El Beaterio de Iñaki de Mujika

El sabor añejo de las vallas

después del partido contra el Rosenborg me preguntaron sobre las gradas supletorias del fondo sur de Anoeta. La presencia de aficionados al borde del terreno, el incansable aliento de quienes se ubicaron allí, el respeto a la competición y el color que dieron los fieles seguidores pasaban con nota el examen de una decisión que nunca es fácil.

No es nuevo. Los que vivimos el fútbol de antaño apoyados en la barandilla, oliendo a hierba verde y tierra mojada, escuchando las voces de quienes competían, aprendimos, entre otras cosas, que el juego lleva dosis de pasión y kilos de emociones. Nos ubicábamos detrás de las porterías y los metas, cuando no había ni electrónicos, ni relojes, ni nada al respecto, se daban la vuelta y nos preguntaban cuánto faltaba para el final.

Un día entró el miedo, porque los hooligans ingleses hacían de las suyas, lo mismo que los hinchas sudamericanos en muchos de sus estadios. ¿Prevenir o lamentar? Decidieron lo primero en tiempos de Pablo Porta, presidente de la RFEF. Todos los campos de Primera, Segunda y Segunda B debían instalar vallas alrededor del terreno de juego para proteger a los jugadores y evitar tropelías. Dicho y hecho, todos los campos se convirtieron en celdas y las cosas cambiaron.

El verdadero espíritu del juego pasó a Tercera y al fútbol regional, que aún hoy siguen siendo el bastión del mejor sabor en torno al balón. Con los años la evolución derivó en la desaparición de las gradas de pie, adiós a las avalanchas (la mala fortuna ayer propició un accidente que afectó a un cámara de televisión al que deseamos una buena recuperación). Se implantaron asientos para todos los espectadores y retiraron las referidas vallas. El fútbol se volvió a ver en tecnicolor y no a rectangulitos, pero perdió muchas esencias.

La decisión de los consejeros realistas de repetir ayer la experiencia volvió a ser plausible. Cierto es que el rival no era el mismo y el calor de un encuentro ante el Real Madrid aumenta todos los parámetros. La buena marcha del equipo y la esperanza de enlazar un cuarto triunfo consecutivo en la liga conllevaban una oportunidad de grandísimo júbilo. Pasado por agua, porque las inclemencias del tiempo que soportamos, la lluvia, añadía mérito a quienes soportaron con estoicismo la húmeda noche.

Por cierto, un inciso. El pasado viernes fui una de las víctimas del colapso kilométrico de la N-I, esa ratonera indefendible. Había hecho un programa de radio con motivo de la Beasain Futbol Festa (BFF). Compartí mesa en el Urkiola con amigos deportistas. Pasé por la carnicería Olano, que es un santuario de muchas cosas, entre ellas el cariño de las personas que lo regentan. Volvía más contento que unas castañuelas con las compras hechas y la agradable charla con quienes te ayudan a que todo sea más fácil. Sabiendo cómo estaba el asunto, elegí el camino interior. Llegando a Ordizia, parados y bien parados, opté por dar la vuelta y desandar el camino. Decidí otra ruta alternativa. Vuelta para atrás. Desde Salvatore a Azpeitia, pasando por Mandubia, Nuarbe y Urrestilla. Luego, Zestoa y, finalmente, la autopista. Entre una cosa y otra, dos horas y media.

Lo que me sorprendió fue el nivel del agua en el embalse del Ibaieder. Con todo lo que está cayendo debiera estar para desbordarse. Sin embargo, aún le queda capacidad para que llueva trimestres sin parar. Es un paisaje hermoso, recomendable, para patearlo sin prisas. Encuentras, al borde del camino, vaquitas, pottokas, manzanos, caseríos y una calma que no se parece en nada, por ejemplo, a la algarabía de anoche en Anoeta.

Se afrontaba el partido con esperanza, euforia controlada y ganas de sumar otros tres puntos. Eusebio decidió de salida dos cambios. Kevin y Januzaj volvieron al once titular. Quizás daba lo mismo, porque enfrente estaba un equipo que acumula hombres por el centro, que impone su ley en la zona ancha. Los de Zidane dominaron la primera parte, sin dejar a la Real hacer su fútbol. El control del balón y las oportunidades de peligro fueron bastante menos que otras veces.

Tampoco la fortuna estaba del lado realista. Con el empate a uno, llegó el disparo al travesaño del propio Kevin, autor del gol que nivelaba la contienda, lo mismo que el que la desnivelaba en una acción carente de suerte. El público, ejemplar en sus ánimos, empujaba todo lo que podía, tratando de que su equipo se fuera arriba con todo. Cuando salió Vela en una zona nueva para él, el equipo fue más parecido a lo habitual, pero una contra inmensa de Bale apagó las luces de los sueños. Demasiada losa para un equipo que con el paso de los minutos demostró agotarse.

Y ese es precisamente el primer objetivo. Ojalá se recuperen cuanto antes los lesionados y el técnico pueda hacer las necesarias rotaciones. En caso contrario, lo pasaremos mal. El inmediato calendario asusta. Al equipo no se le puede objetar nada, porque lo dio todo. Generoso hasta límites insospechados. El Madrid, al que le faltaban no sé cuántos titulares, decidió una alineación plagada de talento, con Isco izando la bandera del buen fútbol, de los cambios de posición y de los pases formidables. Romper ese nivel de eficacia fue casi imposible. Te ganan porque son mejores y ya está. Y para terminar una pregunta: ¿Por qué cuando se enfrentan dos equipos europeos no designan un árbitro internacional? El partido merecía otro trencilla.

Iñaki de Mujika