El Beaterio de Iñaki de Mujika

Una balada de otoño

cuando traté ayer de encontrar el camino de este comentario, decidí contar los derbis que llevo acumulados entre pecho y espalda. Sumados ligueros y coperos, más de cuarenta. Es imposible acordarse de todos, de los de antes (Atotxa y San Mamés antiguo) y de los de ahora en los escenarios habituales en los que se manejan los dos equipos y sus partisanos.

Es decir que, cuando ahora andan en mandangas históricas quienes se deciden por hacer valoraciones desconocen mucha parte del camino. Hemos vivido con frío y calor, con arreglos y desarreglos, con calma chicha o soflamas terribles; con cuchillos entre los dientes o chupa chups de palo blando; con entradas que levantaban los drenajes o con pasos de bailarina. Cuando convenía, se juntaban todos y quedaban a comer en Eibar.

En todo tiempo quisieron ganar, porque se tenían ganas. Lo mismo cuando cobraban en pesetas como ahora que figuran los euros en sus cuentas corrientes. Pudiera pensarse lo mismo de las aficiones, aunque el devenir de los tiempos y el cambio de costumbres hayan ampliado el abanico de los deseos. Como han llegado las redes sociales y se pueden colgar fotos hasta del momento en que das alpiste al jilguero, el personal disfruta compartiendo los momentos estelares de su experiencia diaria.

Podrá gustar menos o más, será más o menos correcto, pero a la feligresía le encanta ver a los suyos felices y contentos. Y es preferible compartir una piña de felicidad, que un sex tape que deja atónita y boquiaberta a la parroquia. Con esa esperanza se movieron los que acudieron a la cita tradicional, con recorrido incluido por las calles de poteo en las que se vive el ambiente y se calientan los motores.

Hace un año la Real se adelantó con un gol de Jonathas y lo defendió a capa y espada. El míster eligió gente de pálpito: Mikel González, Aritz Elustondo, Reyes, luego Markel? y llevó a buen puerto el objetivo. Ayer también todo se puso de cara, porque el gol de Zurutuza premiaba el mejor inicio de los guipuzcoanos y sacaba de sus casillas a las huestes de Valverde, obsesionadas en faltas y protestas que no conducían a nada. El asunto pintaba bonito.

Llegar al descanso con ventaja era un premio de valor. Para entonces los rojiblancos ya habían dado señales de vida y si no es por Rulli a cabezazo de Raúl García, el marcador hubiera señalado tablas. Eusebio no entendió que debiera cambiar nada, quizás porque confiaba en los suyos o porque no tenía claro, dónde, cómo y a quién. En esas consultas de banquillo andaban los técnicos cuando el equipo interpretó un segundo despropósito. El primero vino acompañado de un formidable remate de Muniain, pero antes hubo pérdidas y pañales de miedo. Luego, el segundo y casi seguido el tercero, sin que encuentre palabras en el diccionario de la RAE para explicar lo que pasó y sentí. La acumulación de tanto dislate y desatino no se sostiene.

La Real eligió una canción de Serrat para echar por tierra todas sus opciones. Una balada de otoño? un canto triste de melancolía. Se perdió por vericuetos insondables y le dio al rival todo lo que necesitaba para ganar. Lo que son las cosas, el cuadro txuri-urdin aprovechó dos acciones a balón parado (el arma letal de los vizcainos) para marcar sus goles, pero no le sirvieron de nada, porque acumuló errores a mansalva allí donde debía mostrar fortaleza.

Perdido el centro del campo, descompuesto el entramado defensivo y sin balón la vanguardia, no quedaba otra cosa que esperar el devenir del partido para firmar la sentencia. Ganó el Athletic porque lo mereció y porque explotó sus virtudes. En esto, ninguna sorpresa. Supera a la Real por goleada en cuestiones que se refieren a la intensidad, a la pasión, a la confianza. Aun perdiendo, sin dar una, descorazonados, lo que quieras, siguen siendo competitivos. Ese es su gran valor, más allá del nivel y la calidad de los jugadores.

Esa pujanza gana partidos, aunque sea a pelotazos. No hay baladas, ni versos encadenados, ni lirismo. Llevan el partido a donde les gusta, como saben y convencidos de sacarlo adelante. Esa enseñanza no terminamos de aprenderla. Ni en Ipurua, ni en San Mamés, ni en Zubieta.

Esta vez nos quedamos sin foto de familia. Bueno, no. Contamos felizmente con las imágenes de los fieles seguidores que no renuncian a los colores, allí por donde vayan. Un ejemplo que merece bastante más que una decepción en toda regla.

Iñaki de Mujika