El Beaterio de Iñaki de Mujika

Beaterio número 44

Acaba el curso y descansa el beaterio, lo mismo que los futbolistas que ya están de vacaciones. Unos salen hoy, otros esperan a la boda del sábado porque se casa un compañero, otros seguirán acudiendo a Zubieta para recuperarse de sus males y ponerse cachas. El pan nuestro de cada día desde hace muchos años. La única diferencia estriba en la fecha del comienzo de la temporada y la del pitido final, que a veces llega con eco prolongado.

Cuarenta y cuatro reflexiones. Unas más atinadas que otras, más o menos inspiradas. Depende de la velocidad con la que debes escribir, el tiempo con el que se cuenta, el horario de los partidos, la capacidad de gestionar la historia de cada encuentro. A veces salen en un periquete y en cambio, en otras, te atascas y no ves ni la luz ni la idea que te oriente. Es lo mismo que el equipo de fútbol que nos ocupa. En ocasiones lo bordan, en otras ni tan mal. Las hay también que se hacen insoportables y que desaniman y te dan la semana. Y, por supuesto, la influencia del marcador final de cada encuentro.

Con la suma de todos los factores, lo bueno y lo regular, el equipo llegó a Balaídos con el décimo de la lotería en la mano, a la espera de que los niños de San Ildefonso cantaran el premio, o la bolita del bingo nos concediera línea o cartón. Ayer, frente al Celta, se juntaban todas las posibilidades. Los de casa sin nada que jugarse, despidiendo al técnico que se marcha, aplaudiendo el esfuerzo de los suyos tras una temporada que no ha pasado desapercibida.

Enfrente, la Real. Los de Eusebio Sacristán necesitaban ganar y esperar. Cualquier otro resultado suponía más dificultad y tiempo de incertidumbre que es lo mismo que depender de los demás. De todas formas, antes del comienzo del encuentro éramos séptimos y en la misma tesitura. Se juntaban una mezcla de confianza en las propias fuerzas y esperanza de que los demás no consiguieran lo que anhelaban y que sentían en propias manos: Europa, vacaciones y ausencia de previas.

No fue fácil la conquista, porque en encuentros que son finales aparecen los nervios y las dudas. La primera parte fue de color visitante y, a poco que la fortuna hubiera acompañado, el partido estaba resuelto, pero los remates de Willian José, Xabi Prieto y la oportunidad de Vela se fueron al limbo porque Jonny y Cabral sacaban sendos balones desde la raya, y lo que debiera ser ventaja txuri-urdin en el descanso no se tradujo en nada positivo que no fuera el empate sin goles, que evidentemente valía porque el Athletic perdía en Madrid.

El encuentro en el vestuario no supuso una dosis de adrenalina, sino un tranquilizante en toda regla. La entrada de Jozabed en el juego local se notó para bien, justo lo contrario que en el cuadro rival. Los de Eusebio salieron atolondrados, sin chispa, dormidos en los laureles de un resultado que, combinado con otros, les valía para el objetivo. El Celta jugaba más y mejor. No habíamos llegado a los diez minutos y se cumplió lo que se intuía. Marcador en contra, de penalti que transformó Aspas.

Caras de póquer y las cabezas pensando en Babia. Fue entonces cuando el entrenador movió las fichas que consideraba oportuno. Sentó a los tres de la vanguardia. Gustará más o menos cómo gestiona los partidos. La entrada de Canales buscaba un cambio en el paisaje, pero lo realmente trascendente fue el gol de Oyarzabal. Juanmi amagó, dejó pasar el balón y el eibarrés no desaprovechó la oportunidad de nivelar. Ya estaba todo resuelto. Era un decir.

Salió al campo un tal Hjulsager que no aparece en mi colección de cromos. No había marcado un gol en todo el año y eligió este día para estrenarse. Miras al reloj y marca el minuto noventa. Jarro de agua fría, hundimiento general, jaquecas, sofocos, taquicardias, valerianas, tilas y decepción. Todo en la misma coctelera y la cabeza otra vez mareada como una noria de tanto dar vueltas al horizonte inmediato, cargado de desaliento y pesimismo.

Piensas en mil cosas y ninguna buena. Llega un córner y un remate de cabeza formidable. Es el pequeño Juanmi quien conecta el testarazo, abajo y a la izquierda del meta Sergio que se estira sin evitar el empate. Canté el gol como la Caballé cuando pisaba la Scala de Milán, pero desafinando más que el chico de Eurovisión. Un gallo, otro gallo y un tercero más emocionante que los anteriores. Sacan de centro y se acaba. Algo así como una marcha triunfal y eufórica. En el terreno y en la grada.

Me alegro mucho por la gente que se desplazó, por la que se quedó en casa viendo la tele y oyendo la radio. No hay quien controle las emociones ante situaciones tan seguidas y disparatadas. Del blanco al negro, del cielo a la tierra y viceversa. Termina la competición con buen sabor de boca, con premio europeo y con la sensación de haber hecho bien muchas cosas. ¿Mejorable? Por supuesto. En el horizonte nuevos retos, apuestas claras por una plantilla que debe reforzarse para afrontar la exigente próxima temporada. Aquí termina el beaterio cuarenta y cuatro, con la feligresía cargada de alegría. Lo vimos crudo, pero el horizonte se despejó con un suave viento del oeste, el que entraba por las Islas Cíes y que sopló favorable a nuestras naves en Balaídos.

Iñaki de Mujika