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El arpón de Sarpong

A las cinco menos veinte de la madrugada del sábado se me subió la bola de la derecha. De repente, ese dolor agudo que aparece sin llamarle. Dormía a pierna suelta, posiblemente roncaba, e incluso soñaba. Hice lo que recomiendan, es decir retrotraer el pie hacia la tibia para que se me pasase. Pero aquello que iba tan bien se jorobó, porque el desvelo pudo conmigo y todo fue a partir de ahí darle vueltas y vueltas a todo, incluido el partido de anoche en Anoeta.


Confieso sin rubor que cuando apareció el calendario y comprobé los primeros rivales, pensé y comenté ante los cercanos que no ganábamos un partido hasta que llegase el Espanyol. Es más, dudaba de la posibilidad de arañar algún empate en el camino. Lo explico. En un amistoso de verano, el Villarreal me pareció apasionante frente al Tottenham y creí que no llegábamos a su nivel. Prolongué la mirada hasta Almería. El impacto Lillo, los viejos recuerdos, el calor del sur, no animaban al optimismo, como tampoco la visita del Madrid, que te gana casi siempre aunque juegues como los ángeles del cielo, o de Charly que están de mejor ver.

Luego, llegaba el doble viaje a Pamplona y Palma, últimamente feudos poco generosos con los realistas. Tres partidos en ocho días te sacan del carril. Tomas decisiones. Se sugieren cambios y rotaciones. Acumulas tres derrotas y parece el fin del mundo. Como en mis cálculos iniciales entendía que no llegaba la primera victoria hasta el encuentro de ayer, los cuatro puntos que figuraban en el casillero me parecían un botín no desdeñable. ¡Pero, claro, había que ganar ayer!.

La semana apagó primero los fuegos de Son Moix y puso en coloca a dos jugadores que centraban protagonismo por distintas razones. Diego Rivas disputaba su partido número cien con la Real. Cifra poco desdeñable, sabiendo que al chico se lo complicaron bastante en el camino. Pero se empeñó en ser útil, en ponerse a disposición del proyecto futuro, con humildad y renunciando a una parte importante de sus emolumentos. Martín Lasarte se apoyó en él para la conquista y hoy es pieza indiscutible en el engranaje del equipo.

Raúl Tamudo acaparó los flashes de quienes le miraban con ganas de escuchar una respuesta altisonante, provocadora…contra quienes le hicieron daño. Era imposible, porque el catalán es más hacia dentro que hacia fuera y sus cosas las masculla él y se las queda. No albergaba la menor duda en su condición de titular, como tampoco la tenía en el hecho de que fuera a ser, de salida, el único delantero. El técnico charrúa esperaba un encuentro trabado, complejo y tosco. Por eso guardó la bala de Llorente, atento en la recámara a jugar la última media hora y desequilibrar con él un partido que, como he dicho al principio, estábamos obligados a ganar.

Pero, apareció Sarpong y la suerte favorable. O al menos, su directo a puerta. Chut que terminó mandando a la gloria el autogol de Forlín. El holandés clavó su arpón con un juego vistoso, revolucionario y un tiro al palo del que derivo el triunfo. Quedaba poco y tocaba morder cuchillo. Defendimos como pudimos y supimos, contando con la inestimable actuación de Claudio Bravo, brillante toda la noche. Paradas escalofriantes las suyas. Tres puntos y Hor Kopon Marianton.

Apunte final: Hace una semana conté la situación de unos chavales que no podían jugar porque no les tramitaban las fichas. Felizmente, el problema se ha resuelto.  Gracias a quien corresponda.

Iñaki de Mujika