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¡Qué verde era mi valle!

Una amplia representación del club de remo de Hondarribia fue invitada este fin de semana a Madrid por parte de uno de los principales patrocinadores de la entidad. Nos referimos a GO Fit, una empresa que acoge como lema la idea de que la felicidad se entrena y que se relaciona con la salud, la práctica deportiva, el mantenimiento, la nutrición, el descanso, la motivación y cuantas cosas más afectan al estado físico de las personas. Los remeros, técnicos y directivos acudieron a Alcalá de Henares para inaugurar el último centro abierto para uso y disfrute de cuantas personas eligen su propuesta.

Como quiera que en el mismo fin de semana jugaba la Real en el Metropolitano, el plan fue completo y toda la expedición asistió al partido para redondear el fin de semana previsto. Como hablamos de practicantes de un deporte amateur, esta mañana se les habrán pegado las sábanas y los ojos. Llegaron de madrugada y a la mayoría le tocará afrontar la jornada laboral con un punto de resaca que es cansancio. Aunque como dice el refrán, sarna con gusto no pica. Supongo que la sensación agridulce por el empate final será la misma que en el resto de la feligresía txuriurdin. El remo está hecho para el sacrificio. Cuando todo el mundo está de vacaciones veraniegas, ellos compiten y compiten. Se cuidan una barbaridad porque un gramo es un segundo. Por eso, ahora que ha acabado la temporada anterior, se permiten ciertos dispendios. No muchos, porque lo que ahora se acumula luego deben perderlo y la temporada como quien dice está a la vuelta de la esquina.

Respeto mucho a los remeros porque compiten al más alto nivel por la defensa de los colores que llevan y sienten. Es un deporte no exento de romanticismo. Háblales a estos del clásico y otras lindezas que ocupan páginas y páginas en los medios para que luego los partidos salgan ácidos y desoladores. Comparar el duelo del Camp Nou con el meneo, en plan manita, que le metió el Liverpool al Manchester United en Old Trafford es insultante para las huestes de Jurgen Klopp. El del Metropolitano fue bastante mejor que el disputado en la Travesera de las Corts.

Los verdes de Hondarribia acudieron al estadio. No sé si alguno, en su fuero interno, se animó a reflexionar sobre lo que suponen las enormes diferencias. Lo que gana un futbolista medio en dos semanas es lo que cuesta una trainera. Y lo que percibe en un mes es la suma de todos los premios obtenidos en las regatas de la temporada por una cuadrilla de las grandes. Premios, por cierto, que se reparten los remeros como únicos emolumentos de la mayoría de practicantes. A los que les va muy bien el año les llega para pagarse unas vacaciones baratitas. A los que les cuesta ganar, justo justo, para invitar a cenar a sus parejas. Como hay realidades que dependen de lo que piensan y perciben, valoran muchas cosas más allá del dinero y se sienten muy orgullosos de defender los colores que les motivan. En este caso el verde, pero es aplicable al amarillo, al blanco, al marrón, al rojo, al rosa o al morado. Colores lisos, sin rayas. Justo lo contrario que los protagonistas de anoche.

De salida, el míster jugó un poco al gato y al ratón. Que si cuatro, que si cinco. Nos cambió el dibujo. Afrontó el partido con tres centrales, dos laterales largos (Gorosabel fue el elegido para sustituir a Aihen, luego Zaldua), una guardia pretoriana y dos delanteros Isak y Sorloth para que podamos seguir hablando sobre la realidad de ambos, juntos en vanguardia. Que si se entienden, que si son compatibles, que si se complementan, que si…al final, como siempre, el entrenador decide lo que considera más conveniente, nos pongamos como nos pongamos.

No hubo que esperar mucho tiempo para comprobar que la conexión es impecable. El señor conde sacó el cartabón de la carpeta de dibujo, diseñó un pase de libro a Isak y éste la puso con la bigotera para que Sorloth la encontrara según venía. Como torpe no es y lento tampoco, dribling al portero y a la jaula. Se estrenaba el noruego en un campo grande ante un equipo aspirante a todo. Habían trascurrido seis minutos y quedaba un mundo. A favor del tanto y de la corriente, la Real se comportó como un equipo líder, sin fisuras, generoso en las ayudas y sin renunciar a la posibilidad de ampliar la diferencia.

El tanto dejó tocado al equipo de Simeone y quise acelerar el reloj para evitar el sufrimiento. Misión imposible. Que el segundo tiempo los rojiblancos iban a achuchar de lo lindo lo sabían todos, los Atacameños y los Picunche. Lo que ignorábamos, por falta de costumbre en ese estadio, era la llegada de un segundo tanto que celebrar. Un tiro directo al lado del portero, botecito delante y al convento. El derechazo de Isak, después de una conversación secreta con Elustondo (vete a saber qué se dijeron), un cuchicheo entretenido, subió al marcador. Duró poco la calma. Un centro, un remate de cabeza, un gol de Suárez y media hora por delante. En este tipo de partidos y en algunos campos siempre pasan cosas. Que si un expulsado, que si un penalti en contra, que si los analistas del VAR. Total que el árbitro no pita nada y el acusica le llama a ver pantalla para que sancione un si es no es. La acción de Merino, después de que Suárez ya hubiera tocado el balón, no merecía esa decisión. Empate, momento para los cambios y las rotaciones, más sufrimiento y confianza en que el equipo fuera capaz de aguantar el tirón final.

No sé el porqué, pero en ese momento recordé ¡Qué verde era mi valle!, la película de John Ford en la que una familia minera se sentía orgullosa de serlo. Apelaba a la unidad de todos sus miembros. Los Morgan eran ejemplares. Cabe pensar que la familia txuriurdin siente el orgullo de los colores, la fidelidad a un equipo que sigue dando la cara y que se está codeando en lo más alto de la clasificación y que, de nuevo, esta semana afronta dos partidos, comenzando el jueves con el Celta en Vigo. No hay demasiado espacio para las lamentaciones. Pudieron ser tres puntos, pero el empate sirve para liderar la clasificación en solitario.

Apunte con brillantina. No se me ocurre nada

Iñaki de Mujika