Se refería David Moyes en la última rueda de prensa al significado que pudiera tener el cambio de entrenador en el Depor y la incidencia en el desarrollo del partido de Anoeta. Miró al periodista que le preguntaba y respondió con tranquilidad para decirle que el último encuentro en casa ante el Córdoba también había coincidido con una permuta en el banquillo visitante. Los puntos entonces se quedaron en el saco txuri-urdin tras la victoria (3-1), pero esta vez fue distinto y los gallegos neutralizaron por dos veces la desventaja.
Las gradas de Riazor llevaban tiempo mostrando disconformidad con el técnico Víctor Fernández porque el equipo no ganaba. Por eso, tras el empate ante precisamente el mismo cuadro cordobés, compareció ante los medios para despedirse, casi antes de que le destituyeran. Lo tenía claro y no dejó un resquicio abierto a la continuidad. Tan nítida era la situación que no tardaron nada en confirmar el nombre del sustituto. Otro Víctor con diferente apellido, Sánchez del Amo.
Seguí la rueda de prensa en la que fue presentado. Me gustó lo que dijo, desde la convicción y la firmeza. El objetivo estaba puesto en el partido de ayer. No le preocupaba otra cosa, ni siquiera la clasificación. Necesitaba que el equipo se solidarizase con su plan desde el primer entrenamiento. En las instalaciones de Abegondo se dirigió a sus pupilos al tiempo que en las gradas muchos aficionados le mostraban cariño y le animaban a conseguir mantener al Depor en Primera.
Dispone de pocas jornadas para conseguirlo y apenas existe margen de error. Lo mismo que para el Almería, que ya lleva tres inquilinos en el banquillo, pero que mostró muy buena cara ante el hundido Granada. Los cambios de entrenador constituyen una constante en el deporte y mucho más en el fútbol. No voy a descubrir ahora las causas y los motivos por lo que esto sucede pero está claro que lo que se busca en todas las circunstancias es que los equipos reaccionen y cambien la dinámica perdedora.
En ello hay un componente mental importante. Recuerdo de crío que montarme en un coche era ponerme malo en la primera curva. Un día alguien comentó que si ponías una ramita de perejil en el ombligo no te mareabas. Así fue. Sujeta con una tirita viajó entre la piel y la tela de la camisa obrando el milagro. Es como la purga de Benito que todo lo cura, incluso antes de administrarla. Con los técnicos pasa lo mismo. Pocas horas después de su llegada, cambia el cromo. Y da igual que haya entrenado lo mismo, haya ensayado un par de jugadas de estrategia. La diferencia está en el discurso, en la capacidad de convencer y en que todos, individual y colectivamente, se lo crean.
El Depor llegaba a Anoeta con un pobre bagaje ofensivo en sus salidas. Solo había sido capaz de marcar siete tantos lejos de su feudo, aunque ayer mejoró los números con dos goles que hicieron la pascua a la pobre afición realista que sigue sacando fuerzas de flaqueza para animar a los suyos cuando entiende que lo necesitan.
Os hablaba antes del perejil, que además de evitar mareos suele utilizarse en todas las salsas. El linier de la banda de tribuna estuvo en todas. Le sugirió al árbitro que pitase un penalti por una mano invisible en una jugada en la que me pareció flagrante el fuera de juego de Lucas. Protestaba Anso con razón si fue a él a quien le cayó el muerto. Como antes había habido otro penal, no sé si por compensación, por generar dudas o por darle al partido la chispa que no tenía, nos fuimos al descanso hablando más de lo extraterrestre que de la realidad que se planteaba en el césped.
Cumplía Chory el partido centenario con la camisola blanquiazul y se (nos) regaló un gol de bandera. De la zurda de Canales a la del uruguayo, cambio espléndido y remate monumental que debiera haber servido para ganar el partido. Es el gol de la temporada que veremos repetido una y mil veces. Lo mismo que los errores defensivos que nos penalizan tanto.
Si no eres contundente, si no impones ley, si no transmites fortaleza, el contrario te busca y, tristemente, te encuentra. Cadena de fallos y Toché, otra vez él, apagó las ilusiones y nos llevó de nuevo a la decepción del resultado. Empate y grandes deseos de que la temporada se acabe cuanto antes.
Lucas Eguibar no se merecía este fiasco. Para él fueron los mejores y merecidos aplausos de la tarde. El saque de honor premia el tesón, el coraje, la superación, el sentimiento y tantas cosas que podía contagiar a los que ayer estaban a su alrededor.