Los ciclistas que se retiran o les retiran han encontrado en la publicación de sus biografías un filón económico y un desastre para el deporte que dicen amar y del que se han beneficiado a lo largo de sus carreras. La lista es interminable y cada vez que alguno se dedica a compartir experiencias pone el ventilador delante de la porquería y salpica lo que puede.
El último ha sido Michael Rasmussen. Iba líder destacado en el Tour de Francia de 2007 cuando su equipo decidió expulsarle siendo líder de la prueba con tres minutos de ventaja. La razón fue no localizarle en junio mientras entrenaba. Seis años después se ha instalado en la polémica ya que acusa a todos sus compañeros del equipo Rabobank de haberse dopado en la citada edición de la ronda gala:
“En el equipo Rabobank, el cien por cien se dopó. No todos tomaban los mismos productos, pero todos estaban en alguna forma de dopaje suministrada por el equipo” se puede leer en la biografía. Además, detalla que por indicación de los médicos pidió a su padre que le cediera sangre para inyectársela.
Más allá de que sea verdad o no, a lo visto, y ante el anuncio del contenido del libro antes de que éste viera la luz, fue avisado por alguno de los ciclistas que compartían con él carrera y objetivos. Uno de ellos Oscar Freire que le anunció una querella si le implicaba. Tanto él como Flecha y el resto de ciclistas están en el ojo del huracán y puede pasar de todo. Hasta tal punto que después de publicado el libro ha debido manifestar que nunca les vio doparse.
Más allá de la verdad, Orica-GreenEdge le ha solicitado a su corredor Pieter Weening que vuelva a confirmar su pasado limpio, después de las acusaciones de Michael Rasmussen sobre el corredor holandés que formaba parte de aquella escuadra.
No dispongo del menor argumento ni prueba para saber qué es verdad y qué no, pero convivo con una realidad desde hace muchos años. Los corredores se han quejado del trato vejatorio al que han sido sometidos muchas veces. Controles permanentes, pasaporte biológico, controles por sorpresa, verificaciones policiales, horarios impropios…de todo.
Cuando Rasmussen hablaba como ciclista y se defendía de las acusaciones nadie le creyó…ahora que no deja títere con cabeza le creen. La historia no es nueva, sigue dando más juego vivir del pasado que esforzarse por mejorar el futuro de los jóvenes corredores que aman su deporte.
Y lejos de ayudar a que la normalidad se imponga y se pueda hablar de un deporte limpio que mira al futuro, se empeñan todos en mirar atrás, alimentar las campañas que quieren arruinarlo y cerrar puertas a los posibles patrocinadores que temen ver su imagen dañada por estas situaciones.