El Beaterio de Iñaki de Mujika

¿Por qué padecer sin merecerlo?

No debimos sufrir tanto para ganar ayer. Muchas veces hemos hablado de cerrar los partidos y aprovechar las ocasiones para sentenciar y redondear una buena actuación. Cuando metes dos goles en diez minutos, no es bueno llegar al final con la soga al cuello. Cierto es que el Alavés no dispuso de ocasiones, pero llevamos tan cargada la mochila de situaciones parecidas que sería bueno evitar los sobresaltos.

El empate en Sevilla fue como la aspirina para el dolor de cabeza. La posterior rueda de prensa en la que se presentó a Miguel Ángel Moyá, algo así como una ráfaga liviana de aire fresco con la que calmar los sofocos de los días precedentes. La actuación del meta en el Villamarín frenó el debate del momento y lo trasladó al pasado reciente y al enigmático futuro. La historia en la portería realista no se ha terminado.

Ayer debutaba ante su público. No creo que estuviese nervioso por el momento, aunque algo de tilín, el gato, seguro que andaba por dentro. Los ojos de los 21.445 espectadores estaban atentos a cada acción del balear, dispuestos a aplaudir y a dar el visto bueno a la contratación. Su puesta en escena ante los periodistas llevó emparejado un discurso, tal vez inesperado en algunas cosas pero de los que engatusan al beaterío realzale.

Suelo repasar, en el cuaderno en que apunto todas las cosas que suceden en cada partido, el resumen del encuentro de la primera vuelta. Es un método que utilizo por dos razones. La primera, porque la memoria no es capaz de guardarlo todo. La segunda, porque descubres realidades que pueden pasar inadvertidas pero que marcan paso. Por ejemplo, Mendizorroza fue el escenario en el que la Real consiguió su última victoria lejos de Anoeta. ¡Qué barbaridad, una vuelta sin mojar! Aquel día también debutaba en el banquillo babazorro el italiano Gianni de Biasi, la apuesta elegida para suplir al cesado Zubeldía y a Javi Cabello en el tiempo de transición hasta que llegara otro. Y ese otro se llama Abelardo, Pitu para la mayoría. El apodo con el que le bautizó Luis Enrique, el amigo del alma e inseparable compañero de carrera. Es de Gijón pero le gusta presumir de Pumarín, el barrio en el que nació. Pertenece a la escuela del Barça, aquella en la que Cruyff enseñó el camino que muchos han seguido después, a pies juntillas o dotando de nuevos soportes a la idea original. Cuando el técnico asturiano llegó al Alavés, los albiazules eran colistas. Habían ganado dos partidos y media plantilla se encontraba lesionada. Mala pinta y firmes candidatos al descenso. Ese era el diagnóstico. Pasadas las semanas y convencidos todos de que las cosas podían cambiar se pusieron manos a la obra. Conozco a Abelardo desde hace muchos años, cuando después del partido me llevaba al hotel de la calle Numancia en el que me hospedaba y que quedaba muy cerca de su casa. Era un jugador humilde, sencillo y normal, al que todos querían. Entiendo que no ha cambiado, que se ha ganado al vestuario, convencido de que la fortaleza nace dentro y no fuera. Da gusto ver la algarabía que se produce en torno a su banquillo cuando alguien marca un gol o la fortuna acompaña con un resultado final favorable. Se abrazan todos, los del chándal y los que juegan. Hicieron una digna Copa y en la Liga han puesto bastante tierra de por medio sobre el abatimiento de quienes ocupan plaza de descenso. Entrenador con mayúsculas. Hay banquillos con olor a Viernes Santo y otros con sabor a Feria de Abril.

Sin nada que perder y mucho que ganar llegó a Anoeta para visitar a un equipo al que conoce bien, lo mismo que al técnico. Le faltaba Munir, una pieza valiosa y de gran rendimiento en este momento, el sueño (según dicen) de nuestro entrenador. Muchas de las acciones de ataque y de las terminaciones de jugadas pasan por sus botas y su olfato.

Seguro que diseñó un plan en el que no estaba previsto encajar dos goles en diez minutos. Para cuando quisieron darse cuenta el encuentro estaba muy cuesta arriba. Ahí la Real debió poner la guinda y cerrar la pelea. No fue así y estos equipos con raza te calzan un disgusto en cuanto te descuidas. Y nos descuidamos con Llorente ausente en la banda, atendido de su lesión. La pelota salió como un obús de la pierna de Pedraza. La primera llegada, el primer gol y otra vez la vieja canción de las incógnitas.

Volver de vestuarios y encontrar al Alavés dando pasos al frente, merodeando el área y esperando una oportunidad para empatar, fue todo uno. Cada preparador movió ficha según su criterio. Cuando Willian José volvió al césped, el partido cambió de color y aunque Abelardo eligió jugadores de toque y calidad, la Real encontró espacios para protagonizar contras huracanadas que debieron subir al marcador. Ocasiones hubo para sentenciar mucho antes. La victoria supone enlazar tres partidos consecutivos en casa y sumar siete puntos de los últimos nueve en disputa. Ni tan mal. Si el domingo en Cornellà somos capaces de ganar, respiraremos un aire mucho más saludable.

¿Puedo decir que Canales está que se sale y que Zubeldia en la posición en la que juega está tremendo? Por comentar. Y un apunte final. ¿Qué pensaría Luis Arconada viendo a Moyá de amarillo? En sus tiempos eso era casi sacrilegio.

Iñaki de Mujika