El Beaterio de Iñaki de Mujika

El timo de la estampita

Cuando empecé con esto de viajar y transmitir partidos, viví experiencias múltiples y variopintas. Algunas se repetían machaconamente. Sevilla no era una plaza en la que los resultados nos acompañasen. Para nada. Sobre todo en el campo del Betis. No había manera de ganar. Hasta que hace diez años, tras una racha horrible, decidí cambiar el paso. Supongo que desayuné en el hotel, pero entra dentro de lo muy probable que pasara por la Calentería, que es un sitio de churros que te mueres.

Decidí dar una vuelta por Triana. El taxi me dejó en el Altozano. Paso a paso, por la calle Pureza, hasta encontrarme en la capilla de los Marineros. Dentro está la Esperanza de Triana, una de las vírgenes de devoción sevillana. Entras después de abrir una cortina en plan cine antiguo. Es pequeñita con algunas filas de bancos. Enfrente, vestida de blanco, la venerada imagen. Rezas, pones velas, te encomiendas y le pides ganar.

Vas al fútbol con la sana ilusión de compartir milagro. El partido comenzó raro porque a los cuatro minutos ya ganábamos por culpa de un remate de Mikel Labaka. Así hasta el descanso. Fieles a la tradición nos tocó purgar. En un plis plas nos metieron dos. Primero, Joaquín, que ahora vuelve, luego Oliveira. Lo de siempre. Miré al cielo y debí preguntar ¿nos vas a dejar tiraos?

No quedaba mucho para el final. Barkero y Gari Uranga, este en el último minuto, protagonizaban los dos remates de la victoria final. Subidón en toda regla. La noche anterior habíamos salido a tomar unas copas por la calle Betis. Hay un sitio que se llama Lo nuestro en donde te ponen rumbitas y gin tonics en vaso ancho. Justo al lado, hay otro que no recuerdo el nombre, cuyo dueño es más del Sevilla que Emery. Como tenemos un acento inconfundible, nos preguntó si veníamos al partido. Respuesta afirmativa.

“Si les ganáis, os invito a las copas de mañana”. Dicho y hecho. Allí que nos presentamos felices por la victoria y él más porque el paquete que les tenía a los verdiblancos era indescriptible. No pagamos nada. Apareció entonces una chica joven, morena y agitanada, con un par de músicos. Se puso a cantar como los ángeles y el chico que tocaba la caja me pareció formidable. Se nos hizo tarde y como el avión a Loiu salía a las ocho de la mañana del lunes, aquella noche dormimos un pijo.

Un año más tarde, para no perder la costumbre, repetí proceso y gasté unos euros en cirios y estampitas. Esta vez sin fortuna porque perdimos. Es entonces cuando sacas las conclusiones pertinentes y haces preguntas. ¿Influye la providencia y la creencia en el cielo o todo es puñetera casualidad? Me moriré sin saberlo. Algún día os contaré una visita a la catedral de Oviedo cuando Boronat entrenaba al equipo.

Han pasado diez años desde aquella victoria en Heliópolis, pero os aseguro que parece una eternidad. Vives todo con tanta inmediatez que la intensidad de cada momento hace que a veces perdamos la perspectiva, el famoso quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

No creo que Moyes pasara ayer por Los Marineros, ni que pusiera velas, ni nada que se le parezca, ni siquiera que se diera un paseo en barco por el Guadalquivir o que se tomara una tortillita de camarones con un finito antes de la comida. Una jornada que empieza a las diez de la noche da para todo, incluso para visitar una papelería preciosa de la calle Zaragoza, muy cerca de la Plaza Nueva, que atiende por Maspapeles en la que siempre peco porque hay unas pocholadas que evocan mis años escolares.

Una vuelta por Sevilla da para mucho, incluso para ir a un campo de fútbol, con pijama y gorrito de dormir (lo digo por la hora) y sin orinal porque es posible que los encargados de la vigilancia en las puertas no te dejen pasar con él por constituir una posible arma arrojadiza. Si el partido aburre, un bostezo y a otra cosa mariposa.

Esperaba el encuentro con curiosidad después de dos semanas sin balón. Durante los días previos tomas nota de las declaraciones de unos y otros. Extraes las frases más significativas y las tienes delante mientras se disputan los 90 minutos. Nunca faltan buenas intenciones, lo mismo que del dicho al hecho va un trecho. Disputado el encuentro, sientes que te han dado el timo de la estampita.

Otro partido sin gol a favor, todo el segundo tiempo con uno más y la sensación de que si seguimos jugando tres días con sus tres noches el marcador seguiría inamovible. Un tanto le valió al Betis para ser feliz.

Iñaki de Mujika