Los días de Navidad y Año Nuevo, cuando repican las campanas a las doce del mediodía, suelo acudir a la iglesia más cercana a casa. Media hora más tarde se inicia el acto religioso que congrega a bastante gente del pueblo. Son las costumbres inveteradas. El coro prepara canciones en varios idiomas (euskera, castellano, a veces latín) y se luce porque son jornadas grandes. En aquel tiempo a esa ceremonia se le denominaba Misa mayor y hoy lo sigue siendo, porque la iglesia se ilumina más que nunca, se encienden más velas que nunca, el altar está plagado de flores rojas al uso y la serora se muestra contenta porque aumenta la recaudación en el cestillo de las limosnas.
El sacerdote luce casulla color champán y entre una cosa y otra la feligresía permanece en el recinto más allá de una hora, porque se canta todo, de principio a fin. Cuando llega el momento de la homilía suelo estar atento, porque según el contenido de la misma atisbas la línea editorial del oferente. El día primero de año, después de felicitar a los presentes, inició su charla hablando de las buenas intenciones. Comentaba que todos, cuando llegan estas fechas, nos planteamos cambios, prometemos afrontar otra realidad y comenzó a enumerar, a modo de ejemplo, alguna de las voluntades.
Primero, señaló que decidimos apuntarnos al gimnasio; luego comentaba que hacemos propósito de adelgazar con un régimen severo que nos ponga cuerpo Danone; y añadió un tercer ejemplo que se refería al aprendizaje de un idioma en una academia de inglés.
En ese momento pensé hacia mis adentros: “Para, que no estás dando una”. Al gimnasio no entro ni de visita. Intentar adelgazar en este territorio es imposible porque no hay más que ferias, fiestas y compromisos. Y de inglés ya he tenido suficiente durante el último año? así que conmigo iba kale.
Cambió de marcha y habló de la paz, comenzando por nosotros mismos. Es necesario que la interioricemos y, desde ese equilibrio emocional, solidarizarnos con todos los proyectos, los propios y los ajenos. Pensar en que se pueden lograr las metas si nos esforzamos en creer que es posible. Esto ya me cautivaba más.
Fue entonces cuando recordé a González bis y entendí que las cosas son alcanzables siempre que no aparezca un colegiado torticero en el camino. Confieso ante este beaterio que el día después del Bernabéu le envié a uno de los jugadores de peso en la plantilla un mensaje de ánimo, comprensión y esperanza. La cariñosa respuesta llegó casi al momento y os resumo en una frase el contenido de la misma: “Iñaki, no sabes qué impotencia”.
Les entiendo como si les hubiera parido. Llega un momento en que chocas contra un muro sin opciones de derribarlo y acabas con un dolor de cabeza que dura varios días. Eso fue lo que el míster trató de evitar en el poco tiempo transcurrido entre el dislate y el partido de Vallecas. No quería que el equipo se despistase y sobre todo que se saliera del carril elegido para las conquistas.
Lo logró a medias, porque empatar fuera de casa un partido, remontando en dos ocasiones, debe valorarse en su justa medida, aunque es posible que muchos tengamos la sensación de que si el equipo hubiera jugado con algo más de calma y algunos futbolistas hubieran sido más solidarios con el fútbol de sus compañeros, a esta hora, hablábamos de otra cosa. ¿Ocasión perdida? No lo sé, porque el contrario también aprieta y achucha.
La Real hizo cosas bien: la presión arriba, las acciones ofensivas a balón parado y confirmó algunas realidades. Por ejemplo, que Aritz Elustondo está de dulce y que se recupera para la causa a Rubén Pardo, muy atinado en los pases y en los golpeos. Es cierto que hay margen de mejora. En la estrategia defensiva, en conducir menos la pelota, en jugar más y mejor y en no perderse en batallas personales que no ayudan en nada.
Termina un año y comienza otro. En el inmediato horizonte dos partidos en Anoeta frente a Valencia y Depor. En ambos casos no bastará solo con buenas intenciones. Acabar la primera vuelta con veinte puntos es mucho más que un objetivo.