Con todo el guirigay del pasado fin de semana me despisté bastante. Tantas emociones acumuladas en las despedidas conocidas, rompieron el proceso habitual del trabajo en Anoeta. Para cuando bajé a vestuarios, ya había hablado el entrenador visitante y casi se me escapa el nuestro. Le envié un mensajito a Asier Garitano. Quería saludarle. Es un señor muy correcto, que siempre me atendió cuando se lo pedí. Rara avis en este mundo del fútbol, donde el que no se mira al cristal una vez, lo hace dos. ¡Cuánto postureo! No penséis que iba a preguntarle nada sobre su futuro, porque debe estar tan harto como yo de que en cada conversación salga el tema. ¡A ver si lo comunicáis de una vez, que nos vamos a volver locos. Ando entre agotado y aburrido! El parto de los montes duró menos.
Como os digo, llegué a tiempo de escuchar a Imanol Alguacil. Ha sido un estupendo aclarado en medio de los nubarrones. Tan sencillo como trasparente. Ha compartido todas las sensaciones y ha reconocido que entrenar a la Real, siendo de la Real, añade un plus de presión y sufrimiento. Reconoció que leía todo, oía todo y veía todo. Y quiso, en la rueda de prensa tras la victoria ante el Leganés, darnos las gracias por el modo en que le hemos tratado a él y a la entidad, mientras ha sido responsable del primer equipo. Los pocos que estábamos allí le aplaudimos con sinceridad. Le han salido canas a borbotones en nueve semanas y se ha dejado la piel por el club que lleva en la sangre. Esa pasión contagiada a los jugadores nos ha devuelto a un camino que es posible recorrer sin pintura y maquillaje. Ser nosotros, siempre, por encima de todas las cosas.
Le recuerdo en la banda derecha. Se parecía bastante a Carlos Martínez en la forma de jugar. El camino le llevó después de la Real por Villarreal y Jaén, donde conoció “el otro fútbol”. Supongo que en aquel momento, no pasaba por su cabeza ser entrenador. Y mucho menos, que un día gestionaría la primera plantilla realista. Ha llegado hasta aquí, pasando por los escalones difíciles de los equipos juveniles que dirigió hasta que se incorporó a Zubieta. Es decir, dispone del aprendizaje necesario y la experiencia a base de comerse marrones. Es un técnico hecho a sí mismo. Para torear en La Maestranza hay que pasar primero por las plazas de cuarta y las portátiles. La vitola de un gran jugador no acredita ser un técnico excelente. Creo mucho más en los que se fajan a base de dentelladas y tarascadas que en los que llegan sin despeinarse. En cualquier faceta de la vida.
La noche del pasado domingo animaba a sentarse ante el televisor, por saber si el Barça podía con el Levante o se acababa el récord. Si los catalanes no llegan a perder, disponíamos de un aliciente más para jugar el partido del Camp Nou y tratar de rematar la temporada de la manera más digna posible. Sabéis que este partido olía a folklore que se mataba. La retirada de Iniesta, el adiós al capitán, a una de las leyendas del fútbol primoroso, animaba a la feligresía a revivir momentos estelares, más allá de los tres puntos en disputa. Se pudo coger del brazo de Xabi Prieto y, como los chavales en el cole, decirse uno al otro. “Vamos, que nos vamos”. Los dos cruzaron regalos conmemorativos del momento. Y se fueron con la lágrima puesta. Uno con las botas para siempre en el neceser; el otro, enfiladas hacia el lejano oriente, con perfil nipón y con muchas incógnitas por resolver. Se está difuminando en el paisaje del fútbol una generación de jugadores extraordinarios, dentro y fuera de la cancha.
Cuando son tantas las cosas que se mueven alrededor del partido, no es fácil centrarse en el juego, buscando una trascendencia distinta a la de una postrer faena de aliño. Felizmente, a esta hora, la temporada está terminada. Quedan un par de estiramientos, vaciar las taquillas de chancletas, champú y borceguíes, y unas despedidas de soltero. Antes pasamos por el campo del Barça en el que competimos con dignidad y perdimos por un golazo de bandera, una rosquita divina de Coutinho. Los grandes futbolistas sentencian. Los realistas protagonizaron un buen primer tiempo. Se aproximaron con cierto peligro a la meta de Ter Stegen. Lanzaron más saques de esquina que su oponente y, como comentaba Xabi Prieto al final del encuentro, merecieron al menos un punto que hubiera hecho justicia al trabajo colectivo.
En el tramo final llegaron los momentos emotivos, los que despiden a futbolistas de una sola pieza. El público que es sabio reconoce trayectorias y aplaude la entrada de nuestro capitán al terreno como si fuera suyo. Ya es un “ex”, pero deja tras de sí un camino que costará recorrer a quienes lo intenten desde ahora. ¡Vamos, que nos vamos! es un grito de aliento, una voz de satisfacción por la experiencia vivida. Para terminar, un chapeau para nuestro entrenador. Imanol ha sabido gestionar el grupo y ser un revulsivo que cambió la dinámica de un equipo que deberá volver a empezar. Con el nuevo técnico, con los cambios en la plantilla, con el remozado estadio, con la ilusión de los seguidores, con todo lo que forma parte de este club necesitamos seguir siendo nosotros, aunque un grande esté a partir de hoy en la grada.