Hace unos meses, al final de la pasada temporada, se juntaron un grupo de deportistas de distintas modalidades. Jóvenes, en activo y profesionales. Unos diez. Se trataba de comer y hablar de todo menos de fútbol y lesiones. Entre los comensales se encontraba Imanol Agirretxe. Pasó un rato entretenido, sintiendo el cariño de quienes compartían menú con él y descubriendo el mundo de cada uno de ellos. El pasado martes acepté la invitación de la Real Sociedad a los medios para conocer in situ el estado del estadio. Sentía curiosidad por ver de cerca todo lo que nos han ido comentando en los últimos meses. ¡Dónde estábamos y dónde estamos! El campo sin pistas de atletismo, por el que aposté desde el primer minuto, es hoy una catarsis. La purificación de quien ha convivido tantos años con lo que ni quería ni le hacía falta.
En las amplias explicaciones que nos ofrecieron, hubo un momento para el delantero de Usurbil y para los prolegómenos en los que el presidente le imponía la insignia de oro y brillantes, solo destinada a los más grandes, más allá del juego y de los resultados. Sé que los días previos al acto, los deportistas se agobian por los mensajes, las llamadas, las entrevistas, los compromisos formales, etc. Tengo por costumbre dejarles en paz hasta que todo vuelve a su cauce natural.
No pensaba comunicar con él, pero el miércoles me envío un whatsapp. Quería felicitar a un remero de Hondarribia que estaba en aquella mesa. Los deportistas se entienden fácilmente entre ellos. Se fían y hacen frente común desde la confianza. Hay vida más allá del balón. Imanol es oriotarra y no lo oculta. Viste de amarillo cuando su trainera compite y acude cuando puede a apoyar a los suyos. No ganaron y seguro que se llevó un disgusto, pero se acordó de aquel chaval que conseguía por primera vez en su vida la preciada bandera en la bahía. Le pasé el teléfono y hasta aquí puedo contar.
Aproveché el cruce de mensajes para escribirle “Espero que Messi te dé un abrazo. De grande, a grande”. Tuve respuesta, pero pertenece al obligado respeto de la relación. Como sucede en estos casos, suelo estar muy atento a los comportamientos, a los detalles, a las respuestas que dan unos y otros, porque no están acostumbrados ni a la parafernalia, ni al postín de estos actos. Imanol está justo en la otra parte. Lejos del foco, aunque ayer le apuntaban todos. Sabe de sobra que la gente le quiere y ese es el mejor regalo que se lleva de una grada entregada. Como hice el día de la rueda de prensa, me puse de pie para aplaudir.
Salió, miro alrededor, se encontró con Jesús Satrustegi, el esteta del gol y el líder de la estadística rematadora en clave txuri-urdin. Recibió el recuerdo de manos de Aperribay y Messi se adelantó desde la fila de su equipo con un presente y un abrazo. Era lo que me apetecía ver. Una foto que dé la vuelta al mundo para que sepan todos que los protagonistas de la instantánea son muy grandes, cada uno a su manera y en su estilo. Luego, el gol desde cerca, para no fallar y evitar un tirón, y el público entregado en una despedida colosal. Por cierto, gracias al árbitro por permitir que eso sucediera. El tanto a puerta vacía fue una especie de anticipo de lo que luego iba a suceder. Los tres goles del partido en la misma portería. Me gustó mucho más el de Elustondo. ¡Qué bien, Aritz!
Para ganar a un equipo como el catalán, debes jugar casi perfecto. Lo hicimos en el primer tiempo, en donde incluso la ventaja del tanto inicial pudo ampliarse, pero los porteros, cuando juegan para bien, deciden. Ter Stegen salvó un balón de oro, y luego, tras el descanso, también. La Real trataba de defender el botín de la conquista, pero le faltó contundencia en tres minutos dolorosos en los que el contrario se aprovechó de los errores. Por un momento recordé a Sarita Montiel interpretando El polichinela, en la estrofa que decía “como los muñecos en el pim, pam, pum”.
En un santiamén se nos fue el esfuerzo al garete y los puntos al limbo. La entrada de Merino, Bautista y Sangalli lo revolucionó todo de nuevo, pero nos faltó el acierto en las jugadas de gol que se crearon. Me gustó el equipo. Mucho. Sin embargo, sé que vivimos de los puntos y nos faltan, pero a un grupo que acumula tantos lesionados de importancia en sus filas, poco hay que reprocharle cuando, como ayer, lo da todo. Ni un solo pero que ponerle al colectivo. En lo individual, es al entrenador a quien corresponde esa tarea.
El recuerdo de Aitor Zabaleta, el agur de Imanol, el público entregado y enfervorizado, los jugadores y su entorno, merecían un premio mejor que la derrota. Anoeta fue un clamor y es tal la diferencia en los decibelios que da pena pensar en todo lo que nos hemos dejado en el camino. Todo impresionó. Tanta gente joven en las gradas, tantos aficionados entregados, tanta camiseta con Agirretxe escrito en la espalda, tanto 9, tanta ilusión desde el pitido inicial, constituyen un valor digno de orgullo.
La fiesta pudo salir redonda, pero nos faltaron un puntito de fortuna, el acierto en los momentos decisivos y la contundencia cuando más se necesita. Justo lo que encontró el contrario. Valverde decidió un equipo y lo cambió. Se dio cuenta de que llevaban mal camino. Se avecinaba tormenta. Busquets es insustituible y Coutinho un cheque al portador. En eso, obviamente, nos ganan. Más capital, mejores jugadores. Pese a ello, me sigo quedando con los grandes. Los nuestros.