Sucede muchas veces que las ideas afloran rápido y el artículo surge a borbotones. Otras, en cambio, te atascas, le das vueltas y no terminas de sentirte a gusto con lo que ahora estás leyendo. En este caso, todo empezó desde el título. Dudé entre el elegido y un ¡Mamma mia! al que me referiré al final.
Estaba el martes en casa ante el televisor. Se anunciaba partido grande con el Liverpool disputando semifinal ante los romanos. Sabéis, porque lo he escrito algunas veces, que si hay un entrenador que me cautiva desde hace tiempo ese es el alemán Jurgen Klopp. Le descubrí en las filas alemanas de Dortmund. No es un técnico al uso. En cualquier partido de la liga teutona, el banquillo era una revolución. Implicados todos hasta el infinito, se festejaban los goles como un éxito colectivo y al entrenador le abrazaban sin desmayo. Lo que al principio parecía curioso terminó por conquistarme. Aquel Borussia de los Hummels, Gundogan, Reus o Lewandowski era un volcán en erupción, una pasión desatada.
Hoy dirige a los reds. Futbolistas diferentes todos, pero la misma idea, idéntica conducta, un chorretón de juego vertical, ofensivo, goleador, comprometido… que puede volver a disputar la final continental. Está liderado por un egipcio que atiende por Salah, un prodigio, un faraón del balón, un artista como quienes construyeron las pirámides. Base sólida y elevación espiritual hacia el cielo al que se dirige cuando marca un tanto. Jugadorazo. Y resulta que nuestro denostado Lorentxo lo quiso traer y no anduvo lejos de conseguirlo. ¿Qué nos hubiera pasado con él en nuestra filas? En la corte que preside le acompaña el príncipe Firmino y de la fusión creadora surgen partidos como gloria bendita. ¡Que nos traigan un entrenador de esos, porfa, y no un Tutankamon, también faraón, pero momificado!
La corte del faraón fue también el título de una revista musical, una de cuyas piezas he puesto de fondo para ambientarme. El ¡Ay Ba, Ay Ba…! no tiene desperdicio. La he cantado un montón de veces y me sirve de relajante para los momentos de tensión. Si eres aficionado a las redes sociales e Internet, busca en Youtube la versión de Ana Belén, luciendo una boa de marabú espectacular y un soberbio abanico de plumas.
Mientras escribo en la cabina de radio, veo el vídeo de la película, tarareo el cantable en la soledad, ante un campo vacío de espectadores, silencioso, como si nada hubiera sucedido minutos antes. Es decir, que vivimos a una velocidad de vértigo. Pasamos del todo a la nada en un santiamén. Después de cascar unos en Málaga y los otros en su casa, se citaron en un derbi con pocos alicientes. El hecho de ganar al rival parecía el argumento más consistente. Sucede que siempre hay alrededor del partido situaciones que lo jalean. La marcha del chico de Ondarroa y los desacertados tuits en página oficial añadieron el alioli necesario al comité de bienvenida que se pasó pitando todo el encuentro al 4 visitante. Mientras esto sucedía, la Real iba a lo suyo. Se benefició pronto de un gol en propia meta de San José. Rubricó un segundo extraordinario tras la brillante jugada de Januzaj, el pase a Oyarzabal y el remate de interior del eibarrés según llegaba. Al poco de iniciarse el segundo tiempo llegó el tercero, tras otra jugada a balón parado con rebote incluido.
Así, sin comerlo ni beberlo, el marcador reflejaba un tres a cero elocuente. ¡Mamma mia! era la otra opción que manejaba para titular hoy. La noticia de que el grupo Abba vuelve con un disco treinta y tantos años después del último supone un aggiornamento, un ponerse al día en los nuevos tiempos desde la experiencia de los pasados. Es decir, que Imanol Alguacil que jugó unos cuantos partidos de la máxima sabía de sobra lo que quería. Ganar hoy con los recuerdos de ayer. Les pidió a los suyos lo de siempre. El equipo se mostró consistente, pese a sufrir en las acciones de saques de esquina y faltas que los rojiblancos explotan con virtud. De una de esas acciones llegó la mano de Llorente y el penalti que transformó Raúl García.
Quedaba tiempo para una remontada visitante, pero al Athletic le faltan delanteros y la Real se sobró con mantenerse en su sitio, aplicando la nueva receta de la contundencia y el sentido de la anticipación. Pudo aprovechar alguna contra pero entre Kepa y la mala terminación de las jugadas, el partido llegó a su final con el único pero de la expulsión de Rubén Pardo y la tanganilla que se montó por la entrada a Mikel Rico.
Mientras sigo en la cabina veo corretear por el césped a los suplentes del Athletic, entrenando bajo un ligero sirimiri. Por dentro, imagino la sala de prensa atiborrada de periodistas, curiosos y protagonistas de un partido que no pasará a la historia por su emoción y calidad. Sé de sobra que aquí lo que premia y se valora es ganar. Sumados los tres puntos, queda disfrutar hasta el viernes, con visita a Sevilla y a Caparrós, el nuevo técnico hispalense.
A lo lejos escucho los aplausos y las voces de ánimo de los seguidores realistas, cuando abandonan el estadio nuestros faraones. Ninguno como Salah, pero dándolo todo, haciendo felices a los suyos. Metemos en la mochila de las obras buenas un paradón al final de Moyá, el trabajo de los defensas, Illarramendi, Zurutuza, Oyarzabal, estupendos en todo. Nuestra corte hoy goza de buena salud y coge aire con el abanico de plumas. Como un pavo real.