Una de las cosas que valoro en la transmisión de los partidos por televisión son los primeros planos de los protagonistas. Esta semana me he atiborrado de fútbol de Segunda, de partidos de Europa League y, por supuesto, de Champions. El encuentro entre el Tottenham y el Bayern Munich olía a pintura fresca. El subcampeón continental frente al aspirante alemán. Los muniqueses salieron con un resultado escandaloso a su favor (2-7) y una actuación estelar de Robert Lewandowski, autor de dos de los tantos. En un momento del primer periodo, el jugador polaco dispone de una ocasión bastante clara que no logra transformar. Es entonces cuando una cámara capta su mirada en un plano formidable que te permite descubrir el azul celeste de sus ojos, con un puntito de tristeza. Nada que ver con lo que sucedería minutos después, cuando al borde del descanso se estrenó como goleador. Os cuento esto porque tantas veces el rostro expresa lo que uno siente que merece la pena atender a estos detalles. Son mensajes sin palabra, pero elocuentes.
Los ojos y la sonrisa hablan sin sonidos. Cuando transmites desde una cabina de radio o estás en el pupitre de prensa es imposible captar esas señales. No había descubierto la mirada de Lewandowski hasta el pasado martes. Me impactó y fue entonces cuando decidí escribir esta historia. Como os digo, desde los palomares de los estadios, a lo más que llegases a divisar el número de la camiseta, los peinados y sus tintes, las melenas más o menos largas, el color variopinto de las botas policromadas y poco más. En los campos antiguos nos solía llegar a veces el olor a linimento del Dr. Sloan que aparecía en los frascos luciendo un formidable bigote.
Cuando comparto una entrevista con cualquier deportista suelo fijarme mucho en los aspectos no verbales que tanto ayudan a saber qué está sintiendo. Hay gente encantadora que no pierde nunca la sonrisa, aunque vaya por dentro una procesión de sinsabores. Pocas personas como Markel Bergara, un individuo que merece la pena, que contagia el buen rollo aunque esté atravesando un largo calvario. Jamás una mala palabra, jamás un mal gesto, jamás lo individual antes que lo colectivo. Un ejemplo que merece mejor fortuna que la que le acompaña desde hace meses en lo deportivo. Ayer pensé en él mil veces, porque siempre se portó conmigo de manera admirable y además me ayudó mucho en el trabajo. Sus ojos no son azules, pero brillan y transmiten una barbaridad. ¡Ánimo Martxelo, que esta vez no te he enviado un mensajito de ánimo!
La visita del Getafe se presentaba como una oportunidad de mirar de frente a los ojos del rival y decirle desde el minuto inicial lo que pensábamos y queríamos. Venían de más allá de Aizarnazabal dejugar un partido victorioso que les reafirma en su proyecto, al mismo tiempo que sabían lo que les esperaba. Una Real con ganas de resarcirse de la pirrilera sevillana para no perder comba con los puestos de postín antes de una semana sin competición oficial, salvo los internacionales. Sin que nadie dijera nada al respecto, simplemente con ver la actitud sobre el terreno sacabas conclusiones. Primera parte más que solvente, dominadora, con fútbol superior al del oponente. Un gol a los cinco minutos para romper el proyecto visitante. Portu lo da todo (más que en sus ojos me esmero en distinguir sus tatuajes) y saca un centro que Mikel Merino eleva a los altares del marcador. Cabezazo formidable que el navarro celebra dando una vueltita por el palo del córner como hacía su padre cuando defendía la camisola rojilla de Osasuna. El Getafe apenas se acercaba. Era un momento para matar el partido. No se consumó ninguna de las oportunidades y luego lo pagamos.
Sucede que el fútbol es inesperado. Como los árbitros, los reglamentos, las interpretaciones, el sentido común…Cuesta mucho entender que un equipo se quede con uno menos por dos acciones como las que le costaron la expulsión a Llorente. No se sostiene. La normativa dirá misa de réquiem, pero en la segunda hay un resbalón y ninguna intención de sacar ventaja de la acción. Total que nos quedamos con diez, y con la necesidad de mover jugadores, cambiar los planes, realizar sustituciones y jugar a otra cosa que cuesta el partido y los puntos.
No puedo con este árbitro desde tiempo inmemorial, concretamente desde un partido de Copa en Noja cuando pitó al Real Unión el 31 de agosto de 2011, dejándole con uno menos, sacando casi media docena de tarjetas y quemando al banquillo irundarra y a sus alrededores. Seguro que Roberto Olabe, entonces entrenador unionista, lo recuerda. Han pasado muchos años, pero hay cosas que no se olvidan. Entre otras cosas porque las apunto. Antes del encuentro y después, sigo pensando lo mismo. Este trencilla es muy flojete, por no decir otra cosa, y tiene la rara habilidad de descentrar a todos. Si en la última jugada del primer tiempo pitó fuera de juego en un saque de banda, su sitio el año que viene está en otra categoría. A ver si es verdad nos lo quitamos de encima.
Seguro que advirtió que las miradas delos realistas hacia él eran como puñales que se clavan. Ni azules, ni grises, ni castaños, ni negros. Ojos de cabreo que no lucen pero que no se disimulan. Los realistas seguro que llegaron al vestuario desolados porque el obligado esfuerzo no les concedió premio. Me hubiera gustado ver la mirada de Lewandowski en estas circunstancias. La de Diego Llorente?.