La vida está llena de contrastes. Existe muchas veces la posibilidad de elegir entre una cosa u otra. Trato de situarte en dos escenarios coincidentes ayer al mediodía. En el estudio de directo disponemos de dos grandes pantallas de televisión. Gracias a ellas tratamos de conseguir la mejor visión para luego transmitir los partidos en la emisora y sentir cercana la lejanía. Casi siempre están sintonizados los mismos canales. Ayer, no.
En la izquierda elegí las regatas de traineras, dejando el partido de Anoeta en la otra. El mar y la tierra. El verde esperanza y la desesperanza. El éxito y el fracaso. La felicidad y la melancolía. El premio y el castigo. El acierto y la inoperancia. La alegría y la tristeza. Entre ambos aparatos existe medio metro de distancia y entre los escenarios unos 100 kilómetros. Y ya ves, cuántas diferencias y los contrastes de los que te hablaba.
Llegó un momento que estuve a un tris de abandonar el fútbol y narrar las emociones de quienes han peleado el éxito desde noviembre, entrenando horas y horas en los gimnasios y ergómetros, abrigados en las frías aguas del invierno, para conseguir ahora hacer inmensamente dichosos a sus seguidores. Todos los remeros merecen un reconocimiento y los de Hondarribia, más. Miles de renuncias a muchas cosas para llegar enteros al final e intentarlo con todas sus fuerzas. Siete banderas, el título de liga y el segundo puesto en La Concha. La culminación del trabajo bien hecho.
Sentía envidia de ese momento. Todos subidos al barco oficial, recibiendo maillots, txapelas y coronas. Aplausos y público reconocimiento a los esfuerzos. Deportistas que se vacían por amor al arte y que al final del ejercicio se repartirán el importe de los premios conseguidos. Sumado todo es más que probable que no lleguen a la mensualidad de un jugador de los que ayer nos aterrorizaron en el estadio a la hora del ángelus.
No esperaba ni el partido ofrecido ni el resultado final. Menos aún con aquel comienzo vertical, largo y con remate que trasladó a la grada euforia y optimismo. Aquello no era presagio de lo que llegó después. Un mazazo en toda regla, impropio de un equipo aspirante a cosas. Nos meten goles como churros. A pares. Aberdeen, Krasnodar, Real Madrid, Celta, Almería y uno el Eibar que le sirvió para ganar. Los equipos se construyen desde atrás y el nuestro chirría, porque tanto gol en contra no es casualidad.
Se habían decidido unas cosas y se hicieron otras. Me encantaría equivocarme, pero vamos a pagar una factura demasiado cara. Y por ahora no quiero ser más explícito porque estamos en septiembre y queda mucho camino que recorrer, pero nunca ha sido bueno dudar de los porteros y del concepto defensivo de los equipos que sueñan con hacer algo grande. Matarile.
Luego, si quieres, hablaremos de la mala suerte, de los palos, de las ocasiones creadas y desaprovechadas. Cada cual lee los partidos como le apetece o interesa. Incluso Granero afirmó al terminar que jugando quince encuentros contra el Almería solo se perdía el de ayer, entendiendo que la superioridad entre ambos es indiscutible y que un cúmulo de adversidades decidió la contienda.
No habló de las jugadas a balón parado. Sacamos una docena de córners horrorosos, sin chispa, ni toque y mucho menos remate. Nos volvieron a meter otro a balón parado, porque se defiende zonal. La modernidad aliada con la ineficacia. Quienes sois asiduos a esta sección y peináis canas recordaréis que in illo tempore un saque de esquina era una manada de guantadas de los defensas a los delanteros. Y si alguien remataba salía herido. Ahora, no. Ahora, las defensas parecen poxpoliñas bailando aurreskus. Ni alma, ni coraje, ni tensión, ni nada. Caca, culo, pis.
Disfruto con los equipos y los deportistas pasionales, aquellos que se dejan el alma en cada intento. La actitud por encima de lo demás. La convicción, al servicio del objetivo. Ayer, el sufrido seguidor realista despidió al equipo con muchos aplausos en el descanso porque, aun perdiendo, lo había intentado de todos los modos y maneras. Todos creímos que en la reanudación se iban a comer al rival. ¡Quiá! Se abrió el deambulatorio y nos perdimos dando vueltas entre el trascoro y las capillas radiales. Desaparecidos en combate. Sensación de pobreza y obligada conexión con Houston porque tenemos un problema. ¡Y gordo!
Llegadas las siete de la tarde, harto de darle vueltas a la cabeza por lo acontecido y con ganas de nada, totalmente deprimido, me vestí de verde, salí a la calle para recibir a los remeros de la Ama Guadalupekoa. Fuerte marejada en la adoquinada Kale Nagusia. Centenares de personas orgullosas de los deportistas que quieren y les representan. Aplaudí a su paso con la fuerza de quien agradece los esfuerzos y la entrega sin tapujos. Bien haría el consejo realista en homenajearles el próximo domingo sobre el césped de Anoeta, aunque sea solo por intentar que sus jugadores se contagien por lo menos de la casta. Es que como te decía al principio, la vida y el deporte ofrecen contrastes. Y no precisamente de pareceres.