La cuesta de enero no oculta sus rampas y pone de manifiesto carencias y tendencias. Hasta tal punto que aparecen las vergüenzas en grado sumo y ayuda a desmontar viejos ardides que, por usados y manidos, se instalan como ciertos y no lo son de ningún modo. Me explico.
Uno. Como a alguien se le ocurra decir que la liga es la mejor del mundo, le remito un surtidito de partidos grabados para que los visione y compruebe. Hay una cantidad de truños y petardos de difícil digestión. Los encuentros de los viernes y aquellos que se juegan los lunes son normalmente infumables. Cada vez se juega menos y peor.
Dos. Como alguien se adorne defendiendo la calidad del arbitraje español, le adjunto con cariño el listado que circula en los últimos días en el que aparecen los mejores colegiados internacionales del mundo. Entre los diez primeros hay uno que, además, no me gusta nada.
Tres. Como alguien tenga a bien contarme loas y alabanzas del juego de la Real, le regalo en el mismo lote un escapulario de San Onofre y una estampa de la Virgen de Coromoto. Si es capaz de descubrir maravillas en el actual comportamiento del equipo, es obvio que se encuentra en plena catarsis tocando el cielo e imbuido de misticismo.
El escondite inglés. Nuestro técnico se empeña en cabezonadas. Después de explicar el viernes, con bastantes pelos y algunas señales, el estado físico de la plantilla y los posibles síes y noes, se descolgó el sábado ocultando de nuevo la lista de convocados y mandando a la puñeta a los fotógrafos que acudieron a despedir al equipo en el aeropuerto: “The photographs are prohibited” (o como se diga).
La nueva filosofía (es coña) que se implanta en los comportamientos grupales o corales. Si al anterior entrenador que se sentaba en nuestro banquillo se le ocurre una sola vez ocultar la convocatoria, le caen adoquines a mansalva. Y no me refiero a los caramelos típicos zaragozanos.
Todas estas cosas estarían muy bien y podrían entenderse si vinieran acompañadas de un cambio estupendo en la forma de desplegar el juego, en el modo de atacar y defender, en los resultados, y sobre todo en la empatía del equipo con sus aficionados. Cautivar que dirían los analistas. Por ahora, de todo esto tenemos poco por no decir que hemos perdido parte de las antiguas esencias.
A eso de las seis de la tarde conocimos la alineación, con Elustondo y Pardo en la medular y con Vela en punta que es donde luce poco y es menos efectivo. Lo demás, lo esperado. Luego, llega el partido y el desarrollo del mismo. Es obvio que el equipo se atrinchera y defiende con más contundencia. No es fácil hacerle ocasiones, aunque sea a costa de desaparecer más allá de la divisoria. Un pase formidable encontró a Canales y el penalti no lo desaprovechó Vela, que cada vez que juega de 9 sufre, no disfruta y se enfurruña. Ya estaba el partido con la cuestión más complicada resuelta: hacer gol. Ventaja al descanso y la esperanza de que en el segundo tiempo, el equipo luzca galones, coja el balón y trate de meterlo para sentenciar en la portería de Oier, que hizo un par de paradas de mérito.
Sin embargo, nada de eso pasó. Tampoco el Granada está para cohetes. El público pitaba de lo lindo a su delantero, El Arabi, el fichaje más caro de la historia del club que no ejerce como definidor. Le cambiaron. Salieron Isaac, Riki, Piti, sin perder el norte de la banda derecha por donde se hinchaban de atacar y atacar, sobre todo desde que Chory dejó el terreno.
Como las canas no son de teñirme y cuando el rival merodea en nuestra área suelen pasar cosas desagradables, surgió el penalti pardillo de turno. Como en la cancha del Levante y en tantas otras en las que nos falta tensión y ambición para asegurar los puntos y las victorias. Se nos han ido cuatro por una falta de tensión que castiga lo raquítico del juego. Podemos esconder la lista de convocados, la alineación, pero la prueba del algodón es irrefutable. Los azulejos no brillan ni de lejos.