Los niños de la zona oriental de nuestro territorio de Gipuzkoa celebraron ayer con todo su esplendor el día de San Marcos, festividad elegida para que las madrinas regalen a sus ahijados una opilla. Consiste en un bizcocho, sobre el que se sitúan unos cuantos huevos duros, pintados de fucsia, así como yemas, caramelos, rosquillas, un pollito y cuantas cosas sea menester para que la obra sea arte y sabor, un maridaje que perdura desde que se inició esta tradición. Aunque de niño me queda poco, inopinadamente a la hora del desayuno apareció un padrino para regalarme una opilla de almendra a la que hice foto y colgué en Instagram para no ser menos que los demás. En el comentario de la misma prometía que regalaba una de ellas al jugador que marcase anoche el tanto que nos sirviera para ganar. Estaba convencido de que me ahorraba la pasta.
Es lo que se llama un incentivo. Necesitamos de ellos para encontrar motivación en los proyectos que afrontamos por pequeños que parezcan. Un partido de fútbol en sí mismo parece poca cosa. Tres puntos. Es tanta la trascendencia de los mismos que miles de personas se ven afectadas por la resultante final.
Jugar y no ganar se relaciona con el drama. Os aseguro que no hago cuentas, ni miro mucho la clasificación, ni estudio la racha del equipo en profundidad, ni nada de esas cosas que tratan de encontrar respuestas a la situación que se plantea. Sé de sobra que en la segunda vuelta hemos ganado en casa tres encuentros, contando el de anoche. Analizado en frío es muy poco bagaje cuando estamos a punto de cerrar el campeonato. Pobreza infinita.
Intuía que nos iba a costar perforar la meta visitante, porque a día de hoy el equipo lo da todo, trata de jugar lo mejor posible, crear ocasiones pero nos falta tanta gente de calidad y con capacidad de resolución que a estas horas parece imposible conseguir los tres puntos. Ayer acudieron 20.000 espectadores con la esperanza de celebrar al menos un gol. El equipo llevó el peso del partido, dominó y tuvo alguna para decidir a su favor, más en el segundo tiempo que en el primero. Mirabas al banquillo de las sustituciones y casi daban escalofríos. Aumentaron mucho más cuando los castellonenses marcaron su tanto. Ahí está la diferencia. Nos pasamos centrando mil balones todo el partido, pero ninguno en condiciones para que los hombres decisivos dispusieran de una pelota franca.
Ves el centro de Cazorla, a cinco del final, y entiendes que un caramelo así no se desaprovecha. Dicho y hecho, rúbrica de Gerard y a casa. Nuestro centro del campo, la línea creativa, acusa tantas ausencias que es imposible mantener el nivel competitivo. Entusiasmo sí, pero muy pocos balones de éxito. Todo previsible y plano, a la espera de que el milagro de Lourdes llegara en una aparición mariana de Mikel Oyarzabal, Juanmi o Willian José.
El tanto encima llega cuando apenas quedan fuerzas para un esfuerzo añadido. Se llevan los puntos sacando rédito a una de las pocas oportunidades con las que contaron en el portal de Rulli.
Desde el empate de Girona nos han marcado goles en todos los encuentros y, como las victorias no llegan, la sensación de tristura es cada vez mayor, por mucho que sigamos hablando de Europa, del teorema de Pitágoras y de los logaritmos neperianos que facilitan soñar despiertos. ¡Tengo un paquete monumental a las matemáticas!
Creo que hay cosas mucho más trascendentes. Por ejemplo, preguntar (y encontrar respuesta) las razones por las que acumulamos tantos lesionados.
Esta semana leía en estas mismas páginas el informe de los que han pasado por el dique seco. Llama más la atención descubrir los únicos que han sobrevivido a la catarata de contratiempos. Ignoro si por una pretemporada excesivamente cañera, si porque en el camino se ha apretado la tuerca más de la cuenta. Y lo ignoro, porque de esto nunca nadie dice nada, ni se explica, ni nada que permita conocer la realidad no virtual del asunto. Lo mismo que los procesos de recuperación. ¡Se me escapa!
Y el domingo otro Mont Faron. Nada más, ni menos que un Getafe convencido y comprometido, que se las tuvo tiesas anoche con el Real Madrid y que está donde nos gustaría. Seguro que allí no se hablaba hasta ahora de conseguir una plaza continental la próxima temporada, sino de mantener la categoría. Son los que son, disponen de lo que pueden, y cuesta ganarles un Perú. El mérito de los azulones es vivir en la normalidad. ¡Cuesta tanto!
Perder ante el Villarreal te deja mal cuerpo, porque ves pasar de largo una temporada de grises en la que no hay demasiados motivos de los que presumir. Desde la sinceridad os digo que estoy deseando que acabe este ejercicio, aunque solo sea por ver qué pasa y si los discursos son más realistas que utópicos. Cada día me apetecen menos los partidos porque tristemente adivinas el final casi desde el principio. Y repito, no dudo de la profesionalidad de nadie.
Por no ponerle a este beaterio un contenido alicaído, destaco la evolución de Aihen en el lateral, la percusión permanente de Mikel Oyarzabal sobre las defensas contrarias y al público que empuja todo lo que puede.
En un par de días volvemos al mismo escenario. En el equipo visitante compite un chico que atiende por Quintillá.
Recordé anoche a una actriz catalana con ese apellido. Me encantaba tanto en comedia como en drama. Le vi representar Los intereses creados de Benavente y fue famosa por los papeles en el cine y en televisión. Una de las películas en las que participó fue Bienvenido Mr. Marshall, lo mismo que El abuelo tiene un plan. A este, sí que me apunto. Seguro que es diferente y más entretenido que el que nos ocupa un día sí y otro, también. El dinero de la opilla que pensaba gastarme con el autor del gol del triunfo lo dedicaré a obras pías.