Leyendo La abadesa, obra de Toti Martínez de Lezea, encuentro en el tramo final del relato la historia de doña María Esperanza, monja agustina, responsable de un monasterio en Madrigal. Disfrutaba de la convivencia de las hermanas del convento y encontraba allí la felicidad. Sin embargo, un día por decisión de las máximas autoridades religiosas, por decreto, es obligada a dirigir el Monasterio de las Huelgas Reales en Burgos. Las que allí residen pertenecen a familias adineradas y de buena posición cuyo comportamiento no parece el adecuado. La abadesa, contra su voluntad y por el voto de obediencia, viaja y se dedica desde su llegada a poner orden. Mantiene su hábito negro, frente al blanco de las que allí moraban. No intimó con ninguna, les exigió cumplir con sus reglas y preceptos y les recortó privilegios. No hizo nada para que le quisieran, pero el convento recuperó el orden en cuatro años.
Leyendo ese epílogo, salvando distancias, la situación me recordaba bastante a la de nuestro equipo. En lugar de abadesas, pongan entrenadores y cambien las monjas y novicias por futbolistas. Distintas reglas que cumplir en cada situación y búsqueda de sólidos argumentos para que las cosas alcancen el cauce al que las autoridades aspiran. Toca seguir esperando tras el empate sin goles de anoche.
Cuando hace una semana la selección inglesa le dio a la española un meneíto pensé en este beaterio. Suele suceder que se confrontan o comparan ideas, aunque unas u otras sean dispares. Pasa lo mismo con los estilos de juego de los equipos. Se pueden conseguir éxitos, jugando a la francesa, como la tortilla, o tocándola con exquisitez y donosura. Todos los caminos conducen a Roma. El partido de ayer animaba a verificar las propuestas. Un embrollo para el análisis. Llegaba un equipo con nuestro antiguo entrenador al frente, proponiendo lo que sucedía por estos lares no hace muchos meses. Eso sí, con cinco defensas. Se trataba de saber si los de aquí conocían el antídoto para desmontar el plan de los de allí, el mismo que otros rivales nos aplicaban cuando proponíamos una cosa distinta a la actual. Añadamos que deseaba constatar si el equipo era capaz de confirmar que, con las nuevas directrices, iba a tumbar a las antiguas en las que creían y defendían. Un galimatías en toda regla.
En este tiempo interregno desde la victoria en San Mamés hasta la cita de anoche, Garitano ha pasado por las redacciones de los periódicos y ha respondido a las preguntas. He leído todo lo que ha dicho y, desde luego, deja lugar a pocas dudas. Clarito como los chorros del agua, no deja a nadie indiferente. Es obvio que a algunos les gustará más que a otros.
De las cosas más llamativas que ha dicho, recojo la referencia a todo lo que le ha ido pasando al equipo sobre la marcha y que no se ha valorado en su justa medida. Por ejemplo, la lesión de Llorente al poco de empezar en Leganés que dejó tocado al grupo al ver la trascendencia de la misma. Lo mismo, o peor, con la fractura de Martín Merquelanz en Ipurua. Nos remontaron cuando llevábamos ventaja. Añadamos las acciones que salpicaron a Zaldua y Mikel Merino cuando nos visitó el Valencia. Dos cambios obligados antes del segundo tiempo; la ausencia de Januzaj desde el principio de temporada, la retirada de Agirretxe, la salida de Alberto de la Bella, las sanciones a Juanmi y Theo todo, en dos meses de competición.
Como contamos con un entrenador sobrio y poco quejica, la necesidad hace virtud y el equipo ha sacado puntos en condiciones difíciles y adversas. Como no hay mal que cien años dure, para este partido contaba con más ropa en el armario. Sin embargo, el partido táctico de ambos gestores optó por dejar sentados en el banquillo a sus dos estiletes. Por las razones que sean, ni Willian José ni Stuani, los temores para las defensas, no iniciaron el encuentro y tardaron en hacerlo. Como ninguno quería perder, se arriesgó poco, apenas se perdió el sitio y si, como en el boxeo, el ganador pudiera serlo por puntos, a estas horas las ocasiones perdidas y los remates al palo de Sandro nos otorgaban un K.O. favorable.
Ni por esas. Segunda vez que nos quedamos sin marcar, segunda que no nos marcan y primera que uno de nuestros partidos acaba sin goles. Toca esperar para ver al equipo ganando ante su fiel hinchada que ayer acudió en número de 21.000 espectadores, una pasada si tenemos en cuenta el día y la hora. No me extraña que protesten, porque es un descontrol absoluto el plan horario al que nos someten. No sé si les gustó mucho el partido, poco o nada. Si nos quedamos con las cosas positivas encontramos motivos para la esperanza. Si hacemos lo contrario bonjour tristesse. En algún momento creí que me dormía, porque normalmente me retiro a la hora de las gallinas francesas, o a la misma en que las monjas rezan en comunidad las vísperas. Apenas hubo sobresaltos, más bien bostezos. Pocos temores, salvo el par de saques finales desde la esquina, cuando los catalanes nos metieron en el cuerpo viejas pesadillas. Todo muy calmoso, incluidos el árbitro y el VAR que podía haber revisado alguna cosita de la primera parte que nos favorecía. Pero eso es otro galimatías de muy difícil comprensión.