El Beaterio de Iñaki de Mujika

Por culpa de la dispersión

A mitad de la semana, cuando en los medios tocaba especular y encontrar referencias entretenidas del pasado, se publicó que la Real llevaba cinco años sin enlazar en casa no sé cuantos triunfos y que ya tocaba darse una alegría. En ese momento un sudor frío recorrió mi piel, los poros se abrían y cerraban como la boca de un pez y las piernas comenzaron a tambalearse. ¡Horror!

Un par de días después, nuestro rival de anoche, que venía de coger un saco en el Bernabéu, se pega una canturriada con zambomba y pandereta ante el Mirandés, que le elimina de la Copa y le deja en Riazor con cara de sota de bastos sin maquillar. Es entonces cuando empiezan los sesudos análisis. Que si no están bien, que si les meten muchos goles, que si? Otra vez mi cuerpo palpita a lo bestia, las rodillas bloquean mis movimientos y la cabeza ronronea. ¡Horror!

Por si fuera poco, el viernes, cuando el entrenador salió a la palestra a contestar las preguntas de la prensa, se refirió sin balbucear a la necesidad absoluta de estar concentrados, “yo el primero”, en el encuentro que les enfrentaba al conjunto gallego de A Coruña. Nada más, ni nada menos. Mis sospechas eran ciertas. Servida una vez más la dispersión, cualquier cosa podía pasar y ninguna buena.

Como a este equipo le basta con el vuelo de una mosca para perderse, los síntomas previos al partido de anoche apuntaban a bingo, aunque como tantas otras veces, sueñas que las cosas sean diferentes. Como salimos de jornadas de jaleo navideño, como entramos en la temporada de sidrerías y como los tambores están a la vuelta de la esquina, y como se ha abierto la caja de los rumores y fichajes (entradas y salidas) la biribilketa estaba servida.

Solo faltaba añadir una noche con los termómetros en huelga de brazos caídos, para que la feligresía (16.783 espectadores) que acudió a Anoeta, sintiera en los huesos el frío que congela, el viento helado que te estremece. Ese era el panorama antes de empezar. Ni más ni menos. Por tanto, solo quedaba apelar a la capacidad de compromiso de los nuestros, a las ganas de seguir creciendo y dar pasos al frente de una vez siguiendo la buena dirección y, evidentemente, a ganar.

Eusebio, de salida, no cambió nada respecto al equipo que ganó al Valencia. Parecía que Illarra iba a volver a la medular, superados los problemas, pero el técnico, que no se casa con nadie, volvió a confiar en quienes sumaron los últimos tres puntos. ¿Para qué cambiar si el rendimiento es bueno? De salida, intachable el comportamiento del entrenador en el manejo de su plantilla. Nada que reprocharle porque en el primer tiempo el equipo jugó bien, creó un montón de ocasiones y las falló todas, unas por desacierto en el remate y otras por las paradas de Lux.

Por aquello de la dispersión comentada, tuvo que llegar la “jugada puerro”, esa en la que fallas pases de libro, regalas balón y te la enchufan para complicarte la vida y apelar de nuevo a la remontada heroica. El Depor agradeció la gentileza, sobre todo Luis Alberto, quien solo tuvo que empujarla para reforzar todas las tesis de su equipo antes del descanso.

Tras él, el equipo se atascó o le faltó fluidez hasta que llega esa jugada del penalti, que posiblemente si nos lo pitan en contra protestamos. El acierto de Xabi Prieto igualó la contienda, pero antes y después se anularon goles, se estrellaron un par de balones en el travesaño y se descubrieron valores. El de Mikel Oyarzabal, por ejemplo, un reguero de talento al que en la primera jugada que protagonizó no le acompañó la fortuna. Como a Vela, o a Jonathas, o a Xabi o a Rubén o a Bruma? Y es que las tuvimos de todos los colores. Punto que sabe a poco por los méritos y las ocasiones perdidas. ¿Culpa de la dispersión?

Iñaki de Mujika