Estuve ayer en Getaria en la puesta de largo de la temporada del txakoli. Suele llover, hacer frío. Pese a todo, los rincones se abarrotan para vivir una fiesta a la que me gusta acudir. Lo hago siempre que puedo desde hace muchos años. Además de probar el afrutado vino, suelo coincidir con bastantes personas conocidas. Se juntan gente de la política, del deporte, de la sociedad, de la cultura, del bien vivir, del turisteo, de la prensa que informa… Es el único día al año en que coincidimos. “San Anton, bixigua montón”. Siempre un famoso se encarga de inaugurar la temporada, al igual que sucede estos días con la temporada de la sidra.
Te haces con una copa de cristal que lleva impresa la imagen de una ballena, al uso del escudo de la población que se engalana. Vas de aquí para allá, entrando en muchos sitios en los que sientes el cariño de las personas. ¡Ni tan mal, inmensamente agradecido! Estaba preparado para la avalancha de preguntas. Entre el vino afrutado, las antxoas, un caldo y rojos camarones, hablamos una y mil veces de la otra copa, la de anoche en Anoeta. Comento que, a día de hoy, cualquiera le gana a cualquiera, que las plantillas se han igualado y que puede parecer milagroso que, en este momento, haya doce equipos en una diferencia de seis puntos. Puede pasar cualquier cosa y reconozco que lo de ayer podía ser cara o cruz. Al menos, me movía en esa opción. No tenía nada claro. ¡Y no era por el txakoli!
El actual formato copero no se sostiene y debe cambiar con urgencia. Los equipos solo se preocupan de la liga, porque se juegan una barbaridad. Los entrenadores, que tontos no son, mueven ficha y rotan hasta donde pueden. En el caso que nos ocupa, de siete en siete, siempre y cuando las lesiones y las sanciones no te obliguen a hacer equilibrios en la cuerda. Hasta tal punto que en un cuatrimestre y por las razones que sea, en este territorio, han debutado unos cuantos futbolistas procedentes del filial: Martín Merquelanz, Sangalli, Le Normand, Ander Barrenetxea, Aihen Muñoz, Roberto López impensable encontrar semejante valentía en el camino de la historia.
eSeguro que todos queríamos eliminar al Betis, aunque en una semana hubiera que disputar dos partidos más. Locura de calendario. Es cierto también, porque venimos de un recorrido tan poco generoso, que si nos quedábamos fuera tampoco nos pasaba nada trascendente. De eso hablaba con cada txuri-urdin que encontraba al paso en Getaria. Todos deseando vivir una final algún día, pero todos con los pies en el suelo. ¿Arriesgar o vivir en el mundo de los segurolas? El domingo vi entero el partido del Betis contra el Real Madrid. Los sevillanos me encantaron, jugaron al fútbol de lo lindo, desarbolaron al rival, pero perdieron. Trataba de situarme sobre las reales posibilidades de pasar la eliminatoria tras el empate sin goles de la ida. El excelso Lo Celso y el rubiales Canales interpretan el juego como la Callas, la Caballé, la Sutherland, la Tebaldi o la Bartoli las arias de Puccini. Entre los dos fabricaron el primer gol del partido. Menos mal que no tardamos mucho en nivelar porque el empate dejaba las cosas en el mismo sitio que al principio, aunque los dos tantos confirmaban dos cosas. Una, que no había prórroga. Dos, que las redacciones de los periódicos respiraban con alegría porque compraban tiempo y se evitaban las prisas habituales para cerrar las ediciones a tiempo. El partido se trababa mucho, había bastantes faltas y no era fácil darle continuidad al juego. Los goles animaron la noche. Las espadas en alto y una enorme incógnita sobre el futuro de la eliminatoria.
El partido ofrecía bastantes cosas a las que atender. Además de los numerosos cambios en la alineación respecto al partido del domingo, me fijé bastante en el equipo que menos conozco y me parece que cuentan con un pivote formidable que atiende por Carvalho. No llegó a tiempo de evitar el segundo gol realista, porque el equipo estuvo listo en el saque rápido de banda y en la terminación con el cabezazo de Mikel Merino, más solo que la una o que la luna. Por cierto, en esta jugada un aplauso al recogepelotas. Quedaban muchos minutos por delante. Si al valorar el triunfo ante el Espanyol comenté que me parecía que faltaba contundencia para hacerte fuerte y defender los dos goles de ventaja, casi podría escribir lo mismo tras darle la vuelta al marcador y ponerlo todo de cara. Empató pronto el Betis, antes de que los nervios le atenazaran, en una jugada en la que eché en falta firmeza y resolución. La remontada se fue por la gatera en un santiamén. Cruda realidad.
El partido entró entonces en esa fase de taquicardias, sin perder ni la ilusión ni la esperanza. A los sevillanos les servía el empate. A nosotros, no. Llegaron los cambios y algunas oportunidades para marcar el tercero como sucedió el domingo. No es fácil disputar esos minutos. Si vas con todo arriba, corres el riesgo de que te la enchufen en una contra y te despidas antes de tiempo de la competición. Si, por ese miedo, racaneas, el contrario se rearma en su área y deja transcurrir los minutos con bastante comodidad. El difícil equilibrio. En ese cuarto de hora final, el equipo puso alma y corazón, lo dio todo, pero le faltó un poco de calma, seleccionar mejor los centros y aprovechar una de las oportunidades que se crearon. El Betis defendió muy bien, muy convencido, a favor del empate que les clasificaba.
Hoy no estaremos en el sorteo de cuartos, porque por unas u otras razones en este torneo nos acompaña una maldición. No creo que al equipo y al entrenador haya que reprocharles nada en esta eliminatoria. No han perdido ningún encuentro, pero se van a casa. No marcar un tanto en Heliópolis les penaliza. Si la Real se hubiera clasificado, no me parecería injusto. Tampoco lo contrario. Los andaluces juegan muy bien y determinan. Gestionan las situaciones con inteligencia. La jugada de la expulsión de Lo Celso es el vivo ejemplo. La fortuna se alió con ellos y nos dio la espalda. Tampoco es novedad. Estamos tan acostumbrados a que nos pase eso en este torneo, que esta vez, tampoco. ¡A Vallecas!