No soy mucho de ir al cine. Quizás por eso recuerdo bien las películas por las que pagué una entrada. 101 dálmatas no pasó desapercibida en su día, sobre todo un personaje malvado, Cruella de Vil, que solo pensaba en hacerse un abrigo con la piel de los perritos de topos y lunares. Pongo y Perdita son los canes protagonistas, lo mismo que sus amos Roger y Anita. El amor de unos propicia el nacimiento de quince cachorros, mientras que el de los otros parece más sensual y romántico, platónico que llaman, animado por la música que compone el señor de la casa.
Supongo que conocéis el cuento que, como todas las bonitas historias, concluye con final feliz y decenas de dálmatas entrando en la casa para regocijo de sus amos, mientras que la mala señora termina descoyuntada por un barranco, lo mismo que Gaspar y Horacio, los hermanos delincuentes que le ayudaban en la fechoría. Plan diabólico que no llega a buen término.
Casi podría decir lo mismo de Blancanieves. Allí aparece una madrastra con muy malas ideas que no soporta que exista una mujer más guapa que ella. Urde todos los mecanismos necesarios para acabar con la niña hermosa. Todos le salen mal y ante la pregunta de turno, la misma respuesta. Decide disfrazarse de granjera para, a través de una manzana, acabar con la vida de quien residía junto a los enanitos. Cuando estos lloran su muerte, aparece un príncipe, supongo que azul, y le libera del trozo de manzana envenenada que estaba atorada en su garganta. Blancanieves despertó del sueño de muerte.
La Real busca desde hace tiempo ese príncipe maravilloso que le libere de todos sus males. El último, Asier Santana, se sentó de oficio en el banquillo txuri-urdin hace casi un año. Un partido, precisamente ante el Atlético de Madrid, en el que tiró de sentimientos, apeló al orgullo, y dispuso un 8+3, es decir, un montón de canteranos más Granero, Chory y Carlos Vela, que pensaba en otras cosas distintas a las de ahora.
Mandzukic, aquella tarde, llevó demasiado pronto la intranquilidad al escenario. El mexicano, bordando el cuarto de hora, puso las cosas en su sitio y empató. En el tramo final, Agirretxe (siempre él) convirtió Anoeta en un jolgorio y el equipo sumó tres puntos muy valiosos.
Luego, ofertas, propuestas, síes y noes, maleta para aquí y maleta para allá hasta que nos pusieron a hablar inglés y aquí seguimos con un paisaje brumoso, sin que en el horizonte se atisbe el sol que disipe la niebla y la espesura. Cuestiones muy distintas al arbitraje que ayer distó mucho de estar acertado y que perjudicó para que no faltara de nada.
Moyes decidió que Markel e Illarra volvieran a bailar juntos al son de los buenos recuerdos. No era mala. Alineación más equilibrada (6+5) y la sensación de que la batalla en el centro del campo se las iba a traer. Los planes diseñan una cosa y la realidad, tozuda ella, se encarga de desprestigiarlos.
La malvada Cruella no nos abandona desde hace tiempo. O saca una pócima del armario, o nos envenena con la daga, o nos echa unos polvitos venenosos, o nos pone de los nervios, o lo que sea, pero lo cierto es que no hay manera de que este equipo jugué al fútbol y lleve peligro a las porterías contrarias. Así, una semana tras otra desde hace tiempo. Puesta la venda?
El príncipe, que pudiera liberarnos de estas maldades, lo teníamos pero se nos fue al lado contrario y lo sufrimos ayer en propia carne. Arrancó, dribló, corrió y remató. Los rojiblancos se aprovecharon de su acierto y nos hundieron hasta el descanso. Pura y dura indefinición de un equipo incapaz de encontrar el camino y los recursos para derribar el fornido sistema defensivo de los colchoneros y revertir el son del encuentro.
Luego, nos dieron el balón y los espacios, hasta donde quisieron. Llegó la jugada del penalti que parece claro, pero el árbitro no lo pitó para desquicio general del equipo que pierde dos futbolistas, los puntos y el sueño, cuando menos, de haber empatado un partido que le condena cada vez más a la zona de conflicto e incertidumbre. El discurso del buen juego, de la mala fortuna, de los resultados injustos? hasta que quieran quienes deciden.