refuerzan conducta y confianza.

Los mecanismos o el método antes del partido solían ser los mismos. Una vueltita por los Desamparados a pedir indulgencia, otra por las librerías de viejo, que en Valencia las hay, y en las que trataba de encontrar un incunable o colecciones antiguas de cromos de futbolistas o cualquier título curioso que llamara la atención. Dependiendo de la hora del encuentro, nunca faltaba un arroz en cualquiera de los muchos sitios en que saben hacerlo maravilloso. Cada lugar dispone de una especialidad  y una tradición. Del mismo modo que a nadie se le ocurre pedir pulpo en Aranda de Duero, no es normal que abandones territorio ché sin una paella por montera.

Los futbolistas, no. Esos se quedan en el hotel. Dan una vuelta alrededor, se reúnen con el técnico que confirma alineación y detalles del rival antes de comer el arroz con pollo, la pasta, las pechugas y el yogur de turno. Tristura, cuando hablamos de “amunt”, algo así como `¡vamos!, ¡arriba!, gritos que se relacionan con el ánimo y la fortaleza. ¡Los necesitamos tanto!.

Veníamos de dos semanas de asueto. En teoría para galvanizar los aspectos positivos y minimizar la incidencia de los negativos. Entre lesionados y ausentes por internacionalidad faltaron unos cuantos a la cita con el ejercicio de superación de lo que unos llaman crisis y otros mala racha.. Por eso, Valencia primero y Manchester más tarde, por la entidad de los rivales, se presagiaban como oportunidad de cambiar la dinámica de malos resultados. Esta vez sí, nadie cambió el discurso. Salimos con “todo” en Mestalla porque era lo que tocaba. Una cosa es salir y otra demostrarlo. La Real ayer se comportó en los dos terrenos sin pensar en otra cosa que no fuera entregarse sin racaneos tratando de ganar.

Le costó situarse. Los goles son el alimento de la moral y cuando poco antes del descanso Griezmann diseñó y aprovechó el desmarque de ruptura, cambió el panorama de modo admirable. El Valencia perdió su papel y los guipuzcoanos volvieron a ser el equipo del que sentirse orgulloso más allá del resultado. Si la fortuna hubiera acompañado a Imanol Agirretxe, el luminoso podía haber plantado un 0-2 inesperado por el marchamo que llevaba el encuentro pero real como la vida misma. Eso es fútbol.

Acceder al vestuario y dar un paso al frente fue todo uno. Adelanto de líneas y búsqueda indudable de un triunfo que se intuyó mucho más cuando Rubén Pardo hizo subir el precio de las peras de su pueblo y el segundo tanto al marcador. Djukic se vio obligado a prescindir de Postiga, lesionado, en el descanso y su equipo perdió la referencia ofensiva y el juego. Con dos chicharros en el talego, con la defensa implacable e incólume y con la posibilidad de una contra que matase el partido, los minutos hicieron su camino sin apenas sobresaltos. El que llegó fue testimonial, porque el tanto de Pabón se produjo cuando el árbitro tenía el chiflo en la boca para pitar el final.

Tres puntos que vienen como agua al sediento. Puntos de tranquilidad en un escenario exigente. Es por lo que, siendo tres, se valoran más. Conllevan muchas cosas. Ahora, estoy seguro, todos miramos a Manchester de otra manera, Más esperanza, más optimismo, más confianza…Lo que hace ganar. Amunt Real.

 

 

 

Iñaki de Mujika