Llevábamos algo más de cinco años sin trajín en los banquillos. Los técnicos cumplían sus contratos y todo iba por un camino más o menos sereno, hasta que cesaron al último, víctima una vez más de los malos resultados por encima de otras lecturas que cada cual quiera o pueda hacer según sus criterios. Después de marear la perdiz hasta volverla casi loca, llegó David Moyes como nuevo responsable.
Primero visualizó, luego tomó posesión y se puso manos a la obra para preparar un equipo con el que asumir la noche de su debut. Entre una cosa y otra perdió para ese frente a cuatro presuntos titulares. Mikel González, Iñigo Martínez, Xabi Prieto y Zurutuza han sido parte importante muchas veces de la alineación tipo. Cuatro jugadores del once constituyen casi un treinta por ciento del cuadro que afronta los partidos. Mucha tela.
Llegó el escocés a Zubieta, allí donde anida (o anidaba la tristeza). Entró el primer día en la cocina-comedor y se encontró con las frutas, los zumos, los cereales y mueslis, yogures y frutos secos, supongo que alguna tostada y queso sin grasa. Oteó el horizonte y pidió tres huevos fritos. No uno, ni dos, ¡Hiru arraultza frijitu! Supongo que el cocinero se llevó un susto para infartar porque el míster rompió con esa tendencia de desayunar sinsorgadas. Ya veréis dentro de un mes, cuando conozca la txistorra? como el almuerzo gana color y echa por tierra ese afán de controlarlo todo, incluso la manduca, que se ha impuesto en la vida interna de los vestuarios.
Como no voy a Zubieta, no sé si entrena bien, mal o distinto. Simplemente me guían las declaraciones de los afectados por el cambio de técnico. Todos se manifiestan a favor de la nueva alegría, de la presión exigida, de la intensidad en el trabajo, de los nuevos retos. Incluso el entrenador aseguró sentirse feliz con la actitud de los jugadores a los que calificó como “esponjas”, respuesta al interés que muestran por aprender las cosas nuevas.
Por ello, tras la victoria ante los colchoneros, el partido de anoche en Riazor lo esperábamos todos con ansiedad y expectación. A la mañana, decidí subir al santuario de Guadalupe y poner unas velas por si acaso nos fallaba el plan diseñado y había que acudir a fuerzas marianas con las que hacer bueno todo el maremagnum creado alrededor de un grupo cuya cabeza y lo que circula por ella es un maravilloso mundo de incógnitas.
La primera, que se refería a la alineación elegida, se resolvió con pocos cambios. Los necesarios por las ausencias, con De la Bella en su flanco y Elustondo en la idea originaria de ser central, formando dupla con Ansotegi, que fueron anoche lo mejor del equipo. El inicial periodo mostró la mejor cara del equipo, abriendo el juego por las bandas, metiendo un carro de centros laterales, pero con poca eficacia y acierto, aunque las sensaciones fueran positivas y en ella se vieran algunas modificaciones tales como el marcaje mixto en las acciones de balón parado. Así nos quedamos, quietos, en el segundo tiempo. Nos costó salir una enormidad. Víctor Fernández decidió dar entrada a Wilk y los gallegos se hicieron con el mando de las operaciones. Tuvieron el balón y las jugadas de conflicto aunque peligro real en la meta de Eñaut hubo poco. El trascurrir de los minutos ofreció un cierto grado de complacencia con el resultado para ambos.
Entre el miedo y el cansancio, el encuentro entró en esa dinámica cercana al tedio. Un punto fuera de casa y primer envite sin encajar un tanto en liga. Tres meses hemos tardado en dejar la puerta a cero. Si los objetivos del entrenador nuevo comenzaban por ahí, vamos bien. Ahora, tocará jugar en casa y con la necesidad de sumar tres puntos que nos saquen de pobres y de ese halo de tristeza que no dejamos aparcado en Riazor, aunque en el rictus hubiera un punto de satisfacción porque el esfuerzo ofreció un premio, aunque no fuera el mayor.