La primera resolución del Comité de Competición de la RFEF (fútbol de la federación española) comunicó el cierre del Estadio Ruiz de Lopera -territorio bético-por tres encuentros, a raíz del botellazo que recibió el entrenador del equipo visitante ¡el Sevilla! en el partido de Copa disputado entre ambos equipos después de una semana en la que casi nadie fue capaz de poner un punto de orden y una sesión de cordura.
A Juande Ramos le dieron a traición. Por la espalda y sin aviso. Cayó desvanecido. Se lo llevaron en una ambulancia y afortunadamente se recuperó sin secuelas. Para entonces, el árbitro decidió suspender el partido y dejar en manos de los abogados la sentencia de una eliminatoria que llevaba 0-1 a favor de los visitantes. Si quieren añadir más esperpento, no ignoren que la ambulancia en la que fue atendido el técnico sevillista fue apedreada.
Ordenan disputar los minutos que faltan en el campo del Getafe, a puerta cerrada. Además, abren expedientes a los dos presidentes a petición de la Comisión Antiviolencia. Hasta aquí, las cosas podrían ser tildadas de lógicas, aunque podamos pensar que el número de encuentros de cierre del campo de fútbol debiera ser superior. Llovía sobre mojado.
Sin embargo, la experiencia nos enseña otra cosa. Del punto de partida, al de llegada, suele haber un trecho de largo recorrido que recorta la amplitud de las sanciones iniciales hasta minimizarlas o hacerlas desaparecer. El Betis anuncia recursos. El Sevilla hará lo propio si a su presidente le cae "un marrón". Sería hermoso que esto sucediera, porque ambos mandatarios han dado cumplidas muestras de insensatez, forzando la máquina de los riesgos que se saldaron del modo que conocen.
La rivalidad mal entendida ofrece espectáculos bochornosos y lamentables. Que se siente el presidente del Sevilla en el palco y le coloquen a su espalda un busto de Lopera no debe ser pasado por alto. Que se les llene la boca de opiniones del rival, rozando el insulto y la bajeza, debiera ser sancionado con algo más que la apertura de un expediente.
Lo peor, me temo, está por venir. Al menos, los precedentes nos llevan a esa creencia. Aparecen los recursos, los otros comités, las instancias superiores que, paulatinamente van reduciendo la primitiva decisión hasta la nada. Y si no es así, se dispone un reglamento, a modo de ley, que termina por dejar sin efecto las resoluciones precedentes. Si esto fuera Europa, o, para ser correctos, si este asunto cayera en manos de la UEFA, en Sevilla verían fútbol por la televisión.
A los hechos nos remitimos. En partido reciente de Champions, el Valencia y el Inter medían fuerzas en Mestalla. Durante el partido no pasó nada. Sin embargo, a la conclusión y de forma inopinada, se armó. Unos dicen que fue Burdisso el que dio el toque de trompeta, otros que se tenían ganas y que una vez concluido el encuentro se desataron las pasiones. Da lo mismo. La única que ha hablado ha sido la UEFA. ¡Y de que manera!.
El Comité de Control y Disciplina de la UEFA decidió castigar a los futbolistas implicados en los incidentes del partido de Liga de Campeones entre el Valencia y el Inter de Milán con sanciones ejemplarizantes. La más dura, para David Navarro que estará 7 meses sin poder jugar. A Carlos Marchena le han castigado con 4 partidos, mientras que a los interistas Burdisso y Maicón les han caído 6 partidos, a Córdoba 3 y a Julio Cruz 2. Además de las sanciones deportivas ambos clubes han sido multados con 250.000 francos suizos. Incluso abren la puerta para que la sanción a Navarro alcance también a la competición doméstica, es decir, a la liga y a partidos de la selección española.
Valencia e Inter, como Betis y Sevilla, han anunciado recursos. No cabía esperar otra cosa. La ley les ampara y tienen derecho, pero no será fácil que esta sanción ejemplar vaya a verse recortada. La tradición, al menos, no llama al optimismo. En suma, hablamos de dos formas distintas de medir, dos criterios y dos fortalezas: un botellazo a un entrenador, tres partidos de cierre. Un puñetazo a un oponente, siete meses. Criterios.