El Beaterio de Iñaki de Mujika

¡Qué horror!

No me quedan palabras para expresar lo que se siente después de un partido como el de ayer en Las Palmas. Derrota merecida ante un equipo capaz de marcar dos goles y defender su puerta sin sobresaltos. Enfrente, un equipo inerme, cansado, que preocupa por su incapacidad y que ofreció la peor imagen cuando se necesitaba justo lo contrario.

El técnico escocés resolvió los problemas derivados de la ausencia de Zurutuza con un zurdo por la izquierda como Chory Castro. Volvió a situar a Reyes de titular y arriesgó con Illarra en su sitio, pese a las dudas derivadas de su estado físico. Anunciada la vuelta de Carlos Martínez en el lateral derecho, solo quedaba jugar y tratar de conseguir el tercer triunfo lejos de casa.

David Moyes había mostrado su preocupación por el posible estado del terreno de juego canario. No es lo mismo un césped tupido, regado y dispuesto para el buen juego que un campo árido, plagado de surcos y aristas. ¿Excusa para justificar el siniestro partido de anoche? Entiendo que al técnico local el asunto le salpica más porque debe jugar ahí cada dos semanas. Quique Setién, recién llegado al banquillo amarillo, propone el juego como vehículo prioritario e irrenunciable para conseguir los triunfos.

Le gustaba siendo jugador manejar el balón, elegir las mejores líneas de pase, rematar si llegaba la oportunidad y echarse el equipo a la espalda cuando los atascos nublaban las ideas de la mayoría. Ahora, que puede elegir y decidir mucho más que cuando competía, apuesta por aquello en lo que cree a pies juntillas y trata de inculcarlo al grupo que gestiona. El problema estriba en que a esta hora lo prioritario son los puntos. El camino para conseguirlos preocupa menos.

Conocí a Quique Setién en una comida a la que acudieron jugadores del Atlético de Madrid. Me llevó Roberto López Ufarte un lunes de 1988. La cita era en el entorno de unos enormes viveros de plantas que cuidaba el Padre Mundina, el cura de las flores. Vivía en una comunidad de religiosos, Hijos de la Sagrada Familia, y mantenían con aquel vergel que todos conocían por Nazaret una escuela de niños discapacitados. Dimos una vuelta por los pasillos de plantas y flores. Se notaba el gusto y la emoción, cuando, a la altura de los rododendros se detuvo para explicar el origen chino de los mismos. Algo parecido sucedió con las azaleas.

Sinceramente me daba un poco corte llegar a un territorio en el que no conocía prácticamente a nadie. No era un sitio fácil de acceder, ya que se encontraba alejado del mundanal ruido de Madrid, en la carretera que va de El Goloso a Alcobendas. Habían entrenado los rojiblancos a las órdenes de Menotti, que entonces era el técnico colchonero.

La llegada de unos y otros se produjo en los coches personales de los jugadores. Poco a poco accedieron los vehículos de Eusebio, Julio Salinas, Agustín Elduayen y el nuestro. En la mesa algunos religiosos que compartían el menú conventual del día con sus invitados. Ningún lujo. Pronto entendía que allí prevalecía la relación personal. Cuidada y respetuosa. Se notaba la mutua confianza, la misma que también mantenían con los jugadores madridistas de la época. Rara vez se juntaban todos.

Pudiera sorprender que unos religiosos compartieran tanta amistad con futbolistas. Se apreciaban mucho. El ambiente era formidable y divertido. Muchas risas sobre el mantel de plástico. No sé qué habrá sucedido en el tiempo. El Padre Mundina vive, pero ignoro si los jugadores de ahora siguen acudiendo a aquel lugar. ¡Han cambiado tanto los tiempos y las costumbres!

Cuento estas cosas por no cargar la mano contra los responsables de este desaguisado que lleva camino de siniestro total, de tortura insuperable y terror como si fuera una película más de la semana de cine que nos acompaña en estas fechas. ¡Qué horror!

Iñaki de Mujika