Ekaitz Saiés es un piragüista hecho a si mismo. La constancia es su compañera de viaje. Le han pasado en la vida tantas cosas, que cualquier otro deportista hubiera tirado la toalla hace tiempo. Él, no. Descubrí en medio de su timidez un deportista acostumbrado a largas y sinuosas carreras, etapas llenas de incomprensión e injusticia. Ha podido con todo.
Acaba de subirse de nuevo al podium para recibir una medalla de oro, ganada en relevos k1, 200 metros, junto a sus compañeros Saúl Craviotto, Pablo Andrés y Carlos Pérez. Era la última prueba del campeonato disputado en la mítica pista de Szeged (Hungría). Por la mañana, ganó la Final "B", la de consolación que nunca hubiera querido disputar.
El palista guipuzcoano fue a la competición con la idea fija de meterse en la final de K1 y lograr, por añadidura, la plaza olímpica para Londres. Este es un deporte algo peculiar, porque se consigue meter botes en los juegos. Luego se decide quién compite. Por esas cosas extrañas que cuesta entender se quedó fuera de Bejing 2008.
Este mismo año, cuando iba camino de Anoeta porque quería ver el derby Real-Athletic, llevando su moto a aparcar, derrapó en la Plaza de Gipuzkoa. Se rompió un tobillo y vio negro el horizonte. Desde entonces hasta aquí, horas y horas de entrenamiento, de recuperación, de esfuerzos imposibles, remando con la pierna escayolada, con más sombras que luces…
Pasado el tiempo, los malos tragos pasan con las buenas noticias. Esta lo es, porque proclamarse campeón del mundo en cualquier modalidad deportiva confirma que todos los esfuerzos han merecido la pena. Le espera Poznan, dentro de unos meses, cuando las aguas polacas decidan esas plazas que no tienen dueño. Saiés aspira a ver el Támesis como deportista no como turista.