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Vivir en el alambre

Nadie discutirá al entrenador de la Real Sociedad su dosis de valentía, ni tampoco su capacidad de asumir responsabilidades sin tapujos. Se atrevió el lunes al mediodía, en la rueda de prensa oficial, a confirmar que Zubikarai iba a defender el portal realista ante los alemanes de Leverkusen. Si lo dijo, ya lo dijo. Ardieron las redes sociales, echaron humo las teclas de los ordenadores y se incendió el ambiente. Incluso, creo que les faltaron al respeto. El técnico podría haber obviado la decisión y esperar a la hora del partido para que aficionados y periodistas comprobaran in situ quien era el defensor de la portería. Sin embargo, no fue ventajista y compartió la decisión adoptada.

No está en discusión si Bravo es mejor que Eñaut, porque ese debate no existe. Quien toma decisiones lo hace desde el conocimiento de las situaciones y conoce mejor que nadie los porqués. Ni el meta de Ondárroa, ni el lateral José Ángel habían disputado hasta ayer un solo minuto de la competición continental.  El manejo del vestuario y la gestión grupal exigen muchas veces vivir en el alambre. Nadie mejor que Arrasate sabe las razones que le llevaron a poner en la portería al menos habitual de los cancerberos y a Quique Royo cubriendo sus espaldas.

 

Se puede opinar antes de cada partido, pero no juzgar. Supongo que el ondarrutarra vivió con nerviosismo su experiencia, sabiendo que sobre él estaban clavados los ojos de más de veintitrés mil espectadores. Pero también con ilusión porque disputar un partido de semejante envergadura ante un equipo tan poderoso no está al alcance de muchos. Una carrera deportiva se encuentra llena de vivencias. Ellos nos trajeron hasta aquí y tienen derecho a disfrutar de la experiencia aunque sea poco glamurosa o cruel como comentó su entrenador. Supongo que su redonda actuación le llenço de orgullo a él y a quienes decidieron que jugara.

El Bayer llegó a Anoeta jugándose todo. Venían pletóricos después de pasar ronda copera ante el Friburgo y ganar en una cancha tan exigente como la del Borussia de Dortmund.  La Real valoró el pasado reciente, el presente y el inmediato futuro. Más allá del partido de despedida europea, asoman el renovado Betis, el Algeciras y el Granada, partidos que no permiten actitudes inermes. Son encuentros mucho más comprometedores y exigentes que el de anoche. Tal y como está la plantilla, plagada de lesionados, tocados o a punto de saltar por los aires, entiendo que el entrenador optase por hacer lo que vimos en Anoeta. Habrá gente que lo entienda y habrá quien no lo comparta. Sólo el tiempo y los resultados venideros valorarán el peso de las decisiones.

Por eso, el esfuerzo y la entrega de todos los que ayer saltaron al terreno no hace más que confirmar su valía. Querían ganar y lo intentaron con todas sus fuerzas. No fue posible, pese a los envites y las ocasiones, pero el contrario también juega y además dispone de la dosis suficiente de fortuna que nos ha faltado en todo el campeonato. El gol de Toprak fue un ejemplo de lo que digo. Otra vez el balón parado ante un equipo de enorme envergadura. El rechace queda muerto y el central se lo encuentro para satisfacción de los alemanes que lograban el tanto poco después de iniciarse el segundo tiempo.

La Real quedó tocada, sufrió los siguientes minutos y se rehizo, máxime al acceder al terreno Xabi Prieto que acertó como tantas otras veces a marcar los tempos. El Bayer se replegó a la espera de una contra que sentenciara. La tuvo el coreano Son, pero primero Vela y luego Markel le desbarataron el proyecto que hubiera significado la sentencia. El tramo final volvió a poner de manifiesto que al entrenador no le tiemblan las piernas a la hora de las decisiones y puso en la camiseta de Gaztañaga el sueño del debutante. Hace unos meses se sentaba delante de las cabinas de radio a aplaudir al equipo. Hoy puede contar que vivió una experiencia inolvidable.

El partido tenía su miga. Podía haber salido todo del revés. En el peor escenario imaginable, el meta no hubiera dado una, la defensa se hubiera convertido en un coladero, el centrocampo deambulando y la vanguardia sin un balón que jugar. Y dentro de esa utopía, los alemanes goleaban. Ese riesgo existe siempre, pero el equipo se encarga de desmontarlo cuando se duda de su capacidad. Como el público no es tonto y valora los esfuerzos y lo que significa defender la camiseta, no dudó ni un minuto en ovacionar en la despedida a sus jugadores. Faltó fortuna y que un balón traspasara la línea del seguro meta Leno.

El equipo sale reforzado porque ha vivido una buena experiencia que le servirá para aprender y demostrarse a sí mismo de lo que es capaz. Aunque viva muchas veces en el alambre, sabrá agarrarse para evitar el descalabro. Lo ha hecho muchas veces y nos gusta.

 

 

 

Iñaki de Mujika