no hace falta ni preguntar en qué momento estamos. Pases por donde pases, hay una especie de alboroto controlado que dejará de serlo a medida que el calendario vaya derrotando jornadas y estas a nosotros. Ahora estamos con bríos, a la espera de la txistorra, los boletos sin premiar, la turronada y lo que se tercie. Acudir ayer por la mañana a un centro comercial era jugársela. Gente de frente y por los costados, como si fuera el último día del mundo.
Madrugo, pero hay gente que hace lo mismo y terminas por pararte una y mil veces con conocidos. Y casi todos con una pregunta añadida: ¿Qué vamos a hacer hoy con el Granada? Pongo cara de incertidumbre, porque sinceramente no intuyo el partido. Sin Zuru, ni Willian José, la cosa cambia y como andábamos todos con la mosca detrás de la oreja tras el fiasco de Riazor, más vale atarse los machos y evitarse euforias desmedidas.
No encuentran la respuesta que esperan o desean. Sin embargo, cuando las señas de identidad están claras y todo el mundo sabe a lo que juega, solo cabe sentir orgullo de lo que se hace sobre el césped y del compromiso de todos con el proyecto que defienden, más allá de los minutos que disputen y de las oportunidades que les conceda el técnico. Las declaraciones de Jon Bautista al terminar el partido fueron elocuentes y evidentes, lo mismo que la sentencia de Samper en las filas nazaríes.
Granada siempre fue una plaza de pasión. Tanto en los tiempos de Boabdil como ahora. Debe ser por el frío intenso que llega de Sierra Nevada. Cuenta la leyenda que un día en un colegio de monjas las niñas habían preparado el teatro navideño con canciones y sainetes cortos. La más espabilada de aquel grupo de alumnas de trece años, salía al escenario a interpretar un poema. Por supuesto, de Lorca. La chica iba engalanada de blancos y azules, con ribetes plateados y purpurina en los ojos. Recitaba la lexía, tenue, bajita: “Cazorla enseña su torre y Benamejí la oculta. Luna, luna, luna, un gallo canta en la luna. Señor alcalde, sus niñas están mirando a la luna”.
La abuela materna, emocionada, presumía de nieta, al mismo tiempo que movía los brazos como un molino de viento, tal y como le enseñó la reverenda que había preparado los ensayos. De repente, en mitad de la fruición, sonó un grito al fondo de la sala, ¡gooool! retumbó e hizo temblar los cimientos del convento. Un padre oía la radio, siguiendo el partido de su Graná y no pudo contener el ímpetu tras el acertado remate, probablemente, de Porta, aquel delantero que las enchufaba según pasaban. No es posible adivinar qué pudo suceder luego. ¿Una bronca, una ovación, un alboroto desmedido, un soponcio de la recitadora, una de palmas, un chist de silencio??. Vayan ustedes a saber.
Lo mismo que en el fútbol. Las ausencias referidas fueron cubiertas tal y como se esperaba. Granero y Juanmi se encargaron del trabajo, aunque la forma de jugar de ambos poco se parece a la de sus reemplazados. Sin embargo, los dos respondieron de modo espléndido. El madrileño fue el hilo conductor del juego ofensivo y dio el centro que aprovechó Jon Bautista para abrir la lata de certero cabezazo. El malagueño, por su parte, disputaba ayer su partido número cien como jugador de Primera División y lograba el cuarto gol de cuatro partidos. La rúbrica a la jugada de Carlos Vela fue un remate que se pasea por los telediarios.
El equipo ganó sin Zurutuza, lo que quita presión al pelirrojo y confirma que lo de Riazor pudo ser más accidente que otra cosa. No hay nada mejor que jugar bien y ganar para ahuyentar fantasmas y seguir en la buena velocidad de crucero que el equipo ha elegido para esta travesía que nos pone en el inmediato horizonte un partido de Copa, una eliminatoria que deberán cerrar para irse de vacaciones y ponerse hasta las cachas de peladillas, polvorones, guirlaches, compotas y turrón, porque huele que apesta a festejo.
Alcanzar el final de año con esta situación envidiable es de aplaudir, al igual que los datos económicos de la sociedad. Aperribay agradeció la confianza del accionariado. No cabía pensar en otra cosa que no fuera el reconocimiento a la gestión y el sueño de ver reformado el edificio en el que se escribe la historia. Proyectos y esperanzas que siempre cautivan más a favor de la buena marcha deportiva. Y en este momento, eso también es evidente.