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Nada nuevo bajo la luna de la bahía

No esperaba sinceramente nada diferente a lo que se vio anoche en Algeciras. Una alineación de compromiso para hacer frente a un rival que iba a poner sobre el terreno lo mejor que es capaz de dar, además del plus de actitud que estos conjuntos ofrecen cuando les llega una oportunidad de medirse a un grande con las cámaras de televisión ofreciendo al mundo sus virtudes. Pensé que el gol de Griezmann nos podía valer, pero medimos tanto los esfuerzos y hacemos tan a menudo ejercicios de exceso de confianza que los rojiblancos empataron con mérito y dejaron claro que no darán el brazo a torcer en la vuelta de Anoeta.

La primera vez que llegué a Algeciras lo hice en autobús procedente de San Fernando. En el campamento militar de tierra de esta población había hecho la instrucción como soldado raso los tres meses anteriores a conocer el destino que me llevaba a Ceuta. Las carreteras entonces, han pasado cuatro décadas, no eran de doble carril y adelantar camiones era toda una aventura. Mucho más si el tráfico colapsaba el recorrido.  Los poco más de cien kilómetros que separan ambas poblaciones tardamos en recorrerlos tres horas.

Nos condujeron directamente al puerto y nos montaron en uno de aquellos barcos que cruzaban el estrecho. Quizás por el color blanco del casco era popularmente conocido por “La Paloma”. Con el tiempo y aprovechando los libres fines de semana nos montamos muchas veces para hacer el trayecto de ida y vuelta. No tardaba mucho más de una hora, aunque había otra opción que podríamos denominar como de alta velocidad que volaba por encima de la superficie. Se reducía a la mitad el tiempo del recorrido, pero el mareo estaba garantizado. Juré mil veces que después de la única experiencia no volvería a montar. Eché en aquel viaje hasta la primera papilla.

Entonces, el peñón de Gibraltar era inglés como ahora. Por supuesto, vivìa el demonio porque los hijos de la pérfida Albión, que así se denominaba al país ocupa, habían usurpado ese pedazo de territorio. Existía una verja infranqueable y como se decía en el argot “al enemigo, ni agua”. Por eso, cuando los realistas aterrizaron en el aeropuerto llanito no pude por menos que esbozar una sonrisa, que fue carcajada al ver una foto que Griezmann colgó en las redes sociales nada más bajar del avión con la silueta del peñón dibujándose al fondo. ¡Joder, cómo ha cambiado el cuento, exclamé!.

Al fútbol no íbamos mucho porque entonces militaban en la regional andaluza, pero el viejo estadio estaba situado en el centro, frente a la playa de Los Ladrillos. Se parecía bastante a los campos de fútbol de las ciudades cercanas. Donde otrora se jugaba, hoy se levanta el edificio de unos conocidos almacenes y el nuevo estadio no cuenta con el encanto del antiguo y se lo han llevado lejos del mundanal ruido junto al cauce del río de las Cañas o Palmones que pasa muy cerca antes de desembocar.

No era una ciudad que entusiasmara. A veces pateábamos el centro, calle Alfonso XI y alrededores, o sentados en una terracita con una birra aprovechando el buen tiempo que siempre estaba garantizado. Conocimos un grupo de chicas jóvenes la mayor parte de la cuales se llamaban Palma, como la patrona de la ciudad, o Carmen, cuyas fiestas se celebraban también en verano. A medida que el tiempo trascurría, que los meses pasaban y que nos atrevíamos ir a otros sitios, cambiamos de destino y de marcha.

En medio de todos estos rodeos y merodeos con el primer partido de la eliminatoria, llegaba la ida de los dieciseisavos, después de una semana en la que todos reconocieron el camino acumulado de fiascos y la voluntad de evitarlos contra un equipo medio de Segunda B de mitad de tabla y a doble partido. Había ampliado Arrasate el horizonte del paisaje aseverando que si dejaban la resolución pensando en el partido de vuelta tendríamos problemas.

Hace tiempo que dejé de creer en estos discursos porque las canas que asoman en mi cabellera no son de teñirme. Cada vez que llega uno de estos emparejamientos tiemblo porque las veces en las que pasas de la ilusión a la desilusión y del esfuerzo a la desidia se repiten en exceso. Cuando caes en un partido tantas veces en fuera de juego y cuando el rival se esmera en correr y anticiparse y tu te dejas querer, la resultante suele ser patética. Como el primer tiempo. Estaba en casa durmiéndome en el sofá. Sentía como una necesidad de ponerme pilas. Fui a la cocina, preparé un bol con leche al que vertí un sobre muy caducado de Cola Cao que andaba perdido por el armario de las galletas y chocolates. Del mismo modo que hacen los niños a la hora del desayuno, eché mano del paquete de corn flakes hasta que se formó una pasta de la que no quedó ni rastro.

En un santiamén estaba otra vez tirado como Juliette Récamier, recostado y con mantita, No varió mucho la decoración, porque las constantes vitales del partido eran las mismas. Nuestro “7”, que es de lo más enchufado con que contamos a esta hora, supo aprovechar el buen pase de Prieto para hacerlo mejor con el gol de la calma. Como los gaditanos nivelaron pronto y el partido se convirtió en idas y vueltas, no dimos más de sí con la sensación de vagar y mirar al reloj a ver cuándo pitaba Ayza el final.

Como puedes comprender no voy a perder mucho tiempo en análisis profundos sobre el partido, entre otras cosas porque existe un encuentro de vuelta que es la segunda oportunidad para sentenciar. Se supone que ese día el equipo será más parecido al habitual y jugará como debe, porque ayer bajo las estrellas de la bahía algecireña no hicieron nada nuevo ni distinto a lo que acostumbran en este torneo.

Iñaki de Mujika