Alguien de la liga se ha dirigido a los jugadores del Córdoba y les ha pedido por favor que se abstengan de trapichear, es decir, que ni se vendan, ni se regalen, ni acepten primas a terceros, ni se dejen ganar por una porrada de euros, ni? porque la cosa se ha puesto chunga y ahora se abren investigaciones, se persigue a los malhechores y se mete en el trullo a todos aquellos que adulteran la competición. Es un decir.
Por tanto, si ven un maletín, aunque sea de una colegiala que va a la ikastola, deben huir despavoridos por si acaso dentro aparecen unos sobres con billetitos a modo de tentación. Sin comerlo ni beberlo, los andaluces están bajo sospecha y les han puesto en el ojo del huracán. ¿Casualidad? Para nada.
Cuando han ido tan rápido a explicarles lo que les puede pasar si no son honestos, es porque saben de sobra que en esta época del año, los equipos condenados hacen caja a lo grande a costa de los que viven en la pelea por conseguir un objetivo, tanto ganar una liga, como jugar competición europea, como evitar el descenso. Todos han sido cocineros antes que frailes y no hay club en mil kilómetros a la redonda que no haya protagonizado algún suceso al respecto. Por eso, creo que deberían dirigirse más al resto de entidades que a la señalada con el dedo.
Le ha tocado la china a Osasuna, que a estas horas anda metido en berenjenales cuya trascendencia se me escapa, pero que no tiene buena pinta y que salpica de lo lindo a unos cuantos. Luego, hay abiertos otros frentes que por ahora han metido más ruido que nueces, pero sería hermoso que sacudieran el polvo de las alfombras y acabaran de una vez con un despropósito que lleva instalado en la competición un montón de años y que es tan viejo como mear (con perdón).
Sucede también, como anoche, que se enfrenten dos clubes con objetivos y necesidades bien diferentes. El Elche anda con la soga al cuello. Les deben varias mensualidades. Los jugadores y otros empleados no cobran y se manifiestan en la puerta del estadio. El presidente ronronea su dimisión y hay candidatos dispuestos a coger el toro por los cuernos, pero por ahora no embiste. En medio de ese paisaje, el entrenador y los futbolistas ponen todo de su parte para salvar la nave, su cabeza y el prestigio profesional. Honradez.
Había gente que se preguntaba con qué actitud iba a salir el equipo realista en el Martínez Valero. En las últimas fechas se habla de automotivación y objetivos a corto. Quien más, quien menos, trata de diseñar un paisaje con pájaros y flores, cuando parece misión imposible que alguien le pegue al cuadro una pincelada coherente. Por eso, el optimismo lleva en huelga muchos meses y quien no está medio de vacaciones mira hacia otra parte.
Entended por tanto que el partido ante el Elche, lunes a la noche, apenas disponía de ingredientes con los que fabricarse un buen plato y degustarlo con satisfacción. Esperaba una faena de aliño con derrota final. Solo faltaba saber por qué candidato se decidía el entrenador para cubrir la ausencia de Iñigo Martínez y si planteaba una pequeña revolución que nos diera pistas pensando en futuro. Como quiera que Ansotegi se puso malo, no quedó otra que elegir a Elustondo y Mikel González para el eje de la zaga. El técnico, cosecha propia, decidió saltar al terreno sin un killer que pudiera pillar alguna, que visto lo visto resultó misión imposible porque este equipo no da una a derechas, destroza el balón a pelotazos y juega lento de narices.
No disparó a puerta ni una vez entre los tres palos, no creó una sola ocasión de gol con la que poder emocionarse. No hay mortal, por muy fiel seguidor que sea, capaz de creer que este equipo no iba a perder en un partido en el que los ilicitanos se jugaban tanto. Aprovecharon una canturriada para adelantarse en el marcador tras el remate de Jonathas, cuya señora al parecer espera gemelos.
Mediada la primera parte los teletipos anunciaron que el Leganés va a hacer socio de honor al Conde Drácula en protesta por los horarios que la liga decide en los partidos que juega el conjunto pepinero. Aquí, además del conde, debería llegar toda la familia y liarse a mordiscos, no para chupar sangre (hay poca), sino para inocularla, tanto a los que pisan césped como a quienes andan alrededor, incluidos los que gobiernan.