Los alumnos del antiguo sexto de bachillerato de un colegio conocido se jugaban mucho por estas épocas. Los exámenes eran de verdad y decidían la suerte y el futuro de todos ellos. En clase les apretaban de lo lindo y se creaba en torno a mayo una tensión inusitada que no todos sabían soportar. Afectaba sobre todo a quienes llevaban el curso renqueante. Si aprobaban pasaban a Preu (COU) y si suspendían sentían sobre sí la losa del fracaso.
El profesorado religioso, y también el seglar, adoptaba todo tipo de medidas para evitar que los exámenes pudieran llegar previamente a los estudiantes, bien a través de filtraciones, bien a través de asalto a la habitación en la que se imprimían. No existían entonces fotocopiadoras. Los ejercicios había que escribirlos a máquina sobre una hoja especial llamada esténcil que posteriormente se ajustaba al mimeógrafo. Esta máquina tintaba el documento e imprimía las copias que fueran necesarias.
Cada titular de asignatura se personaba ante el popular ciclostil, le daba a la manivela y se llevaba los exámenes a casa. Así uno tras otro completando todos los cursos de bachillerato y sus materias. Seguridad garantizada, pero? las matrices manchadas de tinta se tiraban a una papelera especial que se identificaba con facilidad y que no se mezclaba con el resto de las basuras del centro.
La imaginación de los estudiantes es y seguirá siendo maravillosa. Ingenio al servicio de la picaresca y de los aprobados. Una vez, cinco de los mayores de último curso, se personaron de noche en las inmediaciones del colegio los días anteriores a los exámenes finales, esperando a que alguien sacara el cubo de la basura en el que se tiraban las matrices de los ejercicios decisivos. Dicho y hecho. Aquella noche, con el mayor sigilo posible, volcaron el gran cajón de cartón duro y se llevaron todos los originales manchados de tinta, pero legibles.
Había pruebas de todos los cursos y materias, preferentemente aquellas que tanto costaba aprobar: física, química, latín y matemáticas. Tuvieron tiempo de preparar los ejercicios con calma y sabiduría e informar a sus directos amigos de lo que les iba a tocar. Sólo quedaba una comprobación no exenta de nerviosismo. El día “D” a la hora convenida, el examen debía ser el esperado. Un cambio motivado por alguna sospecha podía ser fatal. Llegado el momento cada profesor repartió los folios con las preguntas, sin que faltara la sonrisa picarona de quienes creyeron haber puesto dificultades suficientes como para que no se colara ninguno y aprobaran quienes lo merecían.
No hubo sorpresas. Al leer temas y preguntas, se escuchaban respiros profundos y jadeos de satisfacción. Los sospechosos de copia eran vigilados de modo especial, pero allí no cayó nadie porque todo el pescado estaba vendido. Llegada la hora de las correcciones y las evaluaciones pertinentes, las sorpresas fueron mayúsculas. Notas altas, espléndidas, de los más torpes y menos brillantes entre los empollones. ¿Mosqueos? Sí, todos. ¿Qué pudo suceder? Aún se lo deben de estar preguntando.
Cuento esto para hablar poco del partido de ayer que resultó como se esperaba. El profesor Moyes cumplía años y esperaba un buen regalo de sus alumnos futbolistas. Antes dispuso los once pupitres, eligió a los que creyó mejores alumnos, en tanto que el resto miraba desde la cristalera del pasillo para ver qué pasaba y sobre todo para conocer el nivel de dificultad de la prueba. Estaban avisados por experiencia y, pese a las muchas ausencias del Villarreal, sobre la mente de todos pajareaban los resultados de los últimos tiempos y lo complejo que había sido ganarles en los encuentros precedentes. Como recordáis la última visita liguera de los castellonenses nos aparcó de una plaza europea y nos metió en otra que exigió jugar más previas que nadie y que fue el punto de partida de una desazón que aún dura.
Pudo sorprender que Chory y Canales iniciasen el partido en la bancada, pero como ya avisó que se producirían cambios por aquello de jugar tres partidos en seis días, no resultó especialmente llamativo. Por el contrario, su entrada, avanzado el segundo tiempo, dio un poco de frescura al juego e incluso propició alguna oportunidad en la meta del seguro Asenjo.
Sin embargo, en el primer tiempo Rulli salvó los muebles del equipo con acciones de mérito y al final en la última acción del encuentro evitó la catástrofe con ayuda del palo. En medio de todo esto, más de lo mismo, ni regalo, ni tarta de cumpleaños y tres míseros puntos de los últimos quince disputados. Esperaba que algún futbolista tuviera la imaginación y el valor de aquellos alumnos que aprobaron aunque fuera con trampas. ¡Imaginación al poder!