La continuidad de David Zurutuza en el primer equipo se hizo oficial a lo largo de la semana de pasión. Una temporada más defendiendo los colores del club de su vida. La última. No habrá marcha atrás, ni uno más uno, ni prolongación por partidos disputados. Nada que no sea despedirse. Pudo elegir otra cosa, incluso la renovación por dos temporadas. Esa propuesta y otras anidaban en el despacho de su representante. Ha tardado mucho en decidirse, porque no todo es dinero, ni un cheque al portador. Hasta en eso es diferente. Lo sabían de sobra en el club y en su momento solicitaron que le dejaran en paz, porque la presión exterior no era una buena cosa para la decisión final.
No voy a entrar a estas horas en el valor del futbolista y en lo que aporta al equipo. Más allá de las rachas de lesiones, si contaba con una oferta de renovación es porque en el club le valoran y le necesitan. Gustará más o menos, su rendimiento podrá debatirse, pero es seguro que sustituirle no es fácil. Es un jugador distinto a la mayoría. Cuando se encuentra con los periodistas en una rueda de prensa, hay respuesta garantizada para uno o varios titulares de prensa. ¡Cuando habla sube el pan! Pero el valor de un futbolista no está en las comparecencias con micrófono, sino en lo que sucede sobre el césped. Pocos son capaces de leer los partidos como él. Sabe asociarse con sus compañeros de modo eficaz y todos le valoran por lo que aporta al juego. Es un pelirrojo diferente.
Cuando se asocia con Illarramendi aflora la inteligencia y el equipo es mucho mejor. De un pelirrojo, a otro que casi lo es. En toda la segunda vuelta han coincidido una vez, casualmente en el derbi victorioso. Si a los entrenadores les faltan futbolistas determinantes en la zona de creación, saben que las cosas se complican. Una trayectoria de tantos años no puede pasar desapercibida. Zurutuza forma parte del elenco de jugadores, santo y seña de la historia del presente siglo. Amigo, compañero y artista. Los aficionados le valoran y le quieren. Cuando la grada corea su nombre, el “Zuru, Zuru” suena como si llegara la caballería rusticana.
Pinta cuadros con mucho gusto. Un día quise hacerme con uno, pero no estaba a la venta. No pierdo la esperanza de hacerme con uno aunque sea un boceto. Su vida está llena de experiencias al margen del fútbol. Más allá de los pinceles, entiende de agricultura, cuida su huerta ecológica y elige lo que cree que le puede ayudar a ser feliz. Huye de las rutinas, dentro y fuera de la cancha. Por eso os digo que es diferente. En las colecciones de cromos es de los difíciles, porque no se repite cuando abres los sobres que contienen los historiales de tantos y tantos jugadores. Siempre disfruto con los deportistas diferentes, los que se salen del carril, los que merecen la pena, de los que aprendes. No me extraña, como os podéis imaginar, que el club haya apostado por él hasta el final. Como quiera que se siente agradecido y muy bien tratado en la entidad, era lógico el desenlace, aunque llegué a pensar en algún momento del camino que el resultado final iba a ser otro.
Lo mismo que el partido de anoche. No estaban ni David, ni Illarra, ni Januzaj… ni otros que podían haber sido de la partida. Imanol entendió que había sitio para Rubén Pardo y Willian José en una semana de tres partidos, nueve puntos, y prácticamente la definición de todos los objetivos. El equipo dio la cara en todo momento. Se multiplicó en el primer tiempo para cerrar espacios y evitar ataques por oleadas. No hubo demasiadas ocasiones para sorprender al equipo líder, pero con el empate sin goles una jugada muy bien trenzada debió terminar en la meta de Ter Stegen. Contra estos equipos no se debe perdonar, porque alguna tienen siempre. En efecto, cuando el descanso llamaba a la puerta, una acción a balón parado la remató de modo espléndido el central Lenglet. El tanto dejó sin premio las muchas cosas que el equipo ejecutaba con calidad.
La victoria colchonera en Ipurua no dejaba espacio para la relajación ni para las rotaciones. Ernesto Valverde salió con todo, incluido Messi. Guardó a Coutinho por si le hacía falta y le sacó al final. Apretaron desde el primer minuto muy cerca de Rulli, queriendo ahogar la salida del balón txuri-urdin. Quizás no esperaban un equipo tan eficaz para salir de la presión. Como digo, más allá del resultado, me gustó mucho en el primer periodo, aunque el tanto, en un minuto psicológico, podía llevar el partido a un distinto derrotero. Y antes de que se me pase, este árbitro, al que le tengo paquete desde que pitaba en Segunda B, no me gusta nada. La amonestación a Mikel Merino fue escandalosa, lo mismo que cuando pasó por alto unas cuantas faltas blaugranas. Vidal y Dembélé, por citar a dos, se fueron de rositas.
Ese es un campo en el que siempre pasan cosas. Por ejemplo, que se lesione un futbolista como Igor Zubeldia cuyo aductor derecho debe estar hecho trizas. Imanol eligió a Sangalli para sustituirle, retrasando a Merino al puesto de ancla. A veces, pagar una entrada por un partido de fútbol no es rentable, pero solamente por ver el balón de Mikel a Juanmi en la jugada del gol del empate merecía la pena haber pasado por taquilla. ¡Madre del amor hermoso, qué pase! Sucede que en los equipos se forman sociedades. Una muy conocida en el Barça es la de Messi con Jordi Alba. Funcionó para voltear el marcador y poner en ventaja a los catalanes tras el derechazo del lateral izquierdo. Duró poco la alegría en la casa del pobre.
Desde ahí hasta el final siguieron pasando cosas. En el tramo final, la Real lo intentó. No especuló, aunque no asomaron las ocasiones. Minutos para Barrenetxea, Aihen Muñoz, Sangalli, Elustondo, Zaldua, Oyarzabal, Rubén Pardo, Zubeldia… que se comportaron junto a sus compañeros con actitud ejemplar. Muy destacado Llorente que secó a Messi, aunque el madrileño se marchó cojeando. O eso pareció. ¿Otro problema más? En una semana de tres partidos, la enfermería echa humo. Vaya año llevamos.