He ganado una apuesta y bien que lo siento. Se trata de un desayuno completo (café con leche y bollo rico) que me jugué con Agus Aranzabal respecto del partido de anoche en Anoeta. El antiguo lateral realista apostaba por la victoria del equipo e incluso se atrevió con el resultado (3-1). Por mi lado, mucho menos cáustico y optimista, me la jugué a más de lo mismo pese a las dos semanas de recogimiento y buenas intenciones.
Un poco por chinchar y otro poco porque no las tenía todas conmigo, opté por la postura contraria y de paso jalear la charleta matinal en torno a la barra del bar en el que a veces coincidimos desayunando unos cuantos variopintos. No deseo el mal a nadie y menos al equipo, pero? venimos enlazando tanta desazón y disgusto que no soy capaz de ver el horizonte claro y sin nubes. Y después de perder anoche, menos.
Estos partidos de los lunes, 17 días después del último, son desagradables porque los equipos llegan despistados, sin noción clara de lo que vaya a suceder, aunque a la Real no le quedaba otra que demostrar lo que se intuye, jugar bien y ganar. Lo necesitaban ellos y nosotros, lo mismo que quienes dirigen la nave y se responsabilizan de la gestión en todos los frentes. Los triunfos sirven de bálsamo y reconfortan. Las derrotas azoran.
Quince días dan para mucho. Reuniones, estudios y decisiones. La de Arrasate fue plantear una alineación que de salida no coincidía con ninguna de las precedentes. La apuesta por Ansotegi y Finnbo como titulares conllevaba otras derivas. Canales, Mikel y Agirretxe, al banquillo y Granero, a la grada. Es decir que, salvo en la portería, quedaban tocadas todas las líneas en busca de la famosa tecla, esa que hay que tocar para acertar.
No sé si iba por ahí la decisión de no facilitar la convocatoria y la alineación hasta última hora para evitar filtraciones y desánimo entre los afectados. También Contra quiso sorprender sin que el once inicial se pareciese mucho al esperado. Míchel, Lafita y Babá comenzaron el encuentro sentados en la bancada de suplentes cuando la mayor parte de los medios les situaba entre los elegidos para el comienzo.
Unos y otros sabían perfectamente que el objetivo prioritario era ganar, jugando bien y, en el caso de la Real, dejar la propia puerta a cero. Todo por delante. La primera parte fue una tortura china en la que lo mejor fue llegar al descanso sin encajar un tanto por primera vez en lo que va de campeonato. Poco bagaje para un equipo que jugaba en casa y necesitaba el triunfo, bloqueados en grado sumo, sin fútbol, ni ocasiones y abandonados a su suerte. No daban una a derechas. Te he dicho al principio que me lo temía, pese a las reuniones, sínodos y cónclaves de todos los implicados.
Por aquello de tener esperanza, la salida del vestuario pareció ofrecer otra imagen. Algo más de velocidad y un paso al frente hacia la portería de Guaita. Varios saques de esquina, ciertos merodeos en torno a la frontal del área, algún que otro centro lateral? hasta que llegó la jugada que debió ser decisiva. Dos detallazos de calidad protagonizados por Canales y Vela, más el remate de Hervías que se merecía algo más que la posterior decepción.
En cualquier otra circunstancia el partido estaba terminado y los puntos en el talego, pero, como el miedo guarda la viña, paso atrás y balón para los contrarios que en un santiamén hicieron un par de jugadas, marcaron dos goles y dejaron a la grada patidifusa, al equipo moribundo, al grupo técnico no sé cómo y al Consejo con dos puntas, no las del cruasán que hoy pagará Agus, sino las astas afiladas de toro que embiste y no se deja despistar por la muleta de engaño. Preocupación por todo lo alto.