El Beaterio de Iñaki de Mujika

A vueltas con los estilos

Mientras la memoria no falle, será imposible olvidar aquel partido de Mendizorroza. No me refiero al de pedir perdón por meterles un gol, ni al de abandonarnos a nuestra suerte poco tiempo después, entre falso y cortés. ¡No! Es obvio que en la mente de todos nosotros figura como un marteau pilon aquel 3-2 con el que nos quedamos una temporada más en Segunda División.

El próximo junio hará diez años del momento. Más de cuatro mil entusiastas y esperanzados seguidores acudieron a la cita. El equipo les necesitaba. Díaz de Cerio y Delibasic marcaron los tantos de la ventaja con la que se llegó al minuto noventa. Uno de los Teixeira Vitienes miraba al reloj, estábamos en la prolongación. Y así, sin enterarnos, cayeron dos seguidos. Jairo Álvarez y Toni Moral nos clavaron un rejón de tal magnitud que fue imposible calcular la trascendencia de aquella derrota. Lo mismo que de la victoria local, porque la remontada concluyó con algarabía general de la grada, invasión de campo incluida y pitido final del partido en el túnel de vestuarios.

En el tiempo transcurrido desde entonces, me han preguntado una y mil veces qué hubiera pasado si el equipo llega a ascender en aquel momento. Posiblemente, nada parecido a lo que hemos vivido en la última década. Entonces había un consejo y unos consejeros que habían elegido el camino que consideraban oportuno para la entidad. Un ascenso, el retorno a Primera, hubiera supuesto la consolidación de la idea. Cuestión de estilo.

No fue así. Seis meses más tarde, en una junta de accionistas también inolvidable, el capital decidió el cambio de timón. La nave pasó a otras manos y hasta aquí hemos llegado. Por eso, nos quedará siempre la duda de qué hubiera sucedido si aquella aciaga tarde concluye con el ascenso de Lillo y los suyos a Primera. La historia se escribe con los trazos de quien decide. No cabían aquel día ni amaños, ni componendas, ni primas a terceros…nada, porque el Alavés se jugaba el descenso a Segunda B. Ese año se salvaron.

Luego, perdieron la categoría, la recuperaron, cambiaron de propietarios, le dieron la vuelta y defienden plaza en Primera. No les tiembla la mano a la hora de adoptar decisiones. Estamos en mitad de octubre y han cesado a los dos primeros entrenadores de la entidad. El equipo de Tercera prescinde del oñatiarra Aitor Orueta y la primera plantilla habla italiano tras la salida forzosa del argentino Zubeldía. Pim, pam, pum. Por lo visto ayer, hay trabajo.

Antes del duelo, bailaban por la azotea de mi cuerpo todas estas ideas, tortuosos recuerdos, desencuentros, desafecciones, disgustos y la sensación de que nunca cualquier tiempo pasado fue mejor. Al menos, en Mendizorroza. Como los recuerdos no dan puntos, tocaba de nuevo armarse de valor, agotar las entradas a disposición, viajar con las ilusiones enteras y desear que el equipo recuperase el buen tono inicial del campeonato. Felizmente, los goles de Oyarzabal y Elustondo se celebraron en la esquina visitante con fervor y entusiasmo. ¡Por fin!

Se trataba también de saber si estos quince días que llaman de parón nos habían servido para ajustar (ese verbo divino que se instala y revolotea en las ruedas de prensa) lo desajustado y el equipo dejaba de encajar goles con la misma facilidad que Marc Márquez gana la pole. Como el calendario ahora se oprime como un corsé, necesitamos salir con vida de un montón de partidos en los que todo hará falta. Afrontarlos y sacarlos adelante vendrá bien para aparcar los malos pensamientos y sembrar de dudas el camino.

El partido ante los alavesistas en nada se pareció al del Betis, entre otras cosas porque las propuestas de Gianni de Biasi y Quique Setién se parecen como un león a un elefante. Los locales defendieron y defendieron, casi siempre con todos detrás del balón. No era fácil derribar los muros. Mucho menos a ritmo de procesión. El primer tiempo fue catatónico y el segundo más o menos parecido. Sucede que cuando llegan los goles todo se alborota. En cuatro minutos cambió el decorado. Oyarzabal y Elustondo, dos chavales que enamoran, pusieron al servicio del colectivo la técnica y el corazón. Distintos estilos, pero igual de eficaces al mismo tiempo.

El partido cambió en un santiamén. El cuadro vitoriano se encontró con una losa sobre su ilusión y sin fuerzas para seguir peleando. Atrás quedaba un enorme derroche físico en la contención, pero nulo en creatividad y remate. No es normal que un equipo, jugando en casa, no chute a puerta entre los tres palos ni una sola vez. Eso decían las contundentes estadísticas al final del partido. No fue una cita espectacular, ni el mejor match de los de Eusebio, pero dejar la puerta a cero, sumar tres puntos y cambiar la dinámica (ese sustantivo que también se instala y revolotea en las ruedas de prensa) devuelve la calma por encima del modo o estilo con el que todo se consigue.

Iñaki de Mujika