Dentro de un mes, cuando lleguen en fila india Olentzero, Papá Noel y los Magos de Oriente, entraré en crisis. Abriré paquetes envueltos en papel de regalo con la ilusión del niño y la desilusión que padezco al comprobar que en el lote llegan zapatillas, pijamas, calzoncillos, colonias y bufandas. Con machacona insistencia se repiten cada año. De estas últimas, dispongo de una colección inenarrable. Lleno dos cajones con todas. Algunas están todavía envueltas en su papel de celofán porque o son feas o pequeñas o pican en el cuello.
Para más inri, las dos que más uso no son regalos. Las compré por gusto y necesidad. Mancini, el actual entrenador del Zenit, cuando dirigía al Manchester City, lucía siempre una de color azul celeste. Le sentaba formidable. Busqué una parecida y la encontré. No es de marca, baratita. Mide mogollón, la meto en la lavadora cada dos por tres y aguanta lo que le echen. Le tengo mucho cariño, por cómoda y cariñosa.
La otra es negra. La adquirí en Turín en la tienda de Giorgio Armani el día en que la Real disputaba partido europeo contra la Juve. Había llevado la maleta con ropa de verano y allí soplaba un viento procedente de los Alpes que quitaba el sentido y te dejaba patidifuso. El estadio era una segura posibilidad de coger un gripazo de campeonato, así que en unos grandes almacenes opté también por adquirir un gorro de lana igualmente negro que, como la bufanda, aún conservo. Me sacaron del apuro. La bufanda es consustancial al fútbol. Alguien algún día, en alguna parte, decidió mostrar la fidelidad a unos colores, rodeando su cuello con lana de sentimientos. No se quedó solo. Le siguieron aquí, acá y acullá. En los chiringuitos alrededor de los estadios se vendían como churros y hoy, incluso, se fabrican como recuerdo de un partido especial o de una efeméride que conviene recordar. Los aficionados son tan fieles a sus equipos que no se la quiten de encima aunque el termómetro marque casi cuarenta grados y sople el céfiro del desierto. No hay explicación posible.
Ayer en cambio, en Trondheim no sobraba nada. Al revés, dos mejor que una. Cuando llega un partido de estos, vienen como anillo al dedo porque sirven para abrigarte y para demostrar cuáles son tus colores ante el furibundo ataque de los gélidos vientos de los fiordos. Ellos, los noruegos, están mucho más acostumbrados que nosotros a esos avatares. Basta comprobar un dato. La llegada del Rosenborg a Anoeta suponía el duodécimo viaje para enfrentarse a equipos de la liga. El balance es desolador. Once derrotas y un empate. Sin embargo, en su feudo, ante esos mismos conjuntos fue capaz de ganar cinco partidos. Por tanto, era obvio que ese equipo se crece en su estadio y aprovecha los resquicios del frío y las heladas para machacar a los timoratos que se le pongan por delante. Ese era un dato a considerar antes del partido. Felizmente, el gol de Oyarzabal y la victoria no nos incorporan a su particular lista de víctimas .
Nada mejor que correr cuando el termómetro baja los brazos y poner sobre la cancha todo lo necesario para sacar el partido adelante y conquistar el primer objetivo, aunque sea a través de noventa minutos tediosos.
Eusebio llevó veinte jugadores. Descartó dos, eligió once y sentó a su lado a quienes quiso que le hicieran compañía. Los analistas creen siempre que las decisiones de los técnicos marcan tendencia y que con ellas envían mensajes a su gente. En ese sentido no quedaban dudas de salida. El cuerpo de guardia casi al completo y tufo ofensivo en los elegidos. Canales sustituyó a Zurutuza. Navas ocupó la plaza de Llorente y Juanmi fue titular. Lo mismo que De la Bella.
El objetivo era claro. No perder, sumar al menos un punto y garantizar la clasificación. Tal y como iban las cosas, todo apuntaba a un marcador final con las gafas del cero a cero. La entrada de Jon Bautista aportó lo que necesitábamos desde el principio. El canterano le puso marchita al juego. Corrió, aguantó balones, se desmarcó y buscó la portería de Hansen. Muy al final, el trazo de su desmarque, el remate posterior y el rechace aprovechado por Oyarzabal movió el tanteo y a los seguidores realistas que aguantaban estoicos en torno a un córner. Sin quitarse la bufanda, por supuesto. Una cosa es ser valiente y otra irresponsable. Soplaba el viento con enorme intensidad, tanta que hoy no sufrirán problemas de cutis.
Como no hay tregua, en un par de días, otra andanada. No hará tanto frío, pero serán necesarios más bríos. Las Palmas se la juega y un equipo tan acuciado es doblemente peligroso. Ojalá que las bufandas sigan sirviendo para animar y jalear una nueva victoria. Tan valiosa como la de anoche.